Los dictadores argentinos, en el banquillo
Argentinos y extranjeros no daban cr¨¦dito a sus ojos: en la Sala de Justicia de la C¨¢mara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional entraron, con la mirada rija en el vac¨ªo, los ex presidentes de la Rep¨²blica tenientes generales Jorge Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri; los almirantes Emilio Massera, Isaac Anaya y Armando Lambruschini, y los brigadieres generales del Aire Omar Graffigna, Orlando Agosti y Basilio Lami Dozo.
Lo que hace s¨®lo un par de a?os resultaba una hip¨®tesis inveros¨ªmil, se materializ¨® ayer en el Palacio de los Tribunales de Buenos Aires: el sinuoso y m¨ªstico Videla; el florentino, borgiano, erot¨®mano y peligros¨ªsimo Massera; los alcoh¨®latras Viola y Galtieri, y el resto de la tropa que aterroriz¨® omnipotentemente al pa¨ªs durante siete a?os tomaron asiento en el banquillo corrido de los acusados.S¨®lo los ex presidentes Videla y Galtieri vest¨ªan de civil, ambos con un atuendo gris. Videla, con gafas, encorvado y portando una carpetilla de cuero marr¨®n y un libro; Massera, sobrepasado de peso; Agosti -bajo terapia psiqui¨¢trica de apoyo-, visiblemente envejecido; Viola, con sus bigotes encanecidos de marsopa y el rostro abotagado del buen bebedor; Galtieri, con su figura de general Patton hollywoodense, algo m¨¢s flaco gracias a su reciente templanza, descubierta en prisi¨®n.
Entre espectaculares medidas de seguridad, que congestionaron el centro porte?o a causa de las calles cortadas al tr¨¢fico, y que inclu¨ªan el apostamiento de tiradores de elite en las azoteas, ocho de los triunviros llegaron al Palacio de Justicia por parejas y en autom¨®viles fuertemente escoltados desde la Unidad Penal 22 de la Polic¨ªa Federal y desde el acantonamiento de Campo de Mayo. Graffiggna, en libertad provisional, ingres¨® por su cuenta en una puerta lateral desinfectada de periodistas.
La adecuaci¨®n de la sala -en cualquier caso, muy peque?ano parece la m¨¢s id¨®nea, por cuanto los encausados se sientan muy pr¨®ximos a sus jueces, cara a cara y a poco m¨¢s de medio metro de la mesita con micr¨®fonos que comparten el fiscal y su ayudante. Videla, que el mi¨¦rcoles se sent¨® el primero por la izquierda, s¨®lo necesitaba incorporarse de medio cuerpo y extender el brazo para sujetar por el cuello a Julio C¨¦sar Strassera cuando ¨¦ste le tildaba de genocida, mentiroso y cobarde.
El doctor Le¨®n Arsiana¨ªn, juez camarista que presidi¨® la sesi¨®n, advirti¨® la tensi¨®n ambiental y derroch¨® admoniciones sobre todos los presentes, conminando a guardar el orden la sala y el respeto al tribunal.
Conciencia universal
El fiscal Strassera comenz¨® su alegato con las siguientes y solemnes palabras: "La comunidad argentina en particular, pero tambi¨¦n la conciencia jur¨ªdica universal, me ha encomendado la augusta misi¨®n de presentarme ante ustedes para reclamar justicia".H¨¢bilmente, y previendo la principal l¨ªnea de trabajo de las defensas, se extendi¨® en un retrato del panorama subversivo en Argentina desde 1969 -siete a?os antes del golpe militar-, rememorando todas las atrocidades y barbarismos pol¨ªticos de los insurgentes que pretendieron instaurar una rep¨²blica socialista revolucionaria en Argentina. Record¨® toda la sangre vertida por las guerrillas urbana y rural y destac¨® c¨®mo, a petici¨®n de su fiscal¨ªa, se encontraba preso y enjuiciado Mario Eduardo Firmenich, jefe de la organizaci¨®n Montoneros.
Pas¨® a la otra cara de la moneda y, junto con su adjunto el joven,y barbado Luis Moreno Ocampo, fue brillante en la exposici¨®n, en la argumentaci¨®n y en la oratoria, claro, ins¨®litamente valiente y hasta justicieramente cruel. "La represi¨®n", dijeron ambos fiscales a medio metro de las caras de los reos, "fue basada en la mentira y en la ferocidad; se dispuso de dos justicias: una p¨²blica y manipulada y otra secreta y homicida".
Massera -afirmaron los fiscales- declaraba que la Junta Militar no estaba dispuesta a tolerar que la muerte anduviera suelta por Argentina, y cuando afirmaba tal sentencia, Cecilia In¨¦s Cabellos, una muchacha de 16 a?os, estaba siendo torturada hasta su presumible muerte -contin¨²a desaparecida- en la Escuela de Mec¨¢nica de la Armada, directamente dependiente del almirante de sonrisa gardeliana. Massera se sent¨® en el banquillo y dibuj¨® una semisonrisa despectiva, s¨®lo alterada cuando se le cit¨® por primera vez, siendo advertible el relampagueo de su mirada hacia el fiscal.
La fiscal¨ªa record¨® las ordenanzas militares del general San Mart¨ªn que a sus granaderos a caballo exig¨ªa el m¨¢s absoluto respeto por la ciudadan¨ªa que con sus dineros sosten¨ªa los ejercitos, llegando a condenar con el fusilamiento a los soldados que allanasen moradas, robaron bienes o violasen mujeres. "Este fue el sello que el Libertador imprimi¨® a sus tropas, muy distinto del que imprimi¨® el general Videla a las suyas".
Videla, siempre fingiendo leer atentamente el libro que llevaba consigo, no pudo evitar un reflejo facial y asesinar con su mirada al fiscal cuando ¨¦ste le record¨® la austeridad que imprimi¨® al Ej¨¦rcito argentino su creador, el general Jos¨¦ de San Mart¨ªn.
En el primer receso de la vista, Galtieri, al retirarse de la sala, mascull¨® unas palabras y las. escupi¨® sobre el fiscal adjunto Moreno Ocampo, quien, en su discreci¨®n, prefiri¨®, aduciendo no haberlas entendido bien, ignorar ,si hab¨ªan sido de insulto o de amenaza. Calificando la represi¨®n militar argentina como el mayor genocidio cometido en la joven historia de la naci¨®n, la fiscal¨ªa relat¨® algunos de los asesinatos colectivos supuestamente probados e inducidos por la c¨²pula militar en el poder y describi¨® la apoteosis castrense de los encausados como ilegal, amoral, prepotente, mentirosa y cobarde.
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