"Pali, este toro me ha matado", fueron Ias ¨²ltimas palabras de Yiyo antes de morir
El matador de toros Jos¨¦ Cubero, Yiyo, toreaba ayer en Colmenar Viejo (Madrid) en sustituci¨®n de Curro Romero, que no pudo asistir debido a una lesi¨®n sufrida en Linares. Yiyo fue contratado para el festejo de ayer urgentemente en la madrugada del viernes. Fue el sexto toro de la tarde, Burlero, el que c¨®rne¨® grav¨ªsimamente al diestro, que muri¨® casi instant¨¢neamente. Yiyo le hab¨ªa propinado ya al sexto toro una estocada, a la que hab¨ªa precedido un pinchazo. Al salir del encuentro, el torero se dirigi¨® sonriente al estribo. La faena hab¨ªa sido muy completa y el p¨²blico ped¨ªa, un¨¢nimemente, las orejas para el diestro. En ese momento, el toro se arranc¨® inesperadamente y levant¨® al torero del suelo por una pierna, para volver a levantarlo cuando se hallaba ca¨ªdo en el suelo. Fue, en ese momento cuando le meti¨® el pit¨®n por la axila izquierda y lo volvi¨® a levantar, manteni¨¦ndolo sujeto unos escalofriantes segundos. Yiyo cay¨® de nuevo con tr¨¢gica rigidez de mu?eco y todos se dieron cuenta de que la cogida era grav¨ªsima, pues el torero movi¨® espasm¨®dicamente sus miembros y qued¨® inerte. El toro, seguidamente, rod¨® sin puntilla, como consecuencia de la estocada. El Pali, uno de los peones de la cuadrilla, corr¨ªa por el callej¨®n junto a Yiyo, al que llevaban en volandas a la enfermer¨ªa, cuando le oy¨® decir sus ¨²ltimas palabras: "Pali, este toro me ha matado".En esa angustiosa carrera por el callej¨®n, Yiyo llevaba los ojos vueltos y apagados y una fuerte impresi¨®n recorri¨® los tendidos La celeridad en el traslado, la actitud del torero y las expresiones de sus compa?eros parec¨ªan anunciar lo peor. Juan Cubero, hermano del matador, que va de banderillero en su cuadrilla, corr¨ªa por fuera del callej¨®n, al hilo de las tablas, sin apartar los ojos de su hermano en una expresi¨®n desolada.
Rabia y l¨¢grimas
Anto?ete arroj¨® el capote con rabia y se cubri¨® el rostro con la manos, y el matador de toros Jos¨¦ Ortega Cano, que presenciaba la corrida, se abri¨® paso entre el p¨²blico del tendido y se lanz¨® al callej¨®n para correr detr¨¢s de los que transportaban a Yiyo. Todos estos signos llevaron al p¨²blico la impresi¨®n de que el percance pod¨ªa haber tenido fatales resultados. Tras unos segundos de estupor, los espectadores pidieron con insistencia las dos orejas para el diestro, que el presidente concedi¨®. La cuadrilla no se hizo cargo de los trofeos, pues todos se hallaban en la enfermer¨ªa y por los tendidos empez¨® a correr el rumor de que el torero hab¨ªa fallecido.Jos¨¦ Luis Palomar, que completaba la terna de matadores, se dirigi¨® a la enfermer¨ªa llorando a l¨¢grima viva. Tambi¨¦n iba llorando su cuadrilla, y Anto?ete, apesadumbrado, se incorpor¨® a sus compa?eros.
La enfermer¨ªa fue rodeada inmediatamente por numeroso p¨²blico, que intercambiaba, nervioso y alterado, funestos presagios con noticias esperanzadoras. "Ha muerto, ha muerto", dec¨ªan algunos. "No, no, est¨¢ muy grave, pero no ha muerto", respond¨ªan otros. Entre los que transmit¨ªan noticias optimistas se hallaba un hermano de Anto?ete, que aseguraba que Yiyo estaba muy grave, pero que no hab¨ªa fallecido. El torero hab¨ªa entrado pr¨¢cticamente muerto en la enfermer¨ªa, seg¨²n el parte facultativo. En sus instalaciones el ambiente era de incredulidad ante lo ocurrido y los ¨ªntimos del diestro se abrazaban llorando y repet¨ªan, como son¨¢mbulos, "no puede ser, no puede ser". El padre del diestro,que hab¨ªa presenciado la corrida, se encontraba materialmente deshecho, as¨ª como sus hermanos. El periodista Antonio D. Olano trataba de consolar a los familiares, sin poder evitar las l¨¢grimas. Uno de los m¨¢s afectados era Juan Bellido, Chocolate, mozo de espadas del torero muerto, que lloraba inconsolable y se mov¨ªa, aturdido, por entre los grupos que se arracimaban en la puerta de la enfermer¨ªa.
La llegada del juez
En los alrededores de la plaza se congreg¨® una multitud,de unas 2.000 personas, que comentaban las noticias que llegaban de la enfermer¨ªa, todas confirmativas de la tragedia. La llegada del juez, que acudi¨® a cumplir los requisitos legales de levantamiento del cad¨¢ver, fue el dato infalible que convenci¨® a los m¨¢s incr¨¦dulos a creer finalmente en la fatal noticia de la muerte del torero. A pesar de ello, la noticia era dificil de creer para muchos de los presentes. El espect¨¢culo hab¨ªa transcurrido con absoluta normalidad: Yiyo hab¨ªa hecho una faena larga en el tercero, sin terminar de acoplarse con ¨¦l, pues el toro era un manso que se iba suelto de las suertes. En el sexto, que embest¨ªa con casta, pero con nobleza, hizo una faena muy completa, con algunos muletazos espl¨¦ndidos, aunque con la frialdad habitual en el infortunado torero. Anto?ete hab¨ªa dado la vuelta al ruedo en su primero, tras una faena muy de su estilo, en la que destacaron los pases de pecho y en el cuarto, un manso huido, lo hizo pasar por el pit¨®n izquierdo despu¨¦s de unos tanteos sin confiarse. Jos¨¦ Luis Palomar se quit¨® de enmedio al tercero, que estaba inv¨¢lido, e hizo una faena desigual en el quinto, del que se le concedi¨® una oreja.Cumplidos los tr¨¢mites oficiales, el cad¨¢ver del torero fue sacado de la enfermer¨ªa en una ambulancia. En ese momento, el gent¨ªo que aguardaba en los alrededores de la plaza prorrumpi¨® en una emocionante ovaci¨®n, como ¨²ltimo adi¨®s al diestro.
Los colmenare?os quedaron fuertemente impresionados y permanecieron en el exterior del coso, despu¨¦s de partir la ambulancia, intercambiando impresiones y comentarios. Algunas mujeres lloraban.
La opini¨®n general entre los congregados alrededor de la plaza era la de que se deber¨ªan suspender los festejos del pueblo. Esa misma noche ya quedaron suprimidos todos los previstos y se adopt¨® la decisi¨®n de que no sonara m¨²sica alguna en los altavoces e instalaciones de la feria.
Por la mayor¨ªa de las calles del pueblo la gente se aproximaba a los autom¨®viles que ten¨ªan la radio puesta y escuchaban en silencio y con rostros graves las informaciones de las distintas emisoras.
Babelia
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