Pasteleo
Lo mejor de la escena del martes en aquel solemne sal¨®n del Congreso era el gesto de alta circunspecci¨®n hist¨®rica con el que Peces-Barba posaba para los fotomatones de la posteridad. Era una feliz mezcla de satisfacci¨®n reprimida y de severidad de maestrillo rural en el instante de imponer duros deberes a los disc¨ªpulos revoltosos. Sentados en los extremos del tresillo, con los rostros tensos y tambi¨¦n circunspectos, Felipe y Fraga representaban disciplinadamente el papel de chicos castigados a entenderse gracias a los esfuerzos del fraile tutor. Todo sea por Espa?a, parec¨ªan decir.Ten¨ªan los tres cara de consenso. La misma cara pastelera, para entendernos, que sol¨ªa esbozar sin ning¨²n esfuerzo Landelino Lavilla cuando declamaba uno de sus folios institucionales, o aquellos perfiles transcendentes que inmortalizaban los fot¨®grafos con los h¨¦roes del pacto de la Moncloa, los padres de la Constituci¨®n o los manifestantes contra Tejero. Hac¨ªa mucho tiempo que nuestros pol¨ªticos no pon¨ªan cara de consenso. Ni siquiera cuando con la firma de nuestra integraci¨®n europea se logr¨® la instant¨¢nea consensual.
?Y de qu¨¦ terribles asuntos trataron en el ya c¨¦lebre tresillo bipartidista de don Gregorio el jefe de Gobierno y el jefe de la oposici¨®n de la novena o d¨¦cima potencia industrial al cabo de tantos meses de divorcio? Pues nada menos que de televisi¨®n. As¨ª, como suena, y reconozco que suena muy fuerte; casi a cachondeo. Posaron para la historia con el gesto tenso y despu¨¦s se encerraron a discutir de un telediario, de cierto v¨ªdeo, de Calvi?o, de presentadores y de locutoras. Imagino las salibillas de envidia verdosa de la Thatcher, Mitterrand, Reagan o Craxi, cuando se enteraron. Nada de misiles, bloques, paro, inflaci¨®n, tecnolog¨ªas de punta, defensa nacional y otros pormenores de Estado: a la oposici¨®n se la lleva al huerto del consenso charlando amenamente de televisi¨®n. Reconozco que es la astucia pol¨ªtica m¨¢s posmoderna del mundo. Sobre todo ahora que ya nadie cree en aquel infantil mito sesent¨®n de la todopoderosa influencia electoral del tubo cat¨®dico. Que Dios, la historia, el bipartidismo y McLuhan se lo paguen, fray Gregorio.
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