La izquierda y el individuo, hoy
En dos art¨ªculos recientes publicados en estas mismas p¨¢ginas bajo el t¨ªtulo com¨²n de El pensamiento de la derecha, hoy, Alfonso Sastre ha suscitado de nuevo el, por lo visto, eterno tema de la contraposici¨®n entre la visi¨®n que izquierdas y derechas tienen de las cosas de este mundo. Tema poco veraniego, me temo. Pero quiz¨¢ por eso mismo resulte, a fin de cuentas, refrescante abundar pol¨¦micamente en ¨¦l: ?acaso no combaten los ¨¢rabes el calor del desierto a fuerza de ropa abundante y t¨¦ hirviendo? En el trabajo de Sastre distingo dos ¨¢reas generales de inter¨¦s. La primera es una suerte de reprobatorio lamento por el alejamiento de las posturas de izquierda al que han llegado antiguos "mao¨ªstas, ¨¢cratas y radicales de izquierda sin partido"; primera sorpresa, esta dolorosa degeneraci¨®n no afecta por lo visto a los estalinistas a mucha honra de ayer. Ya se sabe, quien tuvo retuvo, pero quien mal anda mal acaba.No s¨®lo anticomunistas, sino tambi¨¦n antimarxistas, posizquierdistas y, por tanto, neoderechistas, "poco valor civil puede advertirse en estos brillantes cachorros del neocapitalismo...". Hombre, Alfonso, se puede ser un cl¨¢sico, pero el dicterio de los cachorros suena algo pasado. Me recuerda una discusi¨®n callejera que tuve hace no mucho en las p¨¢ginas de Egin con un m¨²sico duro de o¨ªdo, el cual, tras acusarme de ret¨®rico, me reputaba de "vendido a los amos del capital". Creo sinceramente que dentro de poco esas expresiones ya no colar¨¢n ni en el Egin. Pero sigamos. Del valor civil hablaremos otro d¨ªa: por el momento, yo me conformar¨ªa con civilizar el valor, lo cual, por cierto, es lo contrario de la cobard¨ªa y lo opuesto a la brutalidad. Se pregunta Sastre hasta qu¨¦ punto los cambios de fortuna personal o el envejecimiento mal asumido han podido determinar ese proceso degenerativo, sin llegar a ninguna conclusi¨®n definitiva al respecto. En efecto, todas las trayectorias personales son algo misteriosas: tanto la del intransigente grupusculario de ayer, hoy reciclado concejal de cultura, como la del ex seminarista guerrillero cuya vocaci¨®n de distribuir hostias se encarrila ahora por v¨ªa non sacra. Un cierto sello personal, empero -Schopenhauer hubiera hablado de car¨¢cter-, suele marcar cada biograf¨ªa, y as¨ª los hay que siempre ser¨¢n oportunistas, sectarios o demagogos, lo mismo que otros cultivar¨¢n la credulidad delirante, la reverencia ante la fuerza y el sadomasoquismo. Ya se sabe, genio y figura...
Uno de los problemas que se le plantean al lector en esta primera fase del doble art¨ªculo de Sastre es la univocidad con la que maneja t¨¦rminos tan ambiguos como izquierda, derecha, revolucionario, etc¨¦tera. Si por lo menos se atreviera a definirlos de una vez por todas ... ; pero claro, ya desde Nietzsche sabemos que "lo que tiene historia no puede tener definici¨®n"; lo malo es que aqu¨ª es esa historia o evoluci¨®n de los t¨¦rminos lo que precisamente se nos escamotea. Vayamos a la voz izquierda, por ejemplo, que es la que nos interesa, porque todos queremos salvar el alma. ?De qu¨¦ izquierda se trata? Aqu¨ª habr¨ªa que recordar el viejo chiste del devoto que se cae de un avi¨®n en vuelo e invoca la intervenci¨®n milagrosa de san Antonio; los cielos se abren, una mano gigantesca le detiene en su ca¨ªda y una voz sobrehumana pregunta: "?Qu¨¦ san Antonio?". "De Padua", contesta aventuradamente el beneficiado, pero no acierta y la mano le deja caer. ?Es acaso el san Antonio de Alfonso Sastre el ¨²nico posible y todos los dem¨¢s son neoderechistas o se trata quiz¨¢ de un simple santo local, menor, poco escuchado en el cielo, incluso puede que el propio demonio disfrazado? Espero que ni Kant ni Sastre me tachen de esc¨¦ptico si reconozco que tengo serias dudas al respecto.
El segundo y m¨¢s extensamente tratado asunto por el que se preocupa nuestro dramaturgo es el del individualismo, ideolog¨ªa que Sastre asimila como cl¨¢sica del pensamiento de derechas. Esta cuesti¨®n es ya m¨¢s jugosa que los inquisitoriales proleg¨®menos que la preceden. Para Sastre, la concepci¨®n del hombre como ser individual pertenece a la derecha, y la del hombre como ser social pertenece a la izquierda. "Esto es una simplificaci¨®n, lo s¨¦", a?ade de inmediato, y de este modo tranquiliza al lector, no porque ¨¦ste no se hubiera dado cuenta ya de la obvia simplificaci¨®n, sino porque se le advierte de que tambi¨¦n Sastre es consciente de ella y no como otras veces. Pero despu¨¦s poco hace para confirmar esta primera perspicacia, porque su descripci¨®n del individualista sigue siendo, ya no simple, sino obtusa, y de esto no parece darse cuenta. Seg¨²n ¨¦l, el individualista contin¨²a hoy creyendo que la sociedad es un agregado de individuos preexistentes, ignora la necesidad del v¨ªnculo social y supone que la comunidad le obstaculiza el magno proyecto de ser ¨¦l mismo. Se equivoca, claro est¨¢, y Sastre le amonesta por ello con delectaci¨®n. ?Acaso el individualista no ha reparado que incluso en los mon¨®logos teatrales siempre, de un modo u otro, est¨¢n presentes los dem¨¢s? Aqu¨ª Sastre enumera el t¨ªtulo de varios mon¨®logos teatrales, por si acaso el individualista ha llevado su solipsismo hasta el punto de no pisar en su vida un espect¨¢culo p¨²blico. Tambi¨¦n el triste destino de los ni?os-lobo, las lecciones de la psicolog¨ªa infantil y la suerte de banderillas nos devuelven a esta verdad b¨¢sica, que s¨®lo el individualista ignora: dos es antes que uno. Por mucho af¨¢n que se tenga de autodeterminaci¨®n individual (la expresi¨®n es m¨ªa, en un art¨ªculo de estas mismas p¨¢ginas; todo el esfuerzo te¨®rico de Alfonso Sastre va destinado a neutralizarla), a fin de cuentas ¨¦sta s¨®lo puede Regarte por v¨ªa social: si no quieres asumir, como debieras, la lucha de liberaci¨®n de la naci¨®n en que -estatista redundancia que a Sastre le parece natural- has nacido o tu papel de hijo de tornero en la lucha de clases (si has nacido alem¨¢n bajo Hitler o hijo de burgu¨¦s, como Marx y Engels, lo justo es pasarse al enemigo), no por ello te librar¨¢s de la obligaci¨®n grupal: segregado del pueblo que por naturaleza sastriana te corresponde, tendr¨¢s que ser hippie (no, ya no hay), ejecutivo o intelectual. Quod erat demonstrandum.
Centrando la cuesti¨®n en lo que le interesa, Sastre concluye: "Postular la autodetemiinaci¨®n individual versus las luchas de liberaci¨®n y/o social es... una muestra de inepcia intelectual que sit¨²a a los postulantes de ese proyecto de liberaci¨®n en las afueras de un pensamiento cr¨ªtico -o sea, del pensamiento-". De muestras de inepcia intelectual no me atrevo a discutir con Alfonso Sastre, porque le reconozco en ese campo una, competencia que no poseo, pero lo del pensamiento cr¨ªtico ya me resulta m¨¢s familiar. Me recuerda de inmediato la teor¨ªa cr¨ªtica y la escuela de Francfort, el movimiento de reflexi¨®n desde la izquierda m¨¢s sugestivo de lo que va de siglo. Ellos precisamente nos ense?aron que la oposici¨®n frontal entre individuo y sociedad es una trampa, mediante la cual se erige a aqu¨¦l como causante indisciplinado de las insuficiencias de ¨¦sta, y a ¨¦sta, como ultima ratio de las frustraciones de aqu¨¦l: doble coartada. Pero tambi¨¦n mostraron que en el sistema universal de alienaci¨®n pol¨ªtica, la subjetividad que se opone y resiste a la integraci¨®n necesaria en el todo es lo ¨²nico que mantiene la promesa de una solidaridad no coactiva. Urgido por este recuerdo, voy a acotar brevemente aqu¨ª las opiniones de Theodor Adorno sobre un par de temas suscitados por Sastre. Como estoy con biblioteca de verano, todas mis citas son de un solo libro de Adorno, Consignas, publicado el a?o de la muerte de su autor; cito por la edici¨®n castellana de Amorrortu Editores, Buenos Aires; 1973.
Primero, la cuesti¨®n del nacionalismo. Al verle simpatizar con la idea de naci¨®n, que ¨¦l mismo reconoce "una idea mantenida tradicionalmente por la derecha", uno podr¨ªa creer que el neoderechismo que nos invade ha infectado ya hasta a Alfonso Sastre. No es as¨ª, se nos asegura, porque, curiosamente, el obsceno oscurantismo patriotero es hoy "uno de los motores m¨¢s decisivos en los movimientos revolucionarios". La prueba, las pocas luces triunfales de esta ¨¦poca triste: Cuba, Vietnam, Argelia. Los ejemplos est¨¢n bien elegidos (?por qu¨¦ no hablar de Uganda, Guinea Ecuatorial o Ir¨¢n?), pues son tres pa¨ªses que han logrado un modelo pol¨ªtico y un desarrollo social envidiables, que pueblos oprimidos como Euskadi o Catalu?a no pueden sino aflorar desde lejos. A Adorno no le hab¨ªan llegado noticias de este cambio de signo del nacionalismo, por lo que escrib¨ªa: "El clima que m¨¢s favorece la repetici¨®n de Auswitz es el resurgimiento del nacionalismo. ?ste es tan malo porque en una ¨¦poca de comunicaci¨®n internacional y de bloques supranacionales ya no puede creer en s¨ª mismo tan f¨¢cilmente y debe hipertrofiarse hasta la desmesura para convencerse a s¨ª mismo y convencer a los dem¨¢s de que a¨²n sigue siendo sustancial" (p¨¢gina 94). No por ello es Adorno sospechoso de reclamar la cocacolizaci¨®n uniforme del mundo, sino que m¨¢s bien ahoga por las diferencias: "Paz es un estado de diferenciaci¨®n sin sojuzgamiento, en el que lo diferente es compartido" (p¨¢gina 145). Lo que ¨¦l no sab¨ªa es que la diferencia hay que estatalizarla y nacionalizarla para que sea revolucionaria. Hasta tal punto lo ignora que considera la diferencia libre y la identidad popular -que reclama estatalizarse- como contradictorias: "Lo verdadero y lo mejor en todo pueblo es m¨¢s bien lo que no se ajusta al sujeto colectivo y que, llegado el caso, se le opone. La formaci¨®n de estereotipos, por el contrario, favorece el narcisismo colectivo" (p¨¢gina 96).
Al sujeto individual que en un contexto nacionalista (si adem¨¢s ¨¦ste es revolucionario, a¨²n peor) no se doblegue al griter¨ªo narcisista, se le intentar¨¢ descalificar por todos los medios: quiz¨¢ hasta se le reproche carecer de valor c¨ªvico. "Estas t¨¦cnicas est¨¢n presididas por un principio autoritario: el que disiente debe aceptar la opini¨®n del grupo. Gente intolerante proyecta su propia intolerancia en quien no quiere dejarse aterrorizar" (p¨¢gina 170). Aqu¨ª llegamos al tema de la traici¨®n, tambi¨¦n mencionado por Sastre y tan de actualidad en Euskadi desde que se inici¨® el proceso de reinserci¨®n de etarras. "El concepto de traidor proviene de la traici¨®n eterna de la represi¨®n colectiva, no importa de qu¨¦ color. La ley de las comunidades conspirativas es la inapelabilidad; por eso les place a los conspiradores desenterrar el concepto m¨ªtico del juramento. El que tiene otra opini¨®n no s¨®lo es expulsado, sino que se ve expuesto a las m¨¢s duras sanciones morales. El concepto de moral reclama autonom¨ªa, pero los que tienen en la boca la palabra moral no toleran la autonom¨ªa. Si alguien merece ser llamado traidor, es el que delinque contra la propia autonom¨ªa" (p¨¢gina 163). A esta noci¨®n de autonom¨ªa es a lo que est¨¢ vinculada la autodeterminaci¨®n individual y no a las banderillas ni a los solos de clarinete.
Por ¨²ltimo, lo del terrorismo. Sastre ve en el fen¨®meno de repulsa a ¨¦ste un nuevo avatar del viejo anticomunismo visceral. Recurre sin sonrojo a los t¨®picos menos respetables: quienes denuncian a los terroristas callan sobre el terror del Estado, lo cual, por lo visto, excusa a quienes denuncian ¨¦ste para callar sobre el de los otros y no vacila en asustamos su decretum horribile: "Los movimientos revolucionarios est¨¢n por la vida, aunque a veces no lo parezca, en la medida en que no tienen m¨¢s remedio que producirse -as¨ª ha sido siempre- en t¨¦rminos de guerra". En efecto, a veces no lo parece: por ejemplo, lo parece en Chile o Polonia, no en Euskadi o Italia. A Adorno, desde luego, no era f¨¢cil enga?arle a este respecto. No dudaba del horror establecido ["Del mundo, tal como es, nadie puede aterrarse suficientemente" (p¨¢gina 177)] y los partidarios de perpetuar los bloques en conflicto para conservar la libertad no encontrar¨¢n apoyo en ¨¦l: "La humanidad, que practica lo malo y lo soporta resignadamente, ratifica de este modo lo peor: basta, con escuchar los desatinos que se dicen acerca de los peligros de la distensi¨®n. Una praxis oportuna ser¨ªa ¨²nicamente el esfuerzo por salir de la barbarie" (p¨¢gina 169). Pero este esfuerzo, desde luego, tiene que diferenciarse de aquello que combate no s¨®lo por sus fines, sino, sobre todo, por sus medios: "A muchos les suena plausible la proposici¨®n de que contra la totalidad b¨¢rbara ya s¨®lo surten efecto los m¨¦todos b¨¢rbaros. La violencia, que hace 50 a?os pudo parecer todav¨ªa justa, y para un breve per¨ªodo, ante la esperanza demasiado atractiva e ilusoria de una transformaci¨®n total, despu¨¦s de la experiencia del terror nacionalsocialista y estalinista, y frente a la persistencia de la represi¨®n totalitaria, se encuentra inextricablemente unido a aquello mismo que debe ser cambiado" (p¨¢gina 169). Y resume impecablemente su punto de vista un poco m¨¢s abajo: "O la humanidad renuncia al ojo por ojo de la violencia, o la praxis pol¨ªtica presuntamente radical renueva el viejo horror".
No, no estaba nada mal la teor¨ªa cr¨ªtica, pese a sus hoy muy comentadas insuficiencias y man¨ªas. Algunos nos educamos pol¨ªticamente en ella, mientras otros meditaban sobre si creer en Dios y creer en Carrillo son cosas compatibles, alternativas o complementarias. Ahora quiz¨¢ no tenemos muchas certezas esclarecedoras, pero nos hemos librado de algunos oscurantismos: ni apoyamos a los del batall¨®n expedicionario que va a rescatar Nicaragua de garras del leninismo ni confundimos la emancipaci¨®n de los hombres con los tebeos de Haza?as B¨¦licas (hoy ya s¨®lo HB para abvreviar). Con todo, aguardamos que alg¨²n faro, a la vez pr¨¢ctico y t¨¦orico, ilumine desde la izquierda nuestras perplejas tinieblas. La lectura de los art¨ªculos de Alfonso Sastre no va a abreviar, precisamente, nuestra vigilia.
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