Espa?a arde, y el Icona como siempre, llega tarde
Un pir¨®mano pirado por toda suerte de luminarias y chisporroteos, una vendetta r¨²stica, un dominguero amante de la paella y chapucero, un pastor enemigo de matorrales y rastrojos, un vertedero recalentado, el azar insidioso del rayo, la colilla indolente de un fumador, el culo roto de una botella, todas estas y tambi¨¦n otras pueden ser la causa de un pavoroso incendio forestal. Pero ¨¦stas son, digamos, las causas inocentes -pir¨®manos incluidos, que, como individuos patol¨®gicos, lo son tambi¨¦n-las causas primeras, las verdaderas causas, son otras; como tales, quiz¨¢ no puedan dar raz¨®n pormenorizada de,cada incendio concreto, pero explican por qu¨¦ este desdichado pa¨ªs nuestro arde por los cuatro costados al llegar el verano y, lo que es peor, por qu¨¦ no podr¨ªa ser de otra forma en las actuales y penosas circunstancias. Por ello desde estas mismas p¨¢ginas he venido repitiendo que sugerir que Espa?a est¨¦ repentinamente transitada de pir¨¢manos que odian nuestro patrim¨®nio forestal es un enga?o para el p¨²blico desprevenido y bienintencionado. Parte de estas razones son estrictamente inevitables, ya que radican en las, condiciones ambientales -y, m¨¢s espec¨ªficamente, clim¨¢ticas- de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica, inscrita en el peculiar mundo biogeogr¨¢fico mediterr¨¢neo. Pero la otra mitad c¨¢usal estriba, dig¨¢moslo una vez m¨¢s, en la.enloquecida, peligrosa y pirofiticamente suicida gesti¨®n forestal en Espa?a durante los casi ¨²ltimos 50 a?os, y de los cuales, desgraciadamente, los m¨¢s inmediatos del mandato socialista no dejan de ser, bajo este exclusivo punto de vista, puntual continuaci¨®n de la larga noche franquista. Como el lector podr¨¢ comprender,si esta afirmaci¨®n no fuera estrictamente cierta, si se tratara simplemente de una leve exageraci¨®n, los p¨¢rrafos que antec¨¦den ser¨ªan de juzgado de guardia; no lo ser¨¢n, ya lo ver¨¢n.
Fernando Parra ec¨®logo, es autor de varios libros y numerosos art¨ªculos sobre el tema
Actualmente es t¨¦cnico en materias de ordenaci¨®n del territorio y medio ambiente en la Comunidad Aut¨®noma de Madrid. .
Fen¨®meno espont¨¢neo
El fuego vegetal ha sido siempre un fen¨®meno espo nt¨¢neo, y frecuente en el est¨ªo, en la cuenca del Mediterr¨¢neo. En esta zona del mundo, y tambi¨¦n, curiosamente, en California, Chile, la regi¨®n capense de Sur¨¢frica y el suroeste de Australia -tierras todas al oeste de grandes masas continentales que act¨²an como parachoques de la lluvia y entre, los paralelos 30? y 40? norte y sur-, predomina un r¨¦gimen clim¨¢tico peculiar, el mediterr¨¢neo, caracterizado por la penosa coincidencia de las m¨ªnimas o in cluso nulas precipitaciones con las m¨¢ximas temperaturas; es decir, en verano hace m¨¢s calor y adem¨¢s llueve poco. La sequ¨ªa estival, que no por familiar para nosotros, habitantes de estas tierras templadas, deja de ser una curiosa excepci¨®n en el conjunto mundial, impone a la vegetaci¨®n un aut¨¦ntico estr¨¦s h¨ªdrico, que las plantas superan con ingenio sas adaptaciones, entre las que destaca la esclerofilia, los bos ques de hojas duras y siempre verdes -los encinares, por ejemplo-, que representan los eco sistemas t¨ªpicos de este clima. Asimismo, dicha sequ¨ªa aumenta, como cabr¨ªa esperar, los riesgos y la probabilidad de fuegos espont¨¢neos y hace muy f¨¢cil que medren los provocados. Hasta tal punto estoe.s as¨ª que las plantas mediterr¨¢neas no s¨®lo est¨¢n adaptadas a la sequ¨ªa estival, sino a la resistencia al incendio: han hecho de la necesidad virtud, desde el alcornoque y su autoextinguible corteza suberosa, el corcho; hasta las esparragueras silvestres que colonizan los espacios quemados, pasando por toda suerte de pirofitos y llegando incluso a las especies pirog¨¦nicas, esto es, las que no s¨®lo est¨¢n preparadas para resistir el incendio e incluso salir fortalecidas compet¨ªtivamente de ¨¦l, sino que lo precis¨¢n y lo provocan.
?sta es nuestra vegetaci¨®n espont¨¢nca y nuestro clima, que originan condiciones previas totalmente propicias al incendio forestal. Se comprende, por tanto, la cuidadosa y adaptada gesti¨®n forestal que requiere este tipo de territorios. Sin embargo, la pol¨ªtica forestal espa?ola, desarrollada con gigantesca intensidad por medio de las mal llamadas repoblaciones forestales a partir del final de nuestra guerra civil, es un absurdo calco de la de los pa¨ªses centroeuropeos y n¨®rdicos, pa¨ªses preadaptados a la producci¨®n intensiva de madera, lo cual no es, desde luego, para bien o para mal, nuestro caso.
En lejanas ¨¦pocas preindustriales, el hombre de estos lares aprendi¨® el manejo di¨¦stro del fuego. Al igual que la agricultura y la ganader¨ªa neol¨ªticas, fue probablemente en regiones mediterr¨¢neas donde se utiliz¨® por vez primera el fuego como herramienta: para modificar materiales, para malear los primeros me tales, para hacer digeribles numerosos alimentos, para calentarse y para mantener alejadas a Ias fieras. Muchos, no todos, los paisanos que queman rastrojos o matorral para que surja el pasto son directos herederos de aque lla humanidad,prehist¨®rica, pero en la mayor¨ªa de los casos actua les, la ignorancia o la codicia, o ambas a la vez, han sustituido con perjuicio a esos viejos saberes.
Condiciones m¨¢s propicias
Las actuales condiciones de Espa?a son incluso m¨¢s propicias al incendio, al menos al de gran magnitud, que las primitivas. Repasemos, brevemente cu¨¢les son esas. niodificaciones. En primer lugar, como se dijo antes, las masivas repoblaciones forestales con especies de crecimiento r¨¢pido y, en el caso de los resinosos pinos, altamente inflamables. Actuaciones que se emprendieron y a¨²n se emprenden so pretexto de reforestar o luchar contra la erosi¨®n, pero que, parad¨®jicamente a sus objetivos declarados, eliminan en numerosos casos la vegetaci¨®n arb¨®rea ind¨ªgena y la sustituyen por especies for¨¢neas para la producci¨®n intensiva de madera. Estos falsos bosques arden mucho m¨¢s y con menor control que los bosques originales a los que sustituyen.
El propio Instituto para la Conservaci¨®n de la Naturaleza (Icona), desde su creaci¨®n, a comienzos de los a?os setenta, ha continuado e incluso intensificado estas absurdas sustituciones, que iniciaron organismos antecedentes suyos, como el Patrimonio Forestal y la Direcci¨®n de Caza, Pesca y Parques Nacionales. Hay otros errores, pero se debe sobre todo a la extensi¨®n de estos peligrosos cultivos de madera -que son algo as¨ª come sembrar bidones de gasolina en pleno monte- la mala fama con servacionista de la que goza e aludido instituto y, por injusta extensi¨®n, la de toda una serie de buenos profesionales en su mayor¨ªa, como de hecho son los ingenieros de montes, puntualmente vituperados e incluso odiados por campesinos y ecologistas urbanos.
En segundo lugar, y no inde pendiente de la causa anterior, se sit¨²a la desertizaci¨®n demogr¨¢fica de nuestro territorio. Despobla miento acelerado durante la ¨¦poca del desarrollismo y del milagro espa?ol, que forz¨® a la emigraci¨®n suburbial o extranacional a cientos de miles de gentes de campo que con su presencia y si actuaci¨®n meditada sobre el medio rural manten¨ªan controladas las mara?as, el combustible, consumido el pasto (otro combustible, ¨¦ste inicial m¨¢s que de mantenimiento), abiertos y operativos los caminos y veredas de utilidad y, en general, arm¨®nicamente mantenid¨®, el paisaje al fin y al cabo resultado de esa secular y cuidadosa interacci¨®n de hombre con su medio.
Recluidos estos aut¨¦nticos guardianes de la naturaleza en las cadenas de montaje, los tajos de la construcci¨®n y las indigna, ciudades dormitorio de la periferia urbana, un nuevo factor de control del f¨²ego se vino abajo Incluso, todo hay que decirlo parte de ese campesinado, en algunas zonas, como Galicia, se vio expoliado y despose¨ªdo de sus propiedades comunales por diversas argucias legales pero ileg¨ªtimas, y se tom¨® la venganza rid¨ªcula y absurda, de prender el monte que usurpaba sus viejos predios de pasto.
En tercer lugar, se sustituy¨® el anterior y arm¨®nico modelo territorial r¨²stico por uno absolutamente subsidiario de las grandes ciudades desm¨¦suradamente crecidas. El campo se convirti¨® en un espacio a merced por entero de las demandas y modas urbanas; se entreg¨® sin m¨¢s a la satisfacci¨®n de esas supuestas necesidades, en especial el ocio que previamente hab¨ªa generado el desarraigo urbano. Parad¨®jicamente, la moda de lo natural contribuy¨® grandemente a esta tendencia. La ideolog¨ªa clorof¨ªlica, como la definir¨ªa acertadamente el soci¨®logo ecologista, Mario Gaviria, se convertir¨ªa en coartada para urbanizar numerosas zonas anta?o agrestes, bellas y productivas. Espeluznante contemplar la absurda localizaci¨®n de numerosas urbanizaciones de segunda residencia, que no se corresponde a ning¨²n modelo de habitaci¨®n humana anteriormente conocido, en medio de inflamables masas de pinos o pirof¨ªticas mara?as de jara. Dentro de este mismo apartado cab se?alar la violenta proliferaci¨®i de viales, pistas que, so pretexto de facilitar la saca de madera hacer accesible al automovilist ciertas regiones naturales, har inundado la geografia hispana.
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