17 / Los surrealistas
Aunque me parece que ya he hablado del surrealismo en "Ram¨®n y las vanguardias", que es una entrega anterior, la vigencia, vivencia y pervivencia de este movimiento en nuestro tiempo yo dir¨ªa que exige volver sobre el tema mnogr¨¢ficamente. El surrealismo, si, es una lectura l¨ªrica del psicoan¨¢lisis, como ya tenemos escrito, pero ahora podemos ver, en este fin de siglo (es la ventaja, entre otras, de hacer memorias al final de una centuria), que el surrealismo ha durado m¨¢s que su padre cient¨ªfico. Mientras el psicoan¨¢lisis se ha quedado en una man¨ªa para argentinos, el surrealismo ha llegado a pregnar nuestra vida cotidiana, como en su d¨ªa el cubismo, desde los anuncios televisivos de champ¨²es a los primeros zarpazos de cualquier poetilla de provincias, que hoy amanece surrealista, a¨²n, con la misma naturalidad que antes amanec¨ªa machadiano y nos colocaba, imperturbable, una cosa que comenzaba as¨ª: "Iba yo por los caminos de la tarde..." El surrealismo se correspond¨ªa con el descubrimiento de un yo conc¨¦ntrico y escarpado, interior a todos los yoes, con la teor¨ªa de la relatividad (lo uno en lo otro, todo se relaciona con todo) y con una clave metaf¨®rica del mundo que rompe, al fin, la met¨¢fora petrarquista (1), para imponer la met¨¢fora surrealista: ya no se trata del parecido de unas cosas con otras, sino de la voluntad y movimiento de parecerse unas a otras que tienen las cosas. Ese instante de transmutaci¨®n del mundo es lo que capta el surrealismo. Andr¨¦ Breton, de asombroso parecido f¨ªsico con Chumy Ch¨²mez (el gran surrealista del humorismo espa?ol), estrena un d¨ªa corbata, en Par¨ªs, se echa a las calles, en busca del "azar objetivo", que era un principio surrealista (al que Pedro Salinas replicar¨ªa sabiamente con "seguro azar"), y se encuentra con Nadja (2), una meretriz de esquina que hab¨ªa llegado tarde a la guerra europea, porque, de otro modo, nos la habr¨ªamos encontrado nosotros en la Telef¨®nica, esquina Valverde. Y Breton escribe un libro, como siempre que uno se enamora (o considera que debiera estar enamorado). El libro est¨¢ bien hasta que Breton comienza a relacionar la calle Dauphine con un delf¨ªn que le habla en sue?os o cosa as¨ª.Aqu¨ª entramos en esa cosa de echadora de cartas, de casta?era del surrealismo, que tiene Breton, punto en que hay que abandonarle. La verdad es que Par¨ªs es la ciudad m¨¢s supersticiosa del mundo, con una echadora de cartas en cada entresuelo izquierda (respuesta, sin duda, al supeusto racionalismo de Ren¨¦ Decar, que tampoco es tanto). Todav¨ªa en los cincuenta/sesenta, De Gaulle/Andr¨¦ Malraux (3), cine "nueva ola" (un diab¨®lico invento apol¨ªtico de Malraux, el revolucionario ex, para que los chicos listos no molestasen al general y pudieran hacer sus filmes: la equivalencia literaria es la "escuela de la mirada"), producen Cleo de 5 a 7, donde la bella paciente, amenazada de c¨¢ncer, acude a una echadora de cartas por anticiparse al diagn¨®stico cl¨ªnico. Lo cual que en la peli sale mi entra?able Jos¨¦ Luis de Vilallonga, como playboy latino de la hermosa enfermiza. El surrealismo potencia la met¨¢fora, frente a los simbolistas, los parnasianos y Moreos que hab¨ªan potenciado la m¨²sica del verso. Cada nueva escuela no es sino la exageraci¨®n de un rasgo de las anteriores. No hay novela surrealista, salvo El paisano de Par¨ªs, de Aragon; Nadja, de Breton, o La historia del ojo, de Bataille, que, naturalmente, no son novelas. El surrealismo da el poema y el art¨ªculo no period¨ªstico, el poema en prosa de Francisc Ponge, de Henri Michaux. El surrealismo, pues que se sustenta principalmente en la imagen, da una pintura mala y muy literaria, buena por imaginativa, de las mujeres/ p¨¢jaro de Max Ernst a las mujeres castas y desnudas del belga Delvaux, que las sit¨²a siempre en espectrales estaciones nocturnas, repetidas en los grandes espejos de Embajada que ten¨ªan antes las estaciones, y en esos minutos tensos, cargados de inminencia, que preceden a la llegada del tren, y en que la noche toda, llena de cables, es una tela de ara?a palpitante, a la espera del tren que va a llegar: el insecto. Pero la primera vez que fui a Par¨ªs, me encontr¨¦ cerca de mi hotel Mont/Thabor (al que, por lo que he le¨ªdo luego en otros, vamos la primera vez todos los espa?oles), una exposici¨®n de pintura surrealista en el Museo de Artes Decorativas.
Par¨ªs, que vive de consumir/inventar novedades donde no las hay, hab¨ªa relegado ya el surrealismo a arte decorativo, mientra Andr¨¦ Breton, longevo, estaba en Estados Unidos dando conferencias en las Universidades, por reunir unos d¨®lares (¨¦l, que hab¨ªa bautizado A vida Dollars a Dal¨ª) y cantando, fuera de contexto, las virtudes b¨¦licas de la juventud americana (est¨¢ recogido en uno de sus ¨²ltimos libros, porque con la vejez se pierde la verg¨¹enza) Sea como fuere, el surrealismo ha durado e incluso influido mucho m¨¢s que su padre y origen cient¨ªfico, el psicoan¨¢lisis. El surrealismo, ya est¨¢ dicho, ha sido el arte del siglo en cuanto que coincide con la certidumbre de que todo es uno, o tiende a serlo (impulso metaf¨®rico del mundo), y con aquella explicaci¨®n l¨ªrica de Einstein:
-La luz del atardecer nos llega rojiza, degradada; es una luz cansada, enferma, porque ha luchado mucho contra el tiempo y el espacio.
No creo que jam¨¢s se haya hecho un poema tan grandioso sobre el universo, surrealista o no. En Espa?a tenemos dos surrealistas: Aleixandre en la poes¨ªa y Dal¨ª en la pintura. Lo dem¨¢s son ganas de vender o de venderse. Bu?uel, en el cine, tambi¨¦n tiene unos primeros momentos surrealistas, pero le vienen claramente de la amistad de Dal¨ª, y los surrealismos que mete m¨¢s tarde en sus filmes -Ese ocuro objeto del deseo-, no son sino recreaciones de aquella influencia de Dal¨ª a trav¨¦s del cartel¨®n de cine, siempre con recurso al sue?o, el m¨¢s f¨¢cil de los recursos surrealistas, aunque tambi¨¦n el primordial de sus veneros. En Queneau hay todav¨ªa surrealismo, por los juegos de palabras. El surrealismo deja gloriosamente herida para siempre la literatura francesa. Los surrealistas, cuando andaban en mafias por Par¨ªs, se inventaron aquello de "lo uno en lo otro". Se trataba de partir de dos objetos incoherentes entre s¨ª y de encontrarles correspondencia. Por ejemplo, una escalera y la cerveza. Mediante la cerveza subimos los pelda?os de la embriaguez y la imaginaci¨®n, etc.
Los surrealistas tuvieron tratos con los sovi¨¦ticos, ya que ni unos ni otros sab¨ªan exactamente en qu¨¦ iba a parar lo suyo. Pronto se vio que no ten¨ªan nada que ver entre s¨ª. El surrealismo exalta al hombre interior, irracional, y el comunismo suprime al hombre interior, lo reduce a un puntual¨ªsimo trabajador de gran mural. S¨¢lo Aragon insisti¨® linealmente en su adhesi¨®n a Mosc¨², hasta la muerte. Andr¨¦ Thirion, comunista de primera y surrealista de segunda, ha contado bien las diferencias y tiranteces entre ambos grupos. A Marc Chagall, jud¨ªo ruso (recientemente fallecido), le pregunt¨® un inspector del pueblo:
-?Y usted por qu¨¦ pinta las vacas verdes? Las vacas no son verdes.
Chagall comprendi¨® que su relaci¨®n con Stalin se hab¨ªa terminado. Precisamente se hacen las revoluciones para pintar vacas verdes. Chagall es un surrealista l¨ªrico, sin equivalente en la prosa de Rusia: Maiakowski es vanguardista no surrealista. En todo caso, Chagall resulta algo pariente de Ossip Mandelstham, cuando ¨¦ste nos habla del "Egipto de las cosas". Los escurridores/escurridoras de un surrealismo espa?ol, en los ¨²ltimos tiempos, se han ganado, cuando menos, el silencio. El gran cisma del surrealismo lo plantea Marcel Duchamp cuando entroniza un bid¨¦, una lata o cualquier objeto dom¨¦stico. Magritte a¨²n pintaba unas botas con los dedos de los pies. Duchamp puede exponer las botas viejas directamente, y firmarlas. El surrealismo pega aqu¨ª su gran salto. Ya no se trata de pintar la magia de lo cotidiano, como Zurbar¨¢n, a fin de cuentas, sino de dar lo cotidiano en directo. Alberti hab¨ªa hecho un poema al billete de tranv¨ªa. Tendr¨ªa que haber pegado el billete en el libro. El surrealismo es acad¨¦mico en cuanto que todav¨ªa "reproduce" la realidad (o la irrealidad). Duchamp hace la realidad irreal aisl¨¢ndola de contexto, firm¨¢ndola y exponi¨¦ndola. El pop americano no es sino una comercializaci¨®n tard¨ªa del viejo invento.
Notas:
1. No hay otro salto o mutaci¨®n en la poes¨ªa de Occidente que el que se da de Petrarca al surrealismo: del parecido entre las cosas (sangre/rosa) a la voluntad que tienen las cosas de parecerse entre s¨ª: relatividad, Einstein, etc¨¦tera.
2. Ver Nadja, la novela de Breton.
3. Esta despolitizaci¨®n de la juventud, dictaminada por De Gaulle y magistralmente interpretada por Malraux, desembocar¨ªa en mayo/ 68, una barricada ¨¢crata que igualmente derroca al dictador, aunque en nombre de otras cosas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.