La noche inglesa
Fue una noche muy civilizada: carente de emociones. Mientras al norte de la ciudad, en el estadio de Wembley, las personas bat¨ªan palmas y coreaban a sus seres queridos, los cantantes de rock, en Hyde Park el p¨²blico londinense de cl¨¢sica ni siquiera proporcionaba ruidos de fondo, dejando que el espect¨¢culo entero lo centrasen los fuegos de artificio. Yo creo que a Haendel no le habr¨ªa gustado la velada.La BBC rend¨ªa el s¨¢bado un homenaje a este gran m¨²sico nacido en Alemania hace 300 a?os, pero cuya carrera cristaliz¨® en Gran Breta?a y se cerr¨® en Londres. En esas tierras septentrionales, el temperamento fogoso del compositor encontr¨® un marco id¨®neo y fue atemper¨¢ndose. Nunca hubo un artista cortesano m¨¢s dispuesto que Haendel a ceder, a acomodar su m¨²sica a los tiempos. Su ¨®pera italianizada busc¨® textos ingleses, desbanc¨® a los nativos en el g¨¦nero de m¨²sica para las ocasiones, tanto las jubilares como las funerales, y supo en su etapa final dejar de lado la adornada m¨²sica esc¨¦nica para concentrarse en el austero oratorio.
Nada m¨¢s ilustrativo a ese respecto que el forcejeo que precedi¨® al estreno en 1749 de la M¨²sica para los reales fuegos de artificio, tocada en el concierto del s¨¢bado, y escrita por Haendel para celebrar la firma del Tratado de Paz en la guerra de sucesi¨®n austr¨ªaca. El rey Jorge Il quer¨ªa una ocasi¨®n sonada; lo esencial iban a ser los fuegos, y la m¨²sica ten¨ªa que ser guerrera: mucho viento. Haendel, que hab¨ªa pensado inicialmente una instrumentaci¨®n con elementos de cuerda, cedi¨® ante su rey y reescribi¨® la pieza para "instrumentos marciales".
Usos sociales
Esa composici¨®n y la M¨²sica acu¨¢tica, escrita para una traves¨ªa regia, y nocturna del T¨¢mesis, son p¨¢ginas no s¨®lo de la historia de la m¨²sica, sino de la evoluci¨®n de los usos sociales, concebidas y disfrutadas, m¨¢s que en ning¨²n otro sitio, en el pa¨ªs de la etiqueta. Pero Andr¨¦ Trevin, al frente de la Real Orquesta Filarm¨®nica, sucumbi¨® a la pompa y las circunstancias m¨¢s de lo que el acomodaticio Haendel habr¨ªa permitido, y, para hacer m¨¢s corta la velada y m¨¢s jocunda, la orquesta interpretaba los atroces arreglos del director y compositor irland¨¦s Hamilton Harty. Lo que o¨ªmos, as¨ª pues, no era Haendel, sino un popurr¨ª eduardiano, superficial y pegadizo, de una m¨²sica que no s¨®lo es pomposa, y no s¨®lo es marcial.
Desde la orilla del lago Serpentine, a la luz de las bengalas, sin calores, la estupenda retransmisi¨®n de la BBC nos tra¨ªa una imagen pastoral; una noche inglesa con se?oritas de edad madura y jubilados que distraen su ocio sin ning¨²n sobresalto. Ni siquiera el de escuchar a Haendel con autenticidad. La pasi¨®n, ese d¨ªa y la verdad, estaban m¨¢s al norte.
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