Encerrarse en la sacrist¨ªa
"Desear¨ªan encerrar a la Iglesia en la sacrist¨ªa". Conviene analizar los sentidos de esta expresi¨®n que vuelve a sonar como se?al de alarma. Su misma ambig¨¹edad atemporal la hace capaz, como los s¨ªmbolos, de congregar a gentes que pertenecen mentalmente a ¨¦pocas diferentes. Es notoria y justa la preocupaci¨®n de los obispos espa?oles por buscar una nueva forma de presencia en la sociedad. Los liberales decimon¨®nicos cre¨ªan que la libertad individual de la conciencia pasaba necesariamente por el despojo de la libertad institucional de la Iglesia cat¨®lica. Su fuerte organizaci¨®n jer¨¢rquica y su masiva influencia en la vida p¨²blica la convert¨ªan en blanco principal de la lucha por las libertades. Durante las dos ¨²ltimas d¨¦cadas del franquismo, antes y despu¨¦s del Vaticano II, los liberales y socialistas espa?oles utilizaron la sacrist¨ªa como espacio y plataforma liberadora. Nadie piensa ya en una restauraci¨®n del nacionalcatolicismo. Pero seguimos sometidos al dilema tan hist¨®rico como ret¨®rico de tener que elegir entre el confesionalismo o el laicismo. Las dos opciones son arcaicas, pero siguen agarrotando m¨²sculos e inteligencias.A la Iglesia espa?ola no se la puede encerrar en una sacrist¨ªa. Tampoco se puede pretender que Espa?a se organice como una inmensa sacrist¨ªa. Garc¨ªa Calvo siente la nostalgia de aquellos te¨®logos que se ocupaban de la omnisciencia divina y de la predestinaci¨®n, de las procesiones internas de la Trinidad y del sexo de los ¨¢ngeles (EL PAIS, 31 de julio, p¨¢gina 9).
Todo lo que no sea revolotear, como murci¨¦lagos, dentro de las oscuras b¨®vedas barrocas y escol¨¢sticas es, para los antite¨®logos modernos, desatinos, exclaustraci¨®n y demagogia. Algo parecido le sucede a los Pol¨ªticos. Comparten, con Nicol¨¢s Redondo, la noble preocupaci¨®n de que obispos y curas no se dediquen exclusivamente a lo suyo, que es, seg¨²n ellos, la misa y los sacramentos. Veinte a?os de posconcilio en Espa?a por lo visto han malogrado el esfuerzo por compartir "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo" (Gaudium et Spes, n. 1). En o¨ªdos agn¨®sticos y rutinarios estas palabras suenan a prevaricaci¨®n. Los principios de la libertad religiosa habr¨ªa que aplicarlos, en ese caso, a los, que ni creen ni desean creer, y no a los cristianos que deseen ahondar en sus propias ra¨ªces de aquellas comunidades originarias en las que brot¨® la fraternidad m¨¢s exigente y la fe en la conversi¨®n del hombre y en la transformaci¨®n del mundo por obra y gracia de Jes¨²s resucitado.
Tambi¨¦n los responsables de cultivar la fe, por culpa o ignorancia, pueden preferir de hecho encerrarse en la sacrist¨ªa. No han superado a¨²n el riesgo del mon¨®logo. Uno de los grandes temas del rriundo contempor¨¢neo es el de la comunicaci¨®n. Gran parte del discurso religioso no es transmitido en t¨¦rminos comprensibles o en el lenguaje com¨²n de los hombres. Con raz¨®n se preguntan ahora los obispos espa?oles "c¨®mo hablar de Dios en el niundo actual". Una frontera cultural que podr¨ªamos llamar clerical enclaustra el pensamiento cristiano e impide que la teolog¨ªa sea considerada con los mismos derechos de ciudadan¨ªa que los otros saberes profanos.
No faltan cat¨®licos que se resignan a vivir en un mundo aparte. Para ello necesitan crear una cultura propia o unas estructuras de plausibilidad de la fe. Entienden la opci¨®n religiosa como refugio artillado. Su estrategia no pasa de ser defensiva. Y la presencia de la Iglesia en el mundo seguir¨¢ siendo de poder, sin excluir ning¨²n medio que pueda llamarse constitucional o democr¨¢tico. Las urnas, las ideolog¨ªas y las empresas cat¨®licas pueden servir de maquinaria para construir un espacio confortable, en definitiva, una sacrist¨ªa m¨¢s grande. En vez de cultivar los g¨¦rmenes m¨¢s nobles que brotan en las culturas emergentes, prefieren plantar ¨¢rboles vetustos que den sombra a las costumbres y creencias tradicionales.
Los m¨¢s ardorosos en romper con la sacrist¨ªa han sido esos cristianos progresistas, entusiasmados con reformar la Iglesia desde la pol¨ªtica. Se entusiasman con el compromiso pol¨ªtico y la opci¨®n liberadora de los oprimidos. Se les niega el pan y la sal y terminan por hacer de la pol¨ªtica otra religi¨®n, algo as¨ª como una sacrist¨ªa sin companario.
Est¨¢ surgiendo, sin embargo, en la Iglesia espa?ola otra opci¨®n, todav¨ªa en fase germinal, de cristianos inmersos en la atm¨®sfera del mundo, ajenos a cualquier preocupaci¨®n de relevancia, cuya funci¨®n podr¨ªamos llamar clorof¨ªlica de valorar, asimilar, respirar y transformar la realidad existente. Es una labor de an¨¢lisis desde la fe. En la ¨¦poca de la inform¨¢tica corremos el riesgo de saber poco de la vida de la gente. Para Paul Claudel conocer (co-naissance) equivale a renacer con otro. La Iglesia tiene que nacer en cada uno.
La opci¨®n religiosa no se reduce a la esfera personal, precisamente porque hunde en ella sus ra¨ªces. El asociacionismo cat¨®lico, la comunidad, es la otra dimensi¨®n de la presencia de la Iglesia en el mundo. No es una presencia de cristianos en di¨¢spora. Entre los grupos apost¨®licos y las fuerzas pol¨ªticas no existe una diferencia de ¨¢mbitos o de espacios, sino de actitudes, de fines y de medios. Hay que romper con la alianza de estrategias que conducen inevitablemente a la mezcla de intereses. La presencia de los cat¨®licos en la pol¨ªtica ni puede ni debe ser tan unitaria como la del asociacionismo apost¨®lico.
Este breve apunte no se puede terminar sin afirmar que a pesar de la riqueza doctrinal del concilio sobre los laicos, las relaciones de la jerarqu¨ªa con el laicado siguen siendo inmaduras, s¨ª es que no han ido para atr¨¢s en cuanto al reconocimiento de su propia autonom¨ªa. La sacrist¨ªa es como el lugar simb¨®lico del dominio de los cl¨¦rigos. Una Iglesia clericalizada no es presentable ni capaz dehacerse presente en el mundo actual. Los momentos m¨¢s cr¨ªticos del catolicismo espa?ol suelen coincidir con la crisis de confianza en estas relaciones. Una vez m¨¢s, la Iglesia espa?ola puede darse de bruces con la insuficiencia y aun la ausencia de mediaciones culturales precisamente por no haber reconocido el papel de los laicos y el valor de la laicidad en una Iglesia que tiene que hacerse presente en la historia.
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