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Tribuna:LECTURAS DE VERANO
Tribuna
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Fetichismo en Nueva Inglaterra

Fernando Savater

No me averg¨¹enza ser fetichista me avergonzar¨ªa avergonzarme de ello. Vivo escandalosamente cercado por los idolillos de mis pasiones, por las huellas de mis caprichos, por la conmemoraci¨®n en estampa, brizna o sello de llagas jubilosas sin las que no sabr¨ªa ser Para los fetichistas cada viaje es una peregrinaci¨®n y cada d¨ªa un aniversario; las ciudades est¨¢n distribuidas en lugares sacros de exultaci¨®n y zonas en las que ya no se puede penetrar sin grave riesgo del alma; los meses renuevan la ocasi¨®n de citas gloriosas y de in faustas efem¨¦rides. Al tener el primer calendario de un a?o en la mano, empiezo por averiguar en qu¨¦ d¨ªa del mes cae cierto mi¨¦rco les de junio; por otra parte, hay un puente en Madrid que me est¨¢ vedado cruzar sin desgarramiento. Ciertas m¨²sicas y ciertos alimentos, no digamos ya ciertas bebidas, son requeridas en sus debidos momentos con perentoriedad propiciator¨ªa. S¨ª no tuviera una pipa vac¨ªa con laque juguetear mientras intento escribir, ser¨ªa incapaz de perge?ar estas l¨ªneas. El fetichismo convierte la exterioridad objetiva en proyecci¨®n significativa de la intimidad y del deseo. Es in¨²til reprocharle la man¨ªa de aferrarse sentimentalmente a algo m¨¢s o menos irrelevante en lugar de prestar atenci¨®n a lo real, pues lo real mismo tampoco es relevante salvo como fetiche. Todo est¨¢ en lugar de algo perdido o a¨²n no llegado, el propio mundo y el coraz¨®n que se le enfrenta son a fin de cuentas fetiches que invocan alg¨²n imposible desconocido.No me atrae viajar a un sitio sobre el que no he le¨ªdo nada, En cambio, aprovechar cualquier traves¨ªa para repasar los libros adecuados al paisaje visitado es para m¨ª el sentido mismo de un feliz viaje. Por fortuna, Nueva Inglaterra es una tierra eminentemente literaria: en ella y sobre ella se ha escrito mucho. As¨ª, mientras goc¨¦ de la fraternal hospitalidad de la Spanish School de Middlebury, en Vermont, tuve la mejor ocasi¨®n de releer a Robert Frost y, sobre todo, los admirables ensayos de Emerson, acompa?ados de aquel estudio person al¨ªsimo y pintoresco de don Jos¨¦ Ingenieros titulado sugestivamente Hacia una moral sin dogmas. Desde la granja de Frost, cerca de Breadloaf, imagin¨¦ los oros y p¨²rpuras oscuros del c¨¦lebre oto?o de Vermont -poco m¨¢s largo y, sin duda, no menos hermoso que el florecer de los almendros en alg¨²n lugar exquisito pr¨®ximo a Kyoto- Cabrera Infante me hab¨ªa contado que Hitchckock retras¨® un a?o el rodaje de su ?Qui¨¦n mat¨® a Harry?, para contar con la belleza singular del oto?o vermontino, pero tuvo la mala suerte de que la estaci¨®n fue muy lluviosa y la hoja, delicada decoraci¨®n, cay¨® demasiado pronto. The trouble with Harry termin¨® siendo The trouble with fall at Vermont; finalmente, el irreductible Hitch acab¨® pegando hojas ca¨ªdas en las ramas para asegurar el rodaje de ciertas escenas. Como ya sab¨ªamos, nada es m¨¢s natural que no confiar en la naturaleza.

DE 'TIBUR?N'A 'MOBY DICK'

Por mi parte, en cambio, jugu¨¦ sobre seguro cuando decid¨ª hacer un viaje de fin de semana a Nantucket. La satisfacci¨®n estaba garantizada, en primer lugar, por el propio medio de transporte que hace el recorrido Burlington-Boston-Nantucket (de vez en cuando con cierta deliciosa imprevisibilidad, tiene escala en Martha's Vineyard, en cuyas playas se rod¨® la pel¨ªcula Tibur¨®n): se trata de una avioneta de seis u ocho plazas que convierte cualquier desplazamiento en una gesta digna del Spirit of St. Louis. Soy de los que piensan que volar es algo siempre m¨¢s hermoso que el sitio mismo al que el vuelo lleva, pero en este caso la circunstancia era verdaderamente excepcional. Los suaves verdes y azules ¨ªndigos de Cape Cod (aquel Cape Cod cantado inolvidamente por Santayana en su mejor poema What will become of man?) se deslizaban bajo nuestra peque?a aeronave con m¨¢gico y libre esplendor.

Y luego la baza se fuerza con la misma Nantucket, uno de los nombres m¨¢s aureolados de mi mitolog¨ªa privada. Para declarar su nombrad¨ªa basta una frase: de esa peque?a isla parti¨® el Pequod en busca de Moby Dick. Hace m¨¢s de 20 a?os dediqu¨¦ el que fue mi primer ensayo a esa cacer¨ªa metaf¨ªsica: a veces pienso que nunca he escrito sobre otro tema. Por cierto, que el capit¨¢n Ahab debe ser considerado el santo patrono de todos los fetichistas, pues ¨¦l fue quien, cuando Starbuck le reprochaba como blasfemo volcar el odio contra una bestia irracional, repuso que todo es m¨¢scara y que el hombre, cuando quiere golpear, debe hacerlo a trav¨¦s de la m¨¢scara. El fetichista es quien sabe que el mundo jam¨¢s podr¨¢ ser plenamente desenmascarado y acepta pelear y gozar a trav¨¦s de las m¨¢scaras. Puede parecer absurdo que el nombre y la simple existencia de un lugar signifiquen tanto para uno antes de haber estado all¨ª, pero me redimi¨® aprender -en el curioso museo ballenero de la cudad, primer hito de mi peregrinaje- que tampoco Hermann Melville hab¨ªa estado en Nantucket cuando lededic¨® su c¨¦lebre p¨¢gina de Moby Dick. no la visit¨® hasta a?os despu¨¦s y, como yo mismo, en peregrinaci¨®n a causa de su propia obra.

Por lo dem¨¢s, Nantucket es hoy un refinado balneario para los happy few de Nueva York y Boston. Sus casitas de. madera y sus muelles siguen conservando un encanto decimon¨®nico, pero Ismahel se las hubiera visto y deseado para pagar la pensi¨®n en la que vivi¨® su extra?a y casi tierna aventura nocturna con Queequeg: los precios son absolutamente prohibitivos. Unos cuanto fetiches-souvenirs que compr¨¦ -todos balleneros- me costaron tanto como fletar un barco... Para que no todo fuese arponazo y tentetieso- pase¨¦ hasta el n¨²mero 21 de Pine St., donde pas¨® algunos a?os el entra?able Tennessee Williams, pionero de la recuperaci¨®n para la bohemia chic del lugar. Alguien con afici¨®n a esas cosas quiz¨¢ se molestara en desmitificar en unas cuantas l¨ªneas socio-c¨ªnicas el legendario puntal ballenero a partir de su actual comercializaci¨®n tur¨ªstica: no esperen de m¨ª semejante ingenuidad. En contra de lo que suele promulgarse, no hay mayor candor que el de quien tiene el morbo de rebajar y mostrar el "no es m¨¢s que" de lugares y cosas bellamente simb¨®licos. Que todo lo que hay no es m¨¢s que bien poco lo ve cualquiera que no sea completamente imb¨¦cil a la primera ojeada: lo que requiere un poco m¨¢s de esfuerzo y penetraci¨®n est¨¦tica es mostrar o reconocer el "algo m¨¢s" tras el "no es m¨¢s que". Estoy seguro de que en los grises crep¨²sculos de invierno, a quien contemple nost¨¢lgicamente el Atl¨¢ntico desde uno de los muelles de Nantucket no dejar¨¢ de acerc¨¢rsele una huidiza figura para aconsejarle, en nombre de la salvaci¨®n de su alma, que no se enrole en el ballenero maldito.

INSPIRACI?N PRIVILEGIADA

Quiz¨¢ Boston no sea ya el ombligo del universo, como proclam¨® en su d¨ªa el doctor Oliver Wendell Holmes, pero es, desde luego, un centro de inspiraci¨®n privilegiada para fetichistas. Cuando llego a la ciudad, sin embargo, tengo que atemperar mi fetichismo de acuerdo con mis posibilidades: el Bostoni¨¢n Hotel, magn¨ªficamente ?situado y cuyo nombre me suena del¨ªciosamente a Henry James, no entra en mi presupuesto. Como todas las cosas aut¨¦nticamente sin precio, la man¨ªa fetichista resulta a veces un poco demasiado cara. Por lo dem¨¢s, la figura m¨¢s idolizada del momento en Nueva Inglaterra no es un bostoniano de pro, sino cierto nativo de Misuri trasplantado a Connecticut: Mark Twain, de quien se celebra la publicaci¨®n hace 100 a?os de Las aventuras de Huekleberry Finn (la segunda gran novela americana del pasado siglo, pues la primera, obviamente, es Moby Dick). Con motivo de esta efem¨¦ride, el Boston Globe ha enviado a uno de sus reporteros y a un fot¨®grafo a recorrerse el Misisip¨ª tras las huellas del vagabundo adolescente y su compa?ero negro, tal como yo recorr¨ª hace unos a?os con un amigo fot¨®grafo la Escocia de Stevenson, para conmemorar el centenario de La isla del tesoro, con un reportaje para este peri¨®dico.

Como todo humorista que es algo m¨¢s que gracioso, Mark Twain fue uno de los m¨¢s atroces pesimistas que pueda imaginarse: "No entiendo por qu¨¦ Dios, en un momento de ocio y necedad, invent¨® esta bastarda raza humana, y por qu¨¦, despu¨¦s de inventaria, decidi¨® hacer de cada uno de sus individuos un nido de repugnantes e innecesarias enfermedades, un tonel de desperdicios p¨²tridos". O tambi¨¦n: "Todos dicen: qu¨¦ desgracia tener que morir; extra?a queja en boca de quienes han tenido que vivir". Como abominaba con toda l¨®gica y sensatez de la condici¨®n natural humana, se ve¨ªa obligado a depositar cierta confianza sui generis en la educaci¨®n: "El entrenamiento lo es todo", escribe uno de sus portavoces literarios, Wilson el chiflado. "El melocot¨®n fue una vez una almendra amarga; la coliflor no es m¨¢s que un repollo con educaci¨®n universitaria". A partir de este esc¨¦ptico inter¨¦s por las cuestiones docentes redact¨® algunos consejos para los j¨®venes cuyo tono recuerda irresistiblemente los mejores momentos de Groucho Marx: "Irse a la cama pronto y levantarse temprano es cosa sabia. Algunas autoridades dicen que hay que levantarse con el sol, otras que hay que levantarse con esto, y otras con lo de m¨¢s all¨¢. Pero una alondra es en realidad la mejor cosa con la que levantarse. Se consigue una espl¨¦ndida reputaci¨®n cuando todo el mundo sabe que se ha levantado uno con la alondra; y si se consigue la clase adecuada de alondra y se la trabaja bien, uno puede f¨¢cilmente entrenarla para que se levante a las nueve y media todos los d¨ªas, en lo cual no hay truco ninguno". No s¨¦ si los j¨®venes leen hoy a Mark Twain, pero estoy seguro de que los adultos que parecen menos cretinos lo son por no haberle olvidado del todo.

Uno de los recorridos obligados que las gu¨ªas tur¨ªsticas aconsejan hacer al visitante de Boston es la llamada freedom trail, trayecto se?alado con una l¨ªnea roja por el pavimento de la ciudad que une -a lo largo de unas tres millas- los principales monumentos hist¨®ricos. Como turista, soy de una docilidad absoluta; jam¨¢s me dejo enga?ar por ese tipo de chocantes expertos que se empe?an en desaconsejarle a uno la visita a la Gioconda o a La Piet¨¤, de Miguel ?ngel, para recomendar en su lugar alguna maravilla de extrarradio que s¨®lo ellos conocen. En este campo, los t¨®picos y las convenciones suelen ser criterios mucho mejores que el af¨¢n individual de sentar c¨¢tedra. De modo que me recorro como est¨¢ mandado la freedom trail y acumulo detalles sobre el lugar natal de Benjam¨ªn Franklin, la cabalgada del patriota Paul Revere que celebra un poema de Longfellow, la calle en que ocurri¨® la llamada "matanza de Boston" considerada, junto al c¨¦lebre episodio del Tea Party, como origen de la revoluci¨®n independentista americana, etc¨¦tera... En la Old North Church, una placa atestigua as¨ª: "Aqu¨ª, el 13 de septiembre de 1757, John Childs, que hab¨ªa dado p¨²blica noticia de su intenci¨®n de volar desde el tejado de la iglesia del doctor Cutler, lo consigui¨® a satisfacci¨®n de gran n¨²mero de espectadores". Vaya, se echan de menos los detalles.

Como en Estados Unidos la historia es tan corta, uno contempla mejor el nacimiento de la mitolog¨ªa nacional, la necesidad de prestigiarse un pasado, com¨²n a todos los pueblos, pero en Europa algo disimulada ya por ¨¦l paso de los siglos. En una de las ¨²ltimas etapas del recorrido asisto a la reconstrucci¨®n en un diorama estereof¨®nico y pasablemente chovinista de la batalla de Bunker Hill entre los patriotas del coronel Prescott y los granaderos reales ingleses. Mientras escucho disparos y ayes de dolor reproducidos de modo muy realista, no puedo dejar de pensar que en todo pa¨ªs que lucha por independizarse est¨¢n los g¨¦rmenes del opresor imperial en que a poco que pueda se convertir¨¢ despu¨¦s. El patriotismo es desde luego otro fetichismo, pero me resulta el m¨¢s obtuso y manipulable de todos. En su ¨²ltimo y con frecuencia soberbio libro Los conjurados, Borges dedica un poema en prosa a un argentino y un ingl¨¦s muertos en la est¨²pida invasi¨®n de las Malvinas; empieza as¨ª: "Les toc¨® en suerte una ¨¦poca extra?a. El planeta hab¨ªa sido parcelado en distintos pa¨ªses, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitolog¨ªa peculiar, de pr¨®ceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de s¨ªmbolos. Esa divisi¨®n, cara a los cart¨®grafos, auspiciaba las guerras". En la freedom trail, entre tantos recuerdos de haza?as estatales, echo de menos alguna referencia a aquel solitario, embrujado y vacilante "caballero de Boston" (como le denomin¨® John Dickson Carr en el t¨ªtulo de un cuento estupendo que le tiene por protagonista) llamado Edgar Allan Poe. Pero es que la libertad que auspici¨®, este poeta no tiene m¨¢s patria que el sue?o y el miedo, que son comunes a todos los hombres...

LA HUELLA FRANCESA

Una vez cruzado "ese r¨ªo llamado Carlos", como escribi¨® en cierto poema D¨¢maso Alonso, me encuentro, en la cooperativa de la Harvard University, con todo un inabarcable emporio de fetiches. Camisetas, jerseis, gorras, corbatas, vasos, ceniceros, todo lleva el emblema y los colores de ese prestigioso centro docente del que uno de sus profesores m¨¢s ilustres, Georges Santayana, guard¨¦ por cierto una tan mediocre impresi¨®n despu¨¦s de varias d¨¦cadas de permanencia. Llevado por tina idiolatr¨ªa m¨¢s privada, explor¨® la secci¨®n de libros, con especial atenci¨®n a los de ensayo y pensamiento. Tropiezo all¨ª con el gran fetiche actual, reci¨¦n importado, de Europa, de la filosof¨ªa acad¨¦mica americana (si es que tal endriago realmente existe): la deconstrucci¨®n. Todo el ensayismo yanqui est¨¢ desconstruy¨¦ndose a ojos vistas y encuentro vol¨²menes de no desde?able calibre muy seriamente titulados Wittgenstein y la deconstrucci¨®n, Sartre y la deconstrucci¨®n o incluso Marxism and deconstruction: a critical articulation. Despu¨¦s de la Dial¨¦ctica vino la Estructura y ahora le toca a la Deconstrucci¨®n en la lista de confusas deidades que sirven a la vez de trinchera, parapeto y pasatiempo ?a quienes tienen la dolorosa obligaci¨®n de mostrar con la debida scholarship lo que se supone que otros pensaron. Es curioso, sin embargo, que lo de la deconstrucci¨®n haya pegado menos en la cada vez m¨¢s deconstruida Europa que en Am¨¦rica, tradicionalmente esc¨¦ptica ante los mediterr¨¢neos te¨®ricos profetizados desde Par¨ªs en r¨¢pida sucesi¨®n. ?Un par de estancias de Jacques Derrida en Berleley y se lo han tragado con anzuelo y todo! Si ya no va a poder confiarse ni en el receloso sentido com¨²n de los anglosajones, no s¨¦ qu¨¦ va a quedar de s¨®lido en este mundo.

Por mi parte sigo fiel a divinidades casi desafectadas y compro el Adorno, de Martin Jay, autor de una muy ¨²til biograf¨ªa intelectual de la escuela de Frankfort traducida al castellano con el t¨ªtulo de La imaginaci¨®n dial¨¦ctica. Por m¨¢s que se relea a Adorno, nunca deja de ser evidente su inmensa penetraci¨®n y su devastadora cultura, aunque tantas veces parezca girar en el vac¨ªo o empe?arse con arbitrariedad en enconos equivocados. ?C¨®mo no echarle de menos cuando oye uno hablar de esas pamema de la cultura popular, ¨¦tnicamente enraizada, etc¨¦tera...! ?Qu¨¦ habr¨ªa dicho ¨¦l, que hasta desconfiaba de Janacek y Bartok por pretender ser en ocasiones demasiado raciales? Hablando de "lo alem¨¢n" (traduzcamos: lo espa?ol, lo vasco, lo catal¨¢n...) afirm¨®: "Lo verdadero y lo mejor en todo pueblo es m¨¢s bien lo que no se ajusta al sujeto colectivo, y que, llegado el caso, se le opone". Por supuesto, no tuvo complacencias con la palabra fetichismo en ninguna de sus acepciones. Contra el surrealismo dijo, entre otras cosas, que "intenta retrotraernos a la infancia por el fetichismo y no por la inmersi¨®n en nosotros mismos". Pues bien, no por ello se libr¨® en su d¨ªa ni se libra ahora del peso igualador de la moda intelectual. Ya en la introducci¨®n de su nada desde?able ensayo, Martin Jay reverencia a los manes del d¨ªa y le convierte nada menos que en precursor del deconstruccionismo. Bueno, pues si hay que deconstruirse, que sea siempre del lado de Adorno y no desde la cada vez menos limpia acera de enfrente... en la cual, inevitablemente, tambi¨¦n tenemos algunos maestros y algunos amores.

LA MODA MADONNA

Ser¨¢n necesarios todav¨ªa m¨¢s ejemplos de fetichismo en Harvard? Podr¨ªamos aportar cuantos hicieran falta, pero bastar¨¢ con mencionar dos modas de rigurosa actualidad y juvenil aceptaci¨®n. La primera de ellas es el fen¨®meno Madonna. Adem¨¢s de la regocijante explicitud sexual del personaje, lo que m¨¢s fija la atenci¨®n en ella es toda la parafernalia cl¨¢sicamente fetichista de que aparece revestida: encajes, rosarios, ligueros, medias oscuras, altos tacones, maquillajes hiperfemeninos... Madonna parece brotada del manual masturbatorio (?qu¨¦ m¨¢s l¨®gico que los masturbadores tengan su manual?) del perfecto fetichista. Musicalmente no parece destinada a borrar el recuerdo de Janis Joplin, pero cumple su cometido a satisfacci¨®n de un p¨²blico que -en contra de lo que nos ense?aron los disc¨ªpulos menos avispados de la escuela de Francfort- sabe perfectamente lo que quiere, aunque no tenga la m¨¢s remota idea de por qu¨¦ lo quiere. En Harvard Square me cruc¨¦ con bastante! madonninas calificables de notable alto para arriba y hasta con alg¨²n madonnazo sobresaliente. Una de las indudables ventajas de Madonna es lo agradecido de imitar que resulta su peculiar estilo, como supongo que pronto veremos, si no est¨¢ ya a la vista, en nuestro pa¨ªs.

La segunda moda es el culto en torno a una pel¨ªcula francesa, Diva, estrenada hace cinco o seis a?os y que en Espa?a pas¨® sin pena ni gloria, fugazmente. Los v¨ªdeos piratas de esa cinta son actualmente de lo m¨¢s cotizado entre los j¨®venes americanos y sus constantes reposiciones en cines de p¨²blico en su mayor¨ªa universitario son seguidas religiosamente por un coro estupendamente sectario que oye la cinta casi sin respirar, aprobando al pasar con risitas satisfechas o suspiros los momentos m¨¢s intensos y aplaudiendo con entrega al final de la proyecci¨®n. Pues bien, Diva no es tan s¨®lo un fetiche en s¨ª misma, en cuanto pel¨ªcula, sino que su argumento es la historia de un fetichismo. La trama, que mezcla diversos t¨®picos de? cine negro con personajes antol¨®gicos, se centra en torno a un joven cartero m¨ªticamente enamorado de una formidable soprano de color, por la que siente algo a¨²n m¨¢s intenso de lo que sufre Terenci Moix por Montserrat Caball¨¦, o este servidor de ustedes por Frederica von Stade. La soprano en cuesti¨®n nunca graba discos y la obsesi¨®n del joven cartero es registrar con un magnet¨®fono oculto alguna de sus mejores arias, para escucharla en masturbatoria soledad arropado en uno de los vestidos de la cantante sustra¨ªdo convenientemente al efecto. El aria elegida, por cierto, coraz¨®n musical de la pel¨ªcula y parte indudable del arrobo que despierta en las almas sensibles, es un fragmento maravilloso del primer acto de La Wally, de Catalani, del que hay una incomparable grabaci¨®n -y que me perdone el cartero enamorado- a cargo de Mar¨ªa Callas. Yo no hab¨ªa visto en su d¨ªa Diva en Espa?a y asisto por primera vez a su repesca en Harvard: soy testigo del ¨¦xtasis gozado por una tribu amable de fan¨¢ticos entre los que ya sin m¨¢s paso a incluirme.

Mi ¨²ltimo domingo en Boston y en Nueva Inglaterra. ?Ah, qu¨¦ delicia repetir ese nombre, Nueva Inglaterra, ahora que se ha puesto de moda entre los horteras -a santo de no s¨¦ qu¨¦ hecatombe futbol¨ªstica o de qu¨¦ agravios industriales- negar la cordialidad civilizada de quienes tan ¨¢ureamente la representan! Llegar¨¢n a hacernos aborrecer el dichoso Mediterr¨¢neo... Disfruto de mi brunch en una deliciosa terraza de Faneufl Hall y me concedo el gusto de tomar a las 11 de la ma?ana un at¨²n a la parrilla preparado con teriyaki, el sabroso adobo japon¨¦s tan adecuado con las carnes, pero que colabora perfectamente con la prieta textura de este pescado azul. Para beber pido chapa?a, m¨ª variedad preferida de cerveza en tierras de vino poco fiable. Tres copas despu¨¦s, empiezo a sentirme mucho m¨¢s acorde con lo que me rodea y hasta perdono al universo inh¨®spito viejos agravios. ?Deber¨¦ a fin de cuentas suscribir el hermoso epitafio que para s¨ª mismo compusiera Robert Frost? I had a lover's quarrel with the world! Tuve una ri?a de enamorados con el mundo..., ?si s¨®lo hubiera sido eso! Entonces la camarera, rubia y rauda, entabla conmigo una conversaci¨®n que -pese a sus amables elogios a mi semiinexistente ingl¨¦s oral- sospecho m¨¢s bien embarullada ?De d¨®nde vengo? Primero menciono Madrid, luego Middlebury, Vermont, despu¨¦s Nantucket... Para ahorrarme sufrimientos ling¨¹¨ªsticos o por sincera hospitalidad, zanja ella as¨ª la cuesti¨®n: "Bueno, a partir de ahora ya es usted un caballero de Boston". A gentleman from Boston! No pido nada m¨¢s, pues. Gracias, Poe.

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