Valor pol¨ªtico del mar
Releo las memorias de Kissinger. Me encuentro con una curiosa anotaci¨®n provocada por la impresi¨®n que debi¨® de producir en su ¨¢nimo el hecho de embarcar en el portaviones Saratoga -a la saz¨®n, 1970, en la Sexta Flota de Estados Unidos-, acompa?ando al entonces presidente Nixon en calidad de consejero ¨ªntimo de pol¨ªtica exterior. As¨ª pensaba Kissinger:"Hay algo de abstracci¨®n y de esoterismo -al menos para un lego en estas cuestiones- en lo referente a una flota en la mar. Cumple ¨¦sta ¨®rdenes que no se oyen como reacci¨®n ante peligros que casi nunca se ven. Afecta a gentes que casi nunca tampoco llegan a vislumbrar lo que les protege o les amenaza". La opini¨®n del ex alem¨¢n sobre su experiencia marinera presenta aspectos de denso inter¨¦s, en especial porque refleja con claros tornasoles el pensar o el creer de el pol¨ªtico -aunque Kissinger lo fuera con esa exclusividad y en ese tiempo s¨®lo en ciernes- sobre el valor pol¨ªtico del mar.
Que el mar, en cuanto elemental factor de la vida del hombre en comunidad y, por tanto, del hacer de las sociedades, implique un cierto valor en lo comercial y en lo b¨¦lico -e incluso en lo estrat¨¦gico- puede pasar por proposici¨®n de aceptaci¨®n generalizada y de relativamente sencilla percepci¨®n para minor¨ªas y hasta para masas; pero que ese mismo mar, con todo lo que representa, suscite y trascienda un determinado valor pol¨ªtico, influyente ¨¦ste con decisi¨®n y profundidad en eso que se entiende con la sola menci¨®n del vocablo pol¨ªtica, eso ni se admite con semejante generalidad ni, mucho menos, se ve y se aprecia -por los pocos que deben pensar para dirigir- con el rigor que la cosa exige. Causas posibles del fen¨®meno: la ignorancia, por un lado; la desatenci¨®n, por otro. Tal vez alguna. m¨¢s.
En el caso de Kissinger y en el de las minor¨ªas influyentes, es raro que la raz¨®n de la incomprensi¨®n aquella radique en no saber o en desinteresarse, dado que el m¨¢s tarde secretario de Estado de EE UU prob¨® siempre su dominio de esas cuestiones y su inquietud por llegar a las verdades. La causa, pues, debe de estribar -estriba, para m¨ª, sin duda alguna- en la zona conceptual de la mentalidad.
La mente -la del pol¨ªtico o la del pueblo, tanto da- referida al mar en cuanto radical valor de la pol¨ªtica y para ella, es producto, en efecto, de la voluntad -individual o nacional, seg¨²n el caso-, pero madurado mediante la acci¨®n lenta que sobre esa voluntad va ejerciendo con el tiempo nada, menos que la historia. Cuando esa voluntad,pierde firme vigor por relajaci¨®n de sus resortes arrastra a la mente a predios de indiferencia, casi siempre antesala de campos de decadencia. M¨¢s que la ignorancia o la desatenci¨®n es la indiferencia indolente, sentimiento af¨ªn de corte, an¨¢logo, lo que priva al mar, en las conciencias nacionales deformadas, de su intr¨ªnseco valor pol¨ªtico para naciones o coaliciones, se entiende, de condici¨®n mar¨ªtima.
En la historia de Espa?a
En la historia de Espa?a y en el presente vivido por los que a¨²n andamos por este mundo, casos como el de Kissinger hay muchos. La indiferencia aquella y la decadencia hispana se identifican entre s¨ª con eslab¨®n relativo. La indiferencia, desde un critico momento hist¨®rico, produjo el decaer o, viceversa, si se quiere, la cuesta abajo desde aquel entonces se tradujo en un orgulloso "qu¨¦ m¨¢s da" espa?ol hacia la vida hist¨®rica. Sea como sea, la indiferencia del pol¨ªtico ante el mar como valor se contagia al pueblo en general y en particular a ese pueblo tan decisivo en nuestra historia de los dos siglos pasados que son los militares, para definir con expresiones populares tambi¨¦n algo que, precisamente por eso, todo el mundo entiende sin gran esfuerzo.
La indiferencia del pol¨ªtico hacia el mar como valor incide natural y, negativamente en ese otro pueblo m¨ªnimo, pero particular tambi¨¦n -los marinos-, pueblo que si tiene entidad comunitaria, es precisamente porque el mar est¨¢ ah¨ª, porque existe como decisivo elemento y factor hist¨®rico-vital para esa comunidad nacional total de la que, qui¨¦rase o no, tienen aquellos hombres dedicados a la mar que formar parte. La indiferencia, desatenci¨®n con frecuencia, del pol¨ªtico trasladada al militar evoluciona en ¨¦ste, tal vez con naturalidad, asimismo, hacia la alentaci¨®n en su alma de un sentimiento de prioridad de la tierra respecto a la mar en cuanto factor de importancia en la vida hist¨®rica espa?ola y consecuentemente en la vivencia nacional de cada instante. La indiferencia del pueblo en general hace que su mentalidad adquiera el concepto ese de la precedencia relativa con la naturalidad que todo lo impuesto impensado parece acarrear.
En Espa?a, por eso, el militar es siempre algo m¨¢s que el marino; suena m¨¢s en ¨¢mbitos populares, influye m¨¢s en todo, resulta, en suma, m¨¢s familiar y conocido; tal vez tambi¨¦n y por todo ello haya sido m¨¢s incomprendido y, si cabe, m¨¢s odiado... Otra realidad apreciable de ra¨ªz emocional id¨¦ntica: cuando en el pasado o en el presente el marino ha intentado salvar y disolver esa superioridad y, ha t¨ªmidamente expuesto su aspiraci¨®n de ser igual -mutatis mutandis-, de participar, en la vida y en la historia en curso, en la proporci¨®n que frente a la de la tierra reclama la influencia del mar en la vida y en la historia de su pueblo, ha provocado en su correlato terrestre una cierta reacci¨®n de tal vez ani?stoso recelo; a veces reprimida, a veces expuesta. Esto se vio en la guerra de Cuba, en la del 36 al 39 -m¨¢s en un bando que en otro, pero en ambos, sin duda- y en el reaccionar militar y profesional de Espa?a ante los acuerdos con Estados Unidos de 1953. Y todo eso, en suma, por la indiferencia hist¨®rica y perenne del pol¨ªtico espa?ol ante el mar. Todo esto venido ahora a saz¨®n por el simple y aparentemente superfluo recordar de una breve experiencia marinera del se?or Kissinger.
Los pueblos mar¨ªtimos
Pero todo eso es as¨ª porque, se vea o no, se quiera o se rechace, el mar est¨¢ en la vida de los pueblos mar¨ªtimos (Espa?a, Reino Unido, Estados Unidos, Europa ... ) y en la de los que, sin ser de esa condici¨®n, se ven forzados por la estra-tegia y la pol¨ªtica -por la historia moment¨¢nea, en suma- a oponerse a aqu¨¦llos (Francia y Alemania, ayer; Rusia, hoy). Espa?a concretamente, d¨ªgase una vez m¨¢s, es naci¨®n, y lo ha sido siempre, de condici¨®n eminentemente mar¨ªtima; no de siempre; pero s¨ª de bastante tiempo a esta parte, su pueblo, sus pueblos, sus pol¨ªticos, act¨²an en la vida nacional a impulsos de acusada mentalidad continental. Por eso, para unos y otros, el valor pol¨ªtico del mar -el m¨¦rito, la axiolog¨ªa del mar en cuanto elemento decisivo y factor activ¨ªsimo de su pol¨ªtica- se aletarga y desaparece por completo de la ecuaci¨®n defensiva o econ¨®mica nacional. S¨®lo el trueno ¨¢spero y estridente, inesperado y perturbador, saca en la historia a pueblos y pol¨ªticos de su indolencia marinera. Eso acontece aqu¨ª. El mar es la santa B¨¢rbara hispana. S¨®lo nos hemos acordado de ella -de ¨¦l- cuando el estruendo de la guerra seria conturba los t¨ªmpanos de gobernantes y gobernados. Lo malo -y la historia lo prueba- es que cuando adviene el recuerdo presuroso y se intenta remediar los defectos de la err¨®nea mentalidad aplicada, siempre es tarde: las guerras napole¨®nicas; Cuba otra vez, etc¨¦tera, en el pasado.
?Qu¨¦ est¨¢.pasando en el presente? ?Qu¨¦ habr¨¢ de pasar en breve? Ahora, en nuestros d¨ªas, acontece que no es trueno precisamente lo que se percibe proveniente de la esfera marina, sino un d¨¦bil y sordo ruido ahogado por otros clamores acuciantes. En breve -brevedad hist¨®rica concebida en decenios- ocurrir¨¢ indefectiblemente lo desatendido. El mar se cobrar¨¢ de los pueblos el canon de su indiferencia, porque el mar es vengativo como la moza desairada en lance.s de amor. Si cuando se acuerdan de ¨¦l es tarde ya, su respuesta no es lo autom¨¢tica que quisiera el apresurado y acaso arrependito rememorante. Las cosas del mar son siempre de inercia asombrosa, pero lo son en especial en coordenadas de pol¨ªtica y de estrategia.
El mar y la historia
Se dir¨¢ que este alarmismo, adem¨¢s de exagerado y rid¨ªculamente apocal¨ªptico, resulta hoy y aqu¨ª anacr¨®nico porque, aparte de que todo eso -tanto en Espa?a como en Europa, como en el mundo- "siempre ha sido y se ha hecho as¨ª" (frase lapidaria con la que, aqu¨ª sobre todo, se zanjan cuestiones inc¨®modas si se est¨¢ en posici¨®n dominante), el mar ya no es lo que pudo haber sido en el siglo XIX y en la primera mitad del XX en la vida de los pueblos modernos. El mar, como necesidad radical o como factor pol¨ªtico, ocupa ya su estante de honor en los anaqueles de la historia...
Puede ser...., mejor dicho: pudiera ser. Mas mientras falte a¨²n, como faltar¨¢ siempre, la prueba racional y contundentemente l¨®gica que justifique esa indiferencia hacia el mar de la pol¨ªtica y de la, mentalidad de los pueblos, seguir¨¢ siendo sorpresa contingente el capricho del mar de reafirmar su realidad presente. Entonces irrumpir¨¢, tonante de nuevo en nuestra propia escena y provocar¨¢ b¨ªblicos llantos y crujir de dientes. La historia, claro es, seguir¨¢ imperturbable, pero una vez m¨¢s andar¨¢ sobre una senda de pueblos conturbados.
Eliseo ?lvarez Arenas es vicealmirante y comandante general de la Flota.
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