Tr¨ªptico argentino: la cultura
En el decenio de 1930 a 1940, el nivel, la calidad y las perspectivas de la cultura argentina eran excelentes. En el saber y en el arte, apenas hab¨ªa un dominio en el que faltasen nombres argentinos importantes. Romero, Estiu y Frondizi, los dos primeros continuando muy dignamente la obra de Husserl, Scheler y Ortega, trabajando el tercero en otras orientaciones del pensamiento, hac¨ªan y promet¨ªan filosof¨ªa. Movi¨¦ndose en la l¨ªnea de Maritain, pero sin desconocer la obra de Ortega y lo que en Alemania se estaba haciendo, los cat¨®licos argentinos -intelectual, no socialmente- trataban de ponerse al d¨ªa. Houssay y su escuela, en fisiolog¨ªa; Ayerza, Arrillaga y Castex, en medicina interna; los hermanos Finochietto y Chutro -poco despu¨¦s, Mirizzi-, en cirug¨ªa, eran gente en las ciencias m¨¦dicas. La innovadora y vigorosa acci¨®n did¨¢ctica de Rey Pastor se hab¨ªa hecho notar en la matem¨¢tica y la t¨¦cnica de los argentinos. El magisterio filol¨®gico de Amado Alonso comenzaba a dar sus frutos. Con Levene y otros, el nivel de la historiograf¨ªa era muy estimable. A¨²n j¨®venes, los narradores Mallea, Borges y Mujica L¨¢inez -pronto, S¨¢bato-, el poeta Molinari y el ensayi1ta Mart¨ªnez Estrada manten¨ªan o superaban la caliad de los Larreta, G¨¹iraldes y Lugones. Y la revista Sur. Y los pintores Quinquela y Basualdo. Y el m¨²sico Ginastera... Lo repito: una realidad tan valiosa como prometedora. Desde ella ve¨ªan los argentinos su papel en el ¨¢rea de nuestra lengua y en la cultura universal. Algo semejante a lo que aconteci¨® en Espa?a durante el primer tercio de este siglo estaba sucediendo en su patria.Despu¨¦s del peronismo y las sucesivas dictaduras militares, ?puede decirse lo mismo? La realidad de la cultura argentina y la disposici¨®n an¨ªmica de los intelectuales y los artistas rioplatenses, ?son equiparables a lo que hace medio siglo fueron? Parece m¨¢s que dudoso. Y, sin embargo...
Dos han sido, a mi modo de ver, las principales causas del cambio: el exilio y el des¨¢nimo.
En primer t¨¦rmino, el exilio. No ha sido la Argentina el ¨²nico pa¨ªs que haya sufrido la calamidad de perder, camino del exilio, buen n¨²mero de intelectuales y artistas. Por razones harto m¨¢s traum¨¢ticas, de bien grave modo la padecieron la Alemania ulterior a 1933, la Espa?a consecuti va a 1936 y, en menor medida, la Italia de Mussolini; el caso de Enrico Fermi fue bien notorio. Por motivos no pol¨ªticos, sino econ¨®micos, no son pocos los cient¨ªficos brit¨¢nicos que han buscado acomodo en las universidades de Estados Unidos. El fen¨®meno de la fuga de cerebros viene siendo punto menos que universal; no puede-extra?ar que en todos los idiomas haya recibido nombre propio. Por conservar la vida o la libertad, cuando la motivaci¨®n ha sido pol¨ªtica; por conseguir el puesto de trabajo, la retribuci¨®n digna o los recursos materiales que no ten¨ªan en su patria, cuando la causa ha sido econ¨®mica; por millares pueden contarse los investigadores, docentes y escritores que se han sentido obligados a arraigar, muchas veces para siempre, en tierra distante de la suya. Obviamente, Estados Unidos ha sido el pa¨ªs que en mayor medida ha promovido esa fuga y se ha beneficiado de ella. ?Cu¨¢ntos son los argentinos que ense?an, investigan o desempe?an oficios t¨¦cnicos entre Nueva Inglaterra y California?
Junto al exilio, el des¨¢nimo. Para llevar a cabo una obra de creaci¨®n, cient¨ªfica o art¨ªstica, son ante todo necesarios el talento y la voluntd. Sin talento, lo m¨¢s que se hace es copiar. Sin voluntad, el talento se marchita y la obra no pasa de ser proyecto o embri¨®n. Pero si la fuerza de la vocaci¨®n no es muy poderosa, y si el medio social no ofrece a la voluntad est¨ªmulos suficientes -no s¨®lo retribuci¨®n, tambi¨¦n estimacion-, ser¨¢n muchas las ocasiones en que el ¨¢nimo del posible creador no alcance el nivel de la eficacia. Diga el lector si esto no ha ocurrido entre nosotros con indeseable frecuencia.
Pienso que el des¨¢nimo por falta de est¨ªmulo se habr¨¢ dado una y otra vez entre los intelectuales y los artistas argentinos que desde la consolidaci¨®n del peronismo decidieron seguir trabajando en su patria. La tosquedad intelectual y est¨¦tica del peronismo y su fuerte prevenci¨®n a todo lo que oliese a oligarqu¨ªa -lo cual distaba de ser ins¨®lito en los niveles superiores del pensamiento, la ciencia y el arte- hab¨ªa de hacerle insensible, si no hostil, hacia lo que en 1940 era la cultura argentina. Y aunque esta ¨²ltima raz¨®n no operase en los sucesivos titulares de la dictadura militar, su sorda y tenaz preocupaci¨®n por la ejecuci¨®n de la guerra sucia, el empe?o de mantener la unidad en las fuerzas armadas y la falaz y rentable ilusi¨®n de sanear la econom¨ªa con una pol¨ªtica monetarista, por fuerza hab¨ªan de cegarles ante hechos tan significativos como el exilio de Cort¨¢zar y el de Milstein, sirvan de ejemplo esos dos altos nombres, y ante la escasa moral creativa de tantos m¨¢s, pese a su resoluci¨®n de seguir junto al R¨ªo de la Plata.
Conoc¨ª a Houssay, ya premio Nobel, durante mi primera estancia en Buenos Aires. Voluntariamente separado de la universidad, por no haber querido aceptar la pol¨ªtica universitaria del peronismo, trabajaba en un laboratorio improvisado all¨¢ por la calle de Costa Rica y sostenido con donaciones particulares. Quer¨ªa seguir investigando en su patria, y en ella sigui¨®, aunque el rendimiento cient¨ªfico de su equipo tuviera que ser menor que en la facultad de Ciencias M¨¦dicas. Pero ?cu¨¢ntos de sus compatriotas tuvieron, aparte sus posibilidades, la entereza de su vocaci¨®n y la fuerza de su voluntad? A?os m¨¢s tarde tuve el honor de que el eminente sabio, a petici¨®n de los organizadores del acto, accediese a presentarme en la conferencia que di en el sal¨®n del diario La Prensa.Sinceramente comprometido con la causa de los derechos humanos, Houssay no vacil¨® en expresar su cr¨ªtica actitud ante la conducta pol¨ªtica y cultural del r¨¦gimen de Franco. ?S¨®lo ante ella? En sus palabras, ?no lat¨ªa acaso, perceptible para los avisados, la ¨ªntima nostalgia de lo que la cultura argentina hab¨ªa podido ser y no estaba siendo?
Dec¨ªa yo antes: "Y sin embargo...". Porque es cierto, s¨ª, que el exilio y el des¨¢nimo han hecho grave mella en el desarrollo del pensamiento, la ciencia y el arte de la Rep¨²blica. del Plata; pero tambi¨¦n lo es que, pese al exilio de tantos, la sociedad argentina sigue siendo la misma, y que la decisi¨®n de resurgir est¨¢ operando en el ¨¢nimo de los mejores. Pienso en tres representantes de otras tantas generaciones de sabios argentinos, para no referirme sino a los que, personalmente conozco: el fisi¨®logo Leloir, disc¨ªpulo de Houssay y tambi¨¦n premio Nobel; el morf¨®logo De Robertis, que cualquier a?o puede obtenerlo, y el m¨¦dico Favarolo, luciente estrella de la cirug¨ªa cardiovascular.
Pensando en lo que ellos hacen y en lo que sus compatriotas pueden hacer, quiero contar a mis amigos porte?os el relato de un min¨²sculo suceso que conoc¨ª en 1924, reci¨¦n llegado, como estudiante, a la universidad de Valencia.
Un par de a?os antes hab¨ªa muerto de una atroz cornada el torero Manolo Granero, orgullo taurino de su tierra natal. El sentimiento fue en ella hondo y general, y muy en los senos de su alma lo sent¨ªa el Paiporta, humilde matador de novilladas nocturnas y habitual complemento de esos tristes espect¨¢culos que sol¨ªan llamar charlotadas. Pues bien: cuando al llegar a una taberna le preguntaban sus habituales: ?Qu¨¦ haces ahora, Paiporta?", el hombre, sintiendo sobre s¨ª el peso y la responsabilidad del honor taurino valenciano, respond¨ªa con gravedad: "Muerto Manolo, hay que arrimarse".
Hay que arrimarse. Pasando sin transici¨®n de lo c¨®mico a lo serio, no creo il¨ªcito imaginar que en esa exigente consigna de la verg¨¹enza torera tiene una de sus claves -s¨®lo una, claro est¨¢- el progreso de la humanidad.
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