?Por qui¨¦n doblan las carcajadas?
?De qu¨¦ y de qui¨¦n se r¨ªe un c¨®mico de los a?os ochenta? ?Qui¨¦nes son sus compa?eros de carcajadas? Nadie puede negarle a Woody Allen el derecho a ser considerado como la encarnaci¨®n del cine c¨®mico contempor¨¢neo, sucesor de una corona que ha pertenecido a unos pocos, a los Chaplin, Keaton, Groucho Marx o Jerry Lewis, pero monarca muy peculiar, pues no puede decirse de ¨¦l que tenga unas v¨ªctimas propiciatorias que repitan con la asiduidad de una Margaret Dumont. En realidad, la iron¨ªa de Allen es mucho menos virulenta que la de un Groucho Marx.Por ejemplo, si en Una noche en la ¨®pera los c¨¦lebres hermanos se dedicaban a destruir una funci¨®n de Il trovatore a base de vender cacahuetes a grito pelado desde los pasillos del teatro y cambiaban los decorados verdianos por unos que se dir¨ªan sacados del Poternkin, lo que Allen hace aqu¨ª con el espect¨¢culo es intentar confundir, literalmente, realidad y ficci¨®n, tender un puente entre ambos mundos, para acabar descubriendo que los sue?os sue?os son. La relaci¨®n entre cine y vida ya era el tema central de la mit¨®mana Sue?os de seductor y se repite en La rosa p¨²rpura de El Cairo.
La rosa p¨²rpura de El Cairo
Director y guionista: Woody Alien. Int¨¦rpretes: Mia Farrow, Jeff Daniels. Fotograf¨ªa: Gordon Willis. M¨²sica: Dick Hyman. Estadounidense, 1985. Estreno en Madrid en cines Amaya, Pompeya y Gayarre (versi¨®n subtitulada).
La idea es id¨¦ntica y surge de una voluntad de literalidad: en un caso, Bogart es un modelo que toma cuerpo cada vez que se le invoca; en el otro, la f¨¢brica de sue?os y la identificaci¨®n casi zombi¨¢tica con el mundo de la pantalla tambi¨¦n desembocan en corporeizaci¨®n. La depresi¨®n, la miseria surgida del crack del 29, hecha de hambre, paro o trabajos mal remunerados, impulsa a refugiarse en el mundo maravilloso de la pantalla, ¨¦se al que se hace referencia en el t¨ªtulo y que remite a una supuesta pel¨ªcula en la que se entremezclan las aventuras en pa¨ªses ex¨®ticos con la comedia de tel¨¦fonos blancos.
Viaje del espectador
Lo cierto es que la sensaci¨®n que produce el filme de Allen, como otros anteriores, sobre todo desde Annie Hall, es parecida a la que halla Mia Farrow cuando acude al cine.El espectador tambi¨¦n se siente transportado, tambi¨¦n encuentra en La rosa p¨²rpura de El Cairo esa magia hipn¨®tica, identificatoria y de complicidad que le permite, durante la hora y media de rigor, escapar del aburrimiento cotidiano. Pero es una huida muy fr¨¢gil, que pierde todo su encanto si se la quiere sacar a la luz del d¨ªa, de la misma manera que tambi¨¦n entrar¨ªa en crisis la ficci¨®n pirandelliana montada por Allen si la c¨¢mara visitase la cabina de proyecci¨®n e intentase compaginar la metafisica rebeli¨®n de los actores con la muy prosaica imposibilidad de una cinta sin fin.
La rosa p¨²rpura de El Cairo de Woody Allen contiene algunos gags espl¨¦ndidos, como el del personaje de ficci¨®n que, de visita a la realidad, se entera de que los besos en el mundo de las tres dimensiones no van seguidos de un fundido a negro o de un encadenado, o tiene tambi¨¦n algunas secuencias de una precisi¨®n impresionante, como la del di¨¢logo laudatorio entre Mia Farrow y el Jeff Daniels reci¨¦n llegado de Hollywood, aut¨¦ntico retrato de las obsesiones profesionales de la gente del mundo del espect¨¢culo, de su entra?able mediocridad.
Otros momentos son menos ricos, m¨¢s esquem¨¢ticos, sobre todo los que muestran al tr¨¢nsfuga de la pantalla chocando con la miseria de la realidad, pero el conjunto no decae. Allen es ahora un cineasta demasiado elegante, seguro y calculador para que una comedia se le escape de las manos.
Sonrisa
Pero volvamos al principio: ?de qu¨¦, de qui¨¦n y con qui¨¦n se r¨ªe Woody Allen? Creo que, si exceptuamos Toma el dinero y corre, que era el filme m¨¢s corrosivo, pero tambi¨¦n el peor acabado, lo que el director americano nos propone es una sonrisa de autoconmiseraci¨®n. De la misma manera que la formidable Mia Farrow de La rosa p¨²rpura de El Cairo es el alter ego o proyecci¨®n del cineasta, nosotros -y nuestras devociones berginanianas o fellinianas, o nuestra dependencia del psicoan¨¢lisis o de la mitoman¨ªa, etc¨¦tera- participamos del escepticismo tranquilizador de Allen.Los personajes del cineasta norteamericano, presas de una logorrea fren¨¦tica, son s¨ªmbolos fieles de un mundo hipercomunicado y repleto de personas solitarias a las que las palabras s¨®lo sirven como ruido. La comunicaci¨®n de verdad s¨®lo existe en los milagros, cuando los h¨¦roes de ficci¨®n escapan de la pantalla cinematogr¨¢fica. Y Woody Allen juega con los milagros, pero no cree en ellos.
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