La 'segunda evangelizaci¨®n'
La expresi¨®n resulta ya familiar a los 1.500 congresistas procedentes de todas las di¨®cesis espa?olas que buscan estos d¨ªas "una nueva presencia de los cristianos en la actual sociedad espa?ola". El cardenal africano Gantin, en la sesi¨®n de apertura, se refiri¨® a la paradoja de que "una naci¨®n tradicional y masivamente cat¨®lica, muchos de cuyos ciudadanos se consideran cat¨®licos por el hecho de ser espa?oles", tenga que ser de nuevo evangelizada. "Una sociedad. que se seculariza hace m¨¢s dif¨ªcil la segunda evangelizaci¨®n", afirm¨® el purpurado. No pocos cat¨®licos espa?oles se escandalizaban hace 40 a?os cuando los obispos franceses calificaban a Francia de pa¨ªs de misi¨®n. Aquel nacionalcatolicismo se engre¨ªa est¨²pidamente, pensando que por tal situaci¨®n no iba a pasar la Iglesia espa?ola.Pienso que carece de novedad decir que vivimos en una sociedad plural, secularizada, dominada por la tiran¨ªa epistemol¨®gica de la ciencia, permisiva en lo moral, donde los templos andan a media entrada y en la que el magisterio de la Iglesia es seleccionado seg¨²n los gustos e ideolog¨ªas de los cat¨®licos a¨²n m¨¢s practicantes. En 11950, ya varios obispos espa?oles denunciaban la descristianizaci¨®n de nuestros pueblos; y en la vilipendiada Asamblea Conjunta (1971) se tom¨® ya buena nota de la mayor¨ªa de los fen¨®menos y procesos que ahora se formulan oficialmente. Antes de preguntar c¨®mo conseguir que los bautizados vuelvan a la vida de la Iglesia habr¨ªa que analizar las razones que invocaron para alejarse de ella. La aton¨ªa, el desencanto y las frustraciones que han llevado a esta dispersi¨®n de fuerzas est¨¢n esperando un an¨¢lisis serio.
Proclamar los principios, redescubrir las identidades, proclamar la prioridad de los valores espirituales, definir la actitud misionera, etc¨¦tera, corre el riesgo de que sigamos movi¨¦ndonos en el plano abstracto de las generalidades, de seguir diagnosticando la enfermedad sin conocer su tratamiento.
No s¨¦ por qu¨¦ raz¨®n ahora se tiende a echar las culpas a los elementos naturales externos a la Iglesia, rehuyendo nuestra propia responsabilidad de haber "velado el rostro de Dios" a los dem¨¢s.
Hay que preguntarse por qu¨¦ se ha roto o no ha existido el di¨¢logo entre nosotros y con los de fuera. En este sentido, y a modo de ejemplo, hay que destacar la comunicaci¨®n al congreso del te¨®logo gallego Torres sobre c¨®mo los agn¨®sticos espa?oles pueden a su vez evangelizar a los creyentes. Algo tan simple como el no juzgar al ateo como un malvado por el mero hecho de serlo choca con nuestra impenitente intolerancia. "La negaci¨®n del ateo est¨¢, como toda negaci¨®n, fundamentada en una afirmaci¨®n previa. El ataque a la fe en Dios, m¨¢s que como objetivo directo, se muestra como simple consecuencia indirecta de aquello que, en definitiva, interesa y primariamente se busca: el ataque a todo lo que niega al hombre". En la com¨²n afirmaci¨®n del hombre tiene que producirse el milagro del encuentro, profundo de una humanidad con otra humanidad. S¨®lo ah¨ª puede producirse el otro gran milagro que a todos nos sobrepasa: el encuentro de los hombres con el misterio de Dios.
La comunicaci¨®n de Queiruga no fue abstracta. Fue al grano de la actitud fundamental, que defini¨® con palabras de san Juan de la Cruz: "Adonde no hay amor, ponga amor, y sacar¨¢ amor". Cambiar¨ªa el estilo de nuestra pastoral, "desaparecer¨ªa ese timbre oscuro y estrecho del que habla contra, para traer a primer plano la generosa claridad del que, ante todo, habla a favor. Y termin¨® con estas palabras de enorme actualidad: "Lo dem¨¢s puede disfrazarse de celo, pero correr¨¢ siempre el peligro de perderse en los laberintos de la teor¨ªa, consumirse en los subterr¨¢neos del resentimiento, disfrazado o autocomplacerse en el juego de los espejos de un narcisismo incapaz de ver en el otro nada m¨¢s que el reflejo de la propia imagen".
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