Carta, a mi padre sobre la bolsa
Querido padre:Recuerdo que, de ni?o, ¨ªbamos a pasear por los Cantones y t¨² te parabas ante la vitrina dorada del Banco de La Coru?a a leer las cotizaciones de bolsa. A veces figuraban todav¨ªa las de la v¨ªspera, y entonces nos d¨¢bamos otro paseo, en espera de que el empleado caligrafiara las cifras que el tel¨¦fono le susurraba desde Madrid. Era una ¨¦poca en la que las personas mayores usabais sombrero y lo levantabais unos cent¨ªmetros para deciros adi¨®s. T¨² tomabas el tuyo, con tres dedos, por el pico, y lo elevabas un casi nada por la parte de la frente y m¨¢s o menos una cuarta por la parte del cogote. El saludo del sombrero bastaba: s¨®lo entreabr¨ªas imperceptiblemente los labios, sin emitir una palabra. Otros se?ores que se cruzaban contigo s¨ª un¨ªan al gesto de mu?eco mec¨¢nico sonoros adioses, y algunos, menos se?ores o m¨¢s j¨®venes, o m¨¢s redichos, entonaban un cantar¨ªn "usted lo pase bien" o "usted siga bien", o un h¨ªbrido y sorprendente "usted lo siga bien".
El caso es que, a menudo, volv¨ªamos justo cuando el cristal de la vitrina de lat¨®n estaba abierto y el empleado fijaba con chinchetas el list¨ªn del d¨ªa, con los, nombres impresos -nombres que empezaban indefectiblemente por Perpetua, palabra de r¨¦quiem- y, al lado, la cotizaci¨®n fresquita de la ma?ana, escrita a mano con letra bastardilla. Yo no entend¨ªa nada de las cifras ni de los nombres de la lista: Hidrola me sonaba a barco; Explosivos y Petr¨®leos -o Petrolitos, como t¨² dec¨ªas-, a.lejanas guerras tumultuosas; Riotinto, a exploradores perdidos; Rif, a balas silenciosas; Aragonesas, a jota; Papelera, al sitio donde iban a parar mis primeros versos; La Seda, a una pel¨ªcula de Hedy Lamarr; Metro, a la emoci¨®n de la capital con la que so?aba, y Viesgo, a un tren que serpenteaba por desfiladeros ante caricias de casta?os. Yo s¨®lo entend¨ªa que hac¨ªa sol y que, para ti, la vitrina era m¨¢s importante que el sol, pues te balanceabas y empinabas sobre las puntas de los pies para ver por encima del hombro del empleado los n¨²meros reci¨¦n salidos del asador. Yo pensaba que era como una loter¨ªa y que quiz¨¢ t¨² esperabas que una ma?ana te tocara alg¨²n premio gordo. Desde el fondo de mi pecho deseaba o¨ªrte soltar un grito de entusiasmo, pero esto nunca ocurri¨®: ni ante la vitrina de las cotizaciones ni en ninguna otra ocasi¨®n de tu dilatada vida.
La ceremonia duraba muy pocos minutos: me asombraba que en tan fugaz recorrido pudieras retener tan larga lista de nombres y de cifras. ?C¨®mo te interesabas tanto por algo que luego te dejaba indiferente? Volv¨ªamos por los Cantones hacia la plaza de Mina, en silencio; t¨², con tus saludos de sombrero; yo, muy tieso y mirando al frente, pues a m¨ª nadie me saludaba y probablemente nadie me ve¨ªa.
S¨®lo una vez te o¨ª un comentario. Fue a prop¨®sito del Hispano, que para m¨ª era un deslumbrante autom¨®vil y luego result¨® que se trataba de un banco. Dijiste: "Lo mejor de estas acciones es que cr¨ªan". Mucho despu¨¦s supe que criar significaba generar o alumbrar otras acciones, unas accioncitas que como polluelos segu¨ªan a las acciones -gallina-madres hasta ser, a su vez, capaces de criar como ellas.
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Ten¨ªas una cierta querencia hacia el Banco Hispano Americano. Probablemente sus oficinas te resolvieron m¨¢s de un problema cuando ibas de viaje a Am¨¦rica, all¨¢ por los a?os veinte y treinta, a comprar caf¨¦. Te imagino, como en los anuncios de la televisi¨®n, vestido impecablemente de blanco, con americana, corbata y sombrero, paseando entre puestos de mercado, y par¨¢ndote aqu¨ª y all¨¢ para tomar un pu?ado de granos verdes y llevarlo a la nariz y decir con un gesto: "Me lo quedo. Env¨ªeme un centenar de sacos". Y t¨², por la callejuela de barracones de madera y mulatas de miel, te ibas luego a una oficina del Hispano a firmar un pagar¨¦ bajo las aspas de un ventilador cansado.
Ayer, entre tus papeles, encontr¨¦ una p¨®liza, ya un poco amarillecida -?y han pasado, se?or, s¨®lo 12 a?os y medio!.., pero todo amarillece cada vez m¨¢s deprisa-, donde consta que el 27 de abril de 1972 compraste 100 acciones del Hispano. Hay una firma de un corredor colegiado, cuyo apellido, Garc¨ªa de Dios, te inspirar¨ªa confianza. En un recuadro figura el cambio al que fueron tompradas esas acciones: casi el 1.000%; exactamente, el 959%.
Me sacudi¨® un calambrazo desprendido de una pavesa de un remoto rayo. No s¨¦ si donde est¨¢s tienes hilo directo con el m¨¢s ac¨¢. El caso es que no encuentro c¨®mo decirte que hace apenas unos meses se compraban en la bolsa cuantas Hispano se quisieran por la m¨®dica suma de 800 pesetas cada una. Y 800 pesetas de ahora (cuando un chupa-chup vale 10 pesetas), y no del a?o 1972 (cuando el mismo chupachup val¨ªa una peseta). S¨ª, no te r¨ªas por esto del chupa-chup, t¨² que nunca te re¨ªas: en realidad,-el chupa-chup es el patr¨®n m¨¢s fiable, pues no cambia de sustancia y su precio se acomoda con fidelidad de esposa antigua al declive inexorable de la moneda.
Con este simple patr¨®n del chupa-chup, las 4.795 pesetas que pagaste por acci¨®n en 1972 representar¨ªan 47.950 pesetas de hoy. Has perdido -t¨² que ya lo has perdido, o ganado, todo- la tonter¨ªa de 47.150 pesetas por pieza. Y yo me pregunto (como t¨², si me escuchas, o como tantos a los que ha anonadado esta d¨¦b?cle del hispanismo bancario): ?d¨®nde fueron a parar las 47.150 pesetas que faltan? ?Ha sido la crisis, y s¨®lo la repetrolera crisis, la culpable de que se hayan volatilizado?
Esta realidad es dura, pero aquella miliunanochesca del novecientos cincuenta y nueve por ciento era, pura y simplemente, mentira. Te enga?aron, pap¨¢. El Hispano nunca vali¨® tanto. Nunca valieron tanto sus edificios, sus muebles de oficina, sus m¨¢quinas de escribir, los uniformes de sus ujieres, su imagen de marca, sus ventiladores, las participaciones -que, como para un sorteo de Navidad que no toc¨®, pose¨ªa en otras sociedades-, ni la, clientela, compuesta de muchos que se lo creyeron, como t¨². Criaban las acciones, puede ser, pero no pon¨ªan huevos, y lo que nac¨ªan no eran polluelos; no criaban riqueza y vida, sino polvo y papel.
Y te engafiaron al a?o siguiente, en 1973, cuando compraste Papelera al 143%; y en 1974, con Banesto al 680%; y te siguieron enga?ando en 1975, con tus Tabacaleras al 495%; y todav¨ªa te eng afiaron, por ¨²ltima vez, en 11176, con Bilbao al 680% y no dig¨ªamos -qu¨¦ irrisi¨®n- con Atl¨¢ntico al 520%.
Fue mentira, pap¨¢, era un globo, y sin llegar a enterarte de cu¨¢nto aire -y s¨®lo aire- conten¨ªa, te fuiste al otro mundo. Mira: ?te acuerdas de aquel imperio prepotente de la abeja, que val¨ªa tanto y tanto, y ganaba tant¨ªsimo, y se iba a comer el mundo? Pues tambi¨¦n era mentira: todo eran, entre salve y salve a la Virgen Sant¨ªsima, n¨²meros inscritos al buen tunt¨²n en una cinta magn¨¦tica.
A lo mejor ha sido una ventaja irte de este mundo para no Ver lo bajo que ha ca¨ªdo tu querido Hispano, en el que hab¨ªas depositado todas tus complacencias y todos tus ahorros de decenas de a?os en los mercados tropicales oliendo pu?ados y pu?ados de granos de caf¨¦. Ah¨ª donde est¨¢s .dedicar¨¢s tu tiempo a pasear por unos prados verd¨ªsimos y saludar¨¢s con tu sombrero -pues moriste con ¨¦l- a otros seres que vagar¨¢n, como t¨², por unos campos infinitos en los que no hay aceras, ni bordillos, ni fachadas. Ni tampoco tableros con las cotizaciones del d¨ªa, porque no existe el d¨ªa ni la noche, y porque quien caligrafiaba los n¨²meros y llevaba las cuentas, que era Judas, no est¨¢ ah¨ª.
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