Budapest, Neruda y Asturias
Ha pasado por all¨ª Gorbachov, ha mirado a su alrededor... Todos estaban pendientes de sus palabras; por fin, dijo: "Vale". Se serenaron las caras de los que le rodeaban, surgieron las sonrisas, se abrazaron todos, tras el fulminante y estremecedor aplauso con que recibieron la noticia: el supremo jefe del comunismo internacional hab¨ªa dado el visto bueno al experimento h¨²ngaro. La doctrina de soberan¨ªa limitada tan importante para la pol¨ªtica exterior no contaba en la interior. En otras palabras, Hungr¨ªa pod¨ªa seguir en su heterodoxa forma de comunismo, los escaparates pod¨ªan seguir llenos y los magiares enriquecerse capital¨ªsticamente siempre que se guardaran las apariencias oficiales. Las otras es imposible guardarlas porque toda Hungr¨ªa tiene una apariencia descarada de prosperidad. El que llega de Ruman¨ªa, de Polonia, de Checoslovaquia, y no hablemos de la URSS, queda impresionado de las posibilidades que las tiendas ofrecen y de los coches que circulan.Y sobre todo del espect¨¢culo de sus restaurantes. Si hay algo que nota en seguida el viajero es el ansia con que los h¨²ngaros y visitantes comen y beben. Ir a un restaurante de Budapest es estar seguro de ver comer y beber, pero tambi¨¦n c¨®mo sonr¨ªen. La gente se sienta en grupos como m¨¢s que en parejas alrededor de una mesa, saluda afectuosamente al vecino y entabla conversaci¨®n con ¨¦l a poco que la barrera idiom¨¢tica pueda atravesarse. En fin, son felices y quieren compartir su felicidad con los de m¨¢s, y la orquesta z¨ªngara, omnipresente en la mayor¨ªa de los establecimientos, ayuda a provocar esa atm¨®sfera...
Restaurantes de Budapest... Una advertencia a quien vaya a los pa¨ªses del Este es que en esa zona olvide la precauci¨®n, justificada en los pueblos occidentales, de no comer en los hoteles. Si es cierto que en la mayor¨ªa de albergues europeos se come mal, es porque en ello se cumple la ley de la oferta y la demanda y al ser ¨¦sta poca porque el viajero prefiere salir en busca de restaurantes t¨ªpicos que afrontar el generalmente desangelado y as¨¦ptico comedor, el hotel renuncia a competir para quedarse con la clientela. Esto en cambio no ocurre en los Estados socialistas, donde el comedor del hotel de lujo es parte del esfuerzo del Estado para presentar una imagen agradable al extranjero. Dado que el primer lugar que ¨¦ste visita es el hotel, se procura que su restaurante sea lo m¨¢s completo y c¨®modo posible. (Hasta qu¨¦ punto da status el hotel en que uno se aloja me lo demostr¨® la recepci¨®n del Duna Intercontinental al aconsejarme, cuando me refer¨ª a un peque?o problema administrativo para salir con el coche: "Diga usted al aduanero que se aloja aqu¨ª".)
El hotel citado cuenta, efectivamente, con varios restaurantes de clase, como los tiene el Hilton, situado al otro lado del r¨ªo, en la colina de Buda. Los mejores primeros cocineros son requeridos para preparar en ellos las comidas, los mejores jefes de comedor para ofrecerla, los mejores camareros para servirlas. Si est¨¢is en el Este no lo dud¨¦is: en el hotel os tratar¨¢n bien porque les conviene.
Aunque no dejar¨¢n de tener siempre ese car¨¢cter uniformado del que quer¨ªan evadirse dos escritores latinoamericanos cuya pista segu¨ª en Budapest. Uno se llamaba nada menos que Pablo Neruda; el otro se llamaba nada menos que Miguel ?ngel Asturias. Hab¨ªan sido invitados a un congreso de escritores antifascistas y al terminar ¨¦ste decidieron unir sus fuerzas para visitar cualquier lugar de Budapest donde se comiera y, sobre todo, se bebiera. Las alegr¨ªas et¨ªlicas les llevaron a componer entre los dos un libro titulado Comer en Budapest, donde se celebran, con una cierta generosidad, a mi entender, las posibilidades gastron¨®micas de la capital h¨²ngara. Y digo esto porque tras visitarla en tres ocasiones (1967, 1977 y 1983) sigo creyendo que tiene m¨¢s encanto all¨ª el ambiente externo que la sustancia interna. Su plato de pescado favorito es producto de lago y sabe a poco para quien ha probado el del Cant¨¢brico; los dulces son los t¨ªpicos de toda la Europa oriental, que tuvo en la golosa Turqu¨ªa una ama y se?ora durante siglos.
Queda el goulash, claro, que es siempre una sopa, como recuerdan irritados los nativos cuando se les menciona un plato seco de este nombre; un plato que realmente resulta apetitoso cuando se come en un restaurante de carretera con fr¨ªo h¨²medo en el exterior... Pero que no deja de ser un manjar campesino y vulgar como el borsch.
Daba igual para la alegr¨ªa y camarader¨ªa de Neruda y Asturias; todo Budapest era para ellos una fiesta culinaria digna de ser reflejada en un volumen. Me contaban all¨ª de sus haza?as y de las ruidosas muestras de alegr¨ªa que dieron en varios lugares de la ciudad del Danubio. A m¨ª me gusta imaginar una an¨¦cdota que nadie me cont¨¦. Me gusta imaginar que una gitana, de las tantas que hay all¨ª dedicadas a ese menester, les hubiera le¨ªdo la mano y tras un gesto de sorpresa hubiera procedido a decirles lo que hab¨ªa visto en ella respecto al porvenir. "Ser¨ªan famosos en todo el mundo (carcajadas probables de ambos), ganar¨ªan mucho dinero (?con mis novelas? ?con mi poes¨ªa?) y por fin (ya el resultado ser¨ªa un coro de risas hom¨¦ricas) obtendr¨ªan el Premio Nobel los dos".
As¨ª enlazaron dos grandes esp¨ªritus de nuestra lengua su nombre con una ciudad que, con Praga, es la m¨¢s bella ciudad de centroeuropa... Quiz¨¢ su ventaja sobre la checoslovaca est¨¦ en que su belleza resulte m¨¢s recogida, m¨¢s en la mano. Desde el monumento a los rusos liberadores (o tiranizadores, seg¨²n sea la ideolog¨ªa de cada uno) uno tiene a su alcance, con apenas un movimiento de la cabeza, la suave curva del r¨ªo, la colina de Buda, el valle de Pest, la iglesia, el palacio, la callejuela.
... Y cuando se canse del pasado puede mirar hacia el porvenir en la hirviente agitaci¨®n de un pueblo que, con comunismo o sin ¨¦l, est¨¢ dispuesto a gozar de la vida lo m¨¢s plena y c¨®modamente posible.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.