Qui¨¦n est¨¢ con qui¨¦n, por qu¨¦ y hasta cu¨¢ndo
EL RABOTAZO de la crisis ministerial ha inclinado a muchas personas a la emisi¨®n, y a otras muchas a la recepci¨®n, del chisme: cherchez la femme! El asunto ten¨ªa un cierto relieve sociol¨®gico por lo que supon¨ªa de entrada grande de la nueva clase en la caf¨¦-society y en el mundo de la gran fotonovela real. A¨²n se le puede sacar m¨¢s inter¨¦s si se le sit¨²a en el contexto mismo de esa nueva clase y del sistema. Cuando se hablaba del alba de unos nuevos tiempos se pensaba, entre otras cosas, que esa luz iba a esclarecer las relaciones de pareja, fuesen cuales fuesen las afinidades o los contrastes entre sus miembros, y que se iba a dejar vivir una nueva franqueza. Hubo un chispazo, y luego brot¨® un nuevo puritanismo. Las gentes de la izquierda parlamentaria tienen un inter¨¦s casi obsesivo en que no se les confunda con rojos, ateni¨¦ndose a la versi¨®n peyorativa de ese t¨¦rmino emitida por sus perseguidores, en cuyo cuadro figuraba una imaginaria promiscuidad sexual; aunque la realidad dice que la vieja afici¨®n al sexo y sus m¨²ltiples peculiaridades no tiene, en realidad, fronteras de clase, color o incluso religi¨®n. Este respeto a la imagen de la nueva clase ha incluido el otro vici¨®n, el que se imaginaba abolido: el del disimulo, la hipocres¨ªa, el remilgo. Los que iban a pasar el rubic¨®n se quedaron en su orilla como pescadores de ca?a.Con lo cual se ha producido el morbo, y la entrada en el mundillo. Un caso lamentable. El tema, hipertrofiado, ha producido el efecto de fichas de domin¨®, se han mezclado con ¨¦l nombres de la m¨¢s rigurosa derecha, y la coincidencia con otros casos espectaculares de personas de apellidos antiguos han vuelto a lanzar la decadente pero todav¨ªa muy viva informaci¨®n sobre qui¨¦n est¨¢ con qui¨¦n, por qu¨¦ y hasta cu¨¢ndo. Hay muchos matices, desde la impudicia de la frase tenida por ingeniosa hasta la forma de tartufear los asuntos, pero todos conducen a la misma fotonovela y la rri¨ªsina malignidad. Hay grandes probabilidades de que el cl¨ªmax de la crisis haya tenido otros fondos; no se podr¨ªa decir si m¨¢s serios o no (la vida particular es, para cada uno, irremediablemente seria e incluso dram¨¢tica-, pero, al menos, de otra ¨ªndole. La forma de encubrirla, o de no explicarla, que tambi¨¦n pertenece a un secretismo que se imagin¨® que naufragaba con el pasado, es la que permite estas especulaciones: aunque no se pueda excluir que sea una forma deliberada de castigo.
Habr¨ªa que distinguir en estos hombres y mujeres convertidos en personajillos de papel algunas categor¨ªas, que ser¨ªa tambi¨¦n interesante que percibieran los jueces a la hora de hablar de lo privado, de la imagen y de la intimidad; hay una amplia categor¨ªa de personas que no tienen m¨¢s realidad que la ficci¨®n, que forman una simbiosis con las revistas especializadas y que se esfuerzan por seguir en la cresta de la ola; otras que utilizan la difusi¨®n de la imagen, e incluso la que se obtiene con la protesta, como apoyo publicitario para sus profesiones p¨²blicas; y, en fin, aquellos que caen sin quererlo dentro del c¨ªrculo que ser¨ªa arriesgado llamar vicioso. Van huyendo del esc¨¢ndalo, obligados por una moral social, pol¨ªtica o gobernante, y repentinamente caen dentro de ¨¦l. La parte de culpa que tienen de su propia desgracia es la de no haber contribuido a despejarla cuando han podido.
Y volvemos a la disfunci¨®n que hay entre lo que se esperaba y lo que se ha producido. Se esperaba que la forma de considerar las relaciones de pareja perdiese su dramatismo, su morbosidad y su hipocres¨ªa, y que precisamente por la no ocultaci¨®n dejara de ser noticia m¨¢s que en su justo t¨¦rmino; esto es en lo que ata?e a los otros miembros de la sociedad. Se esperaba que el pudor consistiera precisamente en el conocimiento, y en la aceptaci¨®n que las personalidades de la pol¨ªtica no se creyeran m¨¢s obligadas a la castidad que el resto de los ciudadanos que disponen libremente de sus vidas y que pueden aparecer ofendidos por esta nueva figura del pudor imaginario. Se esperaba que con ello cayera el morbo de saber qui¨¦n est¨¢ con qui¨¦n y desde cu¨¢ndo, excepto para aquellos que cultivan las zonas fronterizas como un aliciente. Todo esto est¨¢ sucediendo ¨¢l rev¨¦s, y la nueva clase, que ha ca¨ªdo en tantas trampas, va cayendo tambi¨¦n en esta otra de aparecer mezclada con los tortuosos sexuales o enamoradizos. La claridad hubiera evitado que la vida p¨²blica se viera afectada por la vida privada, que se pudieran establecer nexos, la mayor parte de ellos irracionales, entre las conductas particulares y las gobemantes. Y que los adversarios pudieran hacer una utilizaci¨®n pol¨ªtica de los rumores, de la naturaleza inflacionista del chisme, de la creaci¨®n imaginativa en tomo a algo que se imagina ¨²ltimamente simple, y cuya simpleza hay que defender: las relaciones entre un hombre y una mujer. Que merecen todo el respeto del mundo, a partir del momento en que ellos mismos y sus definidores pol¨ªticos las consideren tan respetables como para no tener que ocultarlas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.