La Ballesta
La Gran V¨ªa, cosmopolita y provinciana, gener¨® en su ¨¦poca de esplendor este aliviadero ven¨¦reo de la calle de La Ballesta; aqu¨ª la prostituci¨®n busc¨® un envase m¨¢s acorde con los tiempos, y a los acordes del plan Marshall, fueron las barras americanas nuevo escaparate y mercado para el antiguo oficio.Hoy, las hetairas de la zona comparten con los establecimientos el mismo aire m¨ªstico y decadente, y los porteros de los clubes tienen que salir a las aceras a pregonar las discutibles delicias de sus divanes despeluchados, sus luces turbias y sus amables se?oritas. La oferta es ahora multirracial y pluriforme, econ¨®mica y diversa en la edad y en la especializaci¨®n.
El concurso de africanas, portuguesas y americanas y la competencia desleal de muchas tarifas a la baja han creado momentos de cierta tensi¨®n y brotes de un inesperado nacionalismo entre el pupilaje, tristes escaramuzas que no consiguen ocultar el problema de fondo, la crisis del modelo, el ocaso del barrio ante los innumerables establecimientos de sauna y relax y el puter¨ªo cibern¨¦tico con tarjeta Visa.
Publicidad en radio
Hace m¨¢s de veinte a?os, La Ballesta protagoniz¨® una moderna campa?a de promoci¨®n publicitaria a trav¨¦s de la radio; bares como el Chou¨ª o el Pigalle patrocinaban concursos, y locutores habituados a la gu¨ªa comercial desgranaban impert¨¦rritos ante los micr¨®fonos las ventajas de un ambiente selecto en el que la diversi¨®n estaba garantizada.
El poeta ?ngel Gonz¨¢lez recordaba recientemente que en esta calle y en mejores tiempos sol¨ªan reunirse intelectuales y artistas alrededor de un peque?o escenario; j¨®venes bohemios que incursionaban en el lumpen buscando en los laberintos de la noche una sombra de libertad, un eco de Montmartre o del Soho. La a?oranza del poeta inclu¨ªa a una principessa, italiana de oscuros or¨ªgenes, aficionada al canto, que sujetaba con horquillas del pelo los restos de su ¨²ltimo abrigo de vis¨®n.
Pecado y santidad
La historia asign¨® a esta calle, desde los primeros anales, un papel espec¨ªfico, relacionado siempre con el ocio y la diversi¨®n. El origen de su denominaci¨®n se basa en los terrenos que un cazador tudesco arrend¨® como tiro de ballesta para diversi¨®n de caballeros, que pod¨ªan ejercitarse sobre blancos m¨®viles, aunque encadenados y vivos: jabal¨ªes, osos y otras bestias sobre las que disparaban sus traidores dardos los se?oritos de la Corte.
Con el tiempo, estos blancos m¨®viles, asaeteados por otros dardos no menos alevosos -las encuestas sanitarias revelan datos estremecedores- son gacelas indefensas de Guinea o del foro, que a la luz de neones desva¨ªdos ofrecen los restos de sus particulares naufragios.
Y junto a los cuarteles del pecado, los bastiones de la santidad: Ballesta acaba junto a los muros del Refugio de San Antonio de los Alemanes (m¨¢s tudescos), albergue y refectorio de vagabundos y colegio de monjas; a las espaldas de la calle, en la del Barco, otro en clave monjil, convento y colegio de las Madres Mercedarias, cuya vocaci¨®n de redimir cautivos no incluye a las descarriadas ovejas noct¨¢mbulas.
Al margen de los cultos venusinos se celebran tambi¨¦n en esta calle otros rituales paganos de distinto signo en afamadas tabernas, como Asquini?a, Casa Perico, La Cresta o La Tasquita de Enfrente, situada en oposici¨®n al emporio gastron¨®mico de la calle, La Gran Tasca. En La Tasquita, los pinchos de morcilla se llaman conferencias con Burgos, como detallan las rupestres pinturas murales, y la especialidad de la casa son las patatas a lo pobre. En La Cresta, que tiene car¨¢cter de restaurante econ¨®mico, puede degustar el aficionado sangre solidificada y cortada en cubitos, o matanza, en un ambiente promiscuo, entre aromas de fritanga y di¨¢logos de cr¨®nica negra.
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