Humillaci¨®n
Europa nos humilla. O lo pretende al menos. Mira que uno es partidano de Europa desde siempre y ahora se siente m¨¢s europeo que nunca. Mira que uno aprecia a Francia casi apasionadamente, aunque esto irrite a tanto compatriota de dos de mayo. Pues, a pesar de todo, la sensaci¨®n de ser humillado por Europa se renueva en cada visita.Autopistas gratuitas en varios pa¨ªses, servicios de asistencia, tel¨¦fonos de socorro incluso en carreteras no principales, ¨¢reas de descanso para los automovilistas aficionados a las comidas campestres bajo los ¨¢rboles, establecimientos en los que comprar algo muy caro, comer alguna cosa casi siempre muy mala y desde los que poder telefonear al mundo entero. Posibilidad en las paradas pr¨®ximas a la frontera de cambiar moneda, localizar un hotel en la ciudad siguiente y reservar habitaciones para el trayecto. Todo esto te lanza a la cara una Europa a¨²n imperfecta y a la que tampoco idealizas, que siempre nos ha rechazado porque nos envidiaba. Europa pretende desazonarte y lo consigue.
Pero luego vuelves. Y esa desaz¨®n que produce el no encontrar demasiados obst¨¢culos desaparece cuando llegas a lo tuyo. Cuando compruebas, en cuanto pasas la frontera, que en muchos de los restops no, funcionan los tel¨¦fonos, no hay oficinas de informaci¨®n, escasean incluso los venerables trozos de pan con algo gris dentro, o esos bocadillos de cenefa de jam¨®n, pero sin jam¨®n en su interior, en los que somos especialistas. Todo vuelve a su sitio cuando compruebas que los retretes desfallecen en olor de santidad y has recuperado el ritmo viril y legionario de nuestra existencia cotidiana.
Europa intenta humillarnos con sus perfeccionismos, pero a nosotros nos reconforta comprobar lo recios que somos. Pocas esencias revelan de modo tan inconfundible la capacidad de resistencia de una raza de conquistadores como el olor de la mayor¨ªa de nuestros retretes p¨²blicos frente a las asexuadas, ins¨ªpidas y as¨¦pticas -siempre se denunci¨® mucho entre nosotros lo as¨¦ptico, incluso en el campo de las ideas- cabinas instaladas en las calles de Par¨ªs. Y esa es nuestra venganza hist¨®rica. Europa pretende humillarnos, pero nosotros no nos dejarnos.
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