De sue?os y ratas
El psicoan¨¢lisis freudiano est¨¢ marcando profundamente nuestro panorama cultural. Conceptos tales como inconsciente, sublimaci¨®n, represi¨®n, ello, principio del placer, supery¨®, libido, transferencia y contratransferencia, pulsi¨®n, complejo de Edipo, mecanismos de defensa y otros, forman parte de los usos cotidianos del lenguaje. Pero adem¨¢s los adictos al psicoan¨¢lisis se han organizado en asociaciones y corporaciones m¨¢s o menos poderosas, disponen de una distinguida y numerosa clientela as¨ª como de instrumentos te¨®ricos y culturales de difusi¨®n que les permiten inyectar su cosmovisi¨®n en el tejido social. Si tenemos en cuenta la amplitud que han alcanzado los movimientos psicoanal¨ªticos en Europa y Am¨¦rica no cabe duda de que la teor¨ªa freudiana ha desbordado, y con mucho, su inicial vocaci¨®n terap¨¦utica."En su origen, el psicoan¨¢lisis designaba un m¨¦todo terap¨¦utico determinado; ahora se ha convertido tambi¨¦n en el nombre de una ciencia; la del inconsciente ps¨ªquico. Dif¨ªcilmente puede esta ciencia por s¨ª sola resolver plenamente un problema, pero parece llamada a proporcionar importantes contribuciones a los m¨¢s variados dominios de las ciencias". Este texto de S. Freud -extra¨ªdo de las p¨¢ginas finales de Mi vida y el psicoan¨¢lisis- designa la vocaci¨®n expansionista de un nuevo saber que creci¨®, en tanto que t¨¦cnica, a la sombra de las hist¨¦ricas en flor. M¨¢s tarde, en 1902, naci¨® la Sociedad Psicol¨®gica del Mi¨¦rcoles, convertida en 1908 en la Sociedad Psicoanal¨ªtica de Viena. En 1909, Freud, Jung y Ferenczi fueron a Estados Unidos. La vieja secta estaba a punto entonces de metamorfosearse en una poderosa y floreciente iglesia -regida por el padre fundador con pulso firme- destinada a fraguar en un movimiento internacional con destino universal.
Implantaci¨®n capitalista
El despliegue del psicoan¨¢lisis, y sus ¨¦xitos, no tiene, sin embargo, mucho que ver con una marcha triunfal. Su implantaci¨®n es pr¨¢cticamente nula en los pa¨ªses socialistas y en los del Tercer Mundo. Su historia est¨¢ ligada, salvo excepciones, a los pa¨ªses de capitalismo avanzado y en particular a Estados Unidos, en donde se encuentran en la actualidad la mayor parte de los miembros de la Asociaci¨®n Psicoanal¨ªtica Internacional. El inicio de la aventura americana data del mencionado viaje de Freud respondiendo a la invitaci¨®n de Stanley Hall, entonces presidente de la Clark University, para pronunciar all¨ª una serie de cinco conferencias. Cuando desembarcaba en Nueva York, Freud pronunci¨® una de esas frases c¨¦lebres recogidas por los hagi¨®grafos: "No saben que les traemos la peste".
En 1911 ya exist¨ªa la Asociaci¨®n Psicoanal¨ªtica Americana y la Sociedad Psicoanal¨ªtica de Nueva York. En el presente domina en EE UU una cultura psicol¨®gica con visos totalitarios, impregnada de representaciones psicoanal¨ªticas. Cada individuo debe bucear sin descanso en su yo a la b¨²squeda de un rico tesoro escondido que se oculta progresivamente, y desciende hacia los abismos del alma, a medida que se lo pretende alcanzar.
La emigraci¨®n a Estados Unidos en los a?os treinta de profesores y psicoanalistas que hu¨ªan de la persecuci¨®n nazi -entre los que figuraban algunos disc¨ªpulos directos de Freud- potenci¨® el auge de la nueva ciencia, pero tambi¨¦n propici¨® su crisis interna. En realidad, ya en vida de Freud algunos de sus m¨¢s amados seguidores -Adler, Stekel, J¨¹ng, Rank, Reich, entre otros- fueron arrojados a las tinieblas exteriores y etiquetados con la pena infamante de la excomuni¨®n por no acatar la autoridad leg¨ªtima del padre severo. Estos disidentes hicieron tambi¨¦n su Am¨¦rica y posibilitaron que a la sombra del psicoan¨¢lisis explotasen nuevas t¨¦cnicas de exploraci¨®n del yo, como si se tratara de mil flores salvajes, impasibles a los vientos y a las galernas lanzadas por la ortodoxia freudiana. Masajes reichianos, t¨¦cnicas de grito primario, torbellinos giratorios de ergones, psicodramas, bioenerg¨ªas, expresiones corporales, cl¨ªnicas del sexo, terapias familiares, terapias de la voluntad, an¨¢lisis caracteriales, am¨¦n de otras orqu¨ªdeas y crisantemos, tuvieron -y tienen- su esplendor en el humus del inconsciente hasta el punto de inundar con sus vivos colores las plantaciones situadas al este y al oeste del Ed¨¦n.
"?Chilla, m¨¢quina!"
Mientras tanto, en la industriosa ciudad de Chicago, c¨¦lebre por sus riadas de emigrantes y sus mataderos de reses, se forjaban las bases epistemol¨®gicas de una nueva ciencia empinca que tiende a autopresentarse en la actualidad como el ¨²nico saber leg¨ªtimo que ha de regir la conducta de los hombres, porque asegura conocer experimentalmente las leyes de los movimientos de las ratas. Todo su bagage conceptual podr¨ªa resumirse en las palabras que, seg¨²n parece, pronunci¨® el abate Malebranche cuando pisaba la barriga de una perra: ",Chilla, m¨¢quina!".
El conductismo reclama para s¨ª el monopolio sobre las acciones y reacciones humanas. En nombre del principio de verificaci¨®n considera leg¨ªtimo rabajar a los expertos del inconsciente a la categor¨ªa de charlatanes o nigromantes. Las invectivas que se cruzan entre s¨ª bahavioristas y psicoanalistas constituyen en gran medida el tributo que imponen las leyes de la libre concurrencia a quienes pugnan por la apropiaci¨®n de un mismo campo de intervenci¨®n. Sentimientos y sufrimientos engloban a las m¨¢s preciosas mercanc¨ªas del mercado terap¨¦utico.
El siglo XX se ha visto atravesado por una saga escalofriante de horrores sin precedentes en la historia: guerras mundiales, campos de concentraci¨®n y exterminio, torturas, deportaciones, hornos crematorios, bombas at¨®micas, tiros en la nuca y pasos de la oca componen los s¨ªntomas m¨¢s absurdos de unas degradantes condiciones de vida. Nuestro panorama social se define por archipi¨¦lagos del absolutismo y formas de dominaci¨®n que subyugan a los ciudadanos.
Mayor individualismo
Con toda seguridad, la incidencia de los poderes ser¨ªa a¨²n mayor si fuesen ignorados y si no fuesen combatidos por todos aquellos que a¨²n creen que la libertad, la justicia y la solidaridad pueden dignificar las formas de relaci¨®n imperantes en nuestro peque?o y esquilmado planeta azul. Pero las viejas aspiraciones a la fraternidad y al socialismo se resquebrajan en nuestras sociedades tecnificadas ante el incremento de un individualismo recalcitrante y el auge de unas formas de sociabilidad parad¨®jicamente definidas por el imperio de la soledad.
Vivimos en el interior de una cultura del narcisismo en la que el dolor est¨¢ asociado a lo que Richar Sennet ha denominado "la intimidad como represi¨®n". En este marco, el psicoan¨¢lisis y en general las terapias psicol¨®gicas, lejos de proporcionar instrumentos de cambio, parecen m¨¢s bien hacer su agosto, contribuyendo a la escalada de desintegraci¨®n social regida por la ley del s¨¢lvese quien pueda.
Los avances de los saberes sobre el psiquismo humano parecen regirse por la misma regla que determina el crecimiento exponencial de las lechugas. Son muchos los t¨¦cnicos que se enorgullecen y benefician de tales progresos, pero no deja de ser acuciante la cuesti¨®n que, directa o indirectamente, los ciudadanos plantean cotidianamente con sus sufrimientos al psicoan¨¢lisis y a la psicolog¨ªa: ?C¨®mo pueden dichos saberes contribuir a liberar a los hombres de sus angustias, cuando sus condiciones de cientificidad les imponen silencio sobre las condiciones mismas en las que se fragua el dolor y la angustia de los hombres? Somos muchos los que estamos deseando escuchar una respuesta coherente.
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