Torpezas de un gran cineasta
Es El¨ªgeme una pel¨ªcula muy interesante y muy irregular. Su autor, Alan Rudolph, es un cineasta de talento, porque su penetraci¨®n est¨¢ y se percibe de golpe en la materia de su pel¨ªcula y, sobre todo, en el admirable gui¨®n, uno de los m¨¢s sutiles y rigurosos de cuantos han venido ¨²ltimamente del otro lado del Atl¨¢ntico. Pero Rudolph es un cineasta en formaci¨®n, que junto a hallazgos de notable poder incurre en torpezas no menos en¨¦rgicas, que tambi¨¦n est¨¢n y se perciben, por quien quiera verlas, en la materia de su filme.Hay en El¨ªgeme tres grandes virtudes y dos gruesos defectos. Las primeras son, ante todo, el aludido gui¨®n, que es heredero de la incomparable obra guion¨ªstica de Joseph L. Mankiewicz, tanto por su compleja estructura -en la que coexisten, entrelazados con maestr¨ªa, varios focos de inter¨¦s dram¨¢tico, l¨ªrico y argumental- como por el delicado equilibrio que observa el guionista en la combinaci¨®n de acciones con di¨¢logos, de tal manera que no hay nunca ni un asomo de ruptura entre unas y otros. De este delicado equilibrio brotan con exquisito sentido de la graduaci¨®n los admirables dibujos de los personajes, esa su rica y varia identidad, que llena de vida y de aroma de muerte su peque?a, triste y honda historia.
El¨ªgeme (Choose me)
Director y guionista: Alan Rudolph. M¨²sica: Teddy Pendergrass. Int¨¦rpretes: Keith Carradine, Genevieve Bujold, Lesley Ann Warren, Patrick Buchau, Rae Dawn Chong. Comedia norteamericana, 1984. Estreno en Madrid: cine Alphaville.
Otra virtud mayor de El¨ªgeme es el enrarecido y al mismo tiempo cristalino clima moral -creado por la intensa fisicidad de las im¨¢genes y una casi invisible vuelta de tuerca po¨¦tica a estas- que envuelve como una niebla transparente a la narraci¨®n. Rudolph proporciona a su pel¨ªcula el sabor genuino de la profundidad. Rudolph es de esa clase noble de creadores de cine que sabe emplear la ficci¨®n como arma de conocimiento. Sus personajes viven, se modifican, duran, se trasladan an¨ªmicamente. Narra hechos y situaciones, pero a trav¨¦s de ellos alcanza a expresar mutaciones humanas, una palabra mayor.
La tercera gran virtud del filme es su admirable banda sonora, y en especial el hermoso uso que hace Rudolph de las canciones de Pendergrass, que llegan a convertirse en parte inseparable del poema: no lo ilustran, se funden org¨¢nicamente en ¨¦l.
El cap¨ªtulo de los errores de El¨ªgeme tiene no menos envergadura que el de aciertos. Hay en el filme dos aspectos a mi juicio frustrados. Uno es la interpretaci¨®n, que oscila desde la perfecci¨®n de Genevieve Bujold a la sobreactuaci¨®n -resultona, marrullera y destinada a enga?ar con un ba?o de brillantez al p¨²blico- de Keith Carradine, pasando por muchos altibajos que van desde peque?as joyas gestuales de otros int¨¦rpretes -cruces de miradas de Lesley Ann Warren en la admirable secuencia inicial- a pobres simulaciones de actuaci¨®n, como las de Patrick Buchau y la actriz mestiza que interpreta a su esposa. La chirriante irregularidad de las actuaciones indica que la direcci¨®n de actores es titubeante, carece de homogeneidad.
El otro defecto grave es de puesta en escena. Esta es siempre inferior al gui¨®n y a veces tan inferior que hay que deducir que la soltura del escritor Rudolph no est¨¢ todav¨ªa incardinada en el cineasta Rudolph. Hay escenas de alto valor funcional -el encuentro y s¨²bito amor entre Carradine y Bujold- que est¨¢n literalmente mal rodadas, pues no s¨®lo contienen torpezas de estilo, sino a veces p¨¦simos encuadres. En la citada escena, que gravita enteramente sobre la respuesta interior de Bujold a la seducci¨®n de Carradine, a la actriz apenas se le ve la cara a causa de un encuadre en suave contrapicado que es de aficionado. Y una clave po¨¦tica del relato se pierde porque el director no ha sabido dominar un espacio ¨®ptico.
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