Sobre el arte de reunirse 'en la cumbre'
Hace 40 a?os, la potencia nuclear de Estados Unidos result¨® indispensable para acabar con la II Guerra Mundial. En la era de la posguerra, la superioridad nuclear estadounidense fue indispensable para disuadir a los sovi¨¦ticos de las tentativas que pod¨ªan haber llevado a la tercera guerra mundial. Pero esta era ya ha pasado y ahora vivimos en la ¨¦poca de la paridad nuclear, en la que cada una de las superpotencias cuenta con los medios suficientes para destruir a la otra y al resto del mundo.En estas circunstancias estrat¨¦gicas, los encuentros en la cumbre entre los l¨ªderes de Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica se han hecho esenciales si es que se quiere preservar la paz. Sin embargo, tales encuentros s¨®lo contribuir¨¢n a la causa de la paz si ambos l¨ªderes reconocen que las tensiones existentes entre las dos naciones no se deben al hecho de que no nos entendamos mutuamente, sino al hecho de que s¨ª entendemos que tenemos intereses ideol¨®gicos y geopol¨ªticos diametralmente opuestos.
La mayor parte de nuestras diferencias no se resolver¨¢ nunca. Pero Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica tienen en com¨²n un objetivo important¨ªsimo: la supervivencia. Cada uno de ellos tiene la llave de la supervivencia del otro. El fin de los encuentros en la cumbre es el de elaborar normas de compromiso que puedan evitar que nuestras profundas diferencias nos arrastren a un conflicto armado que nos destruir¨ªa a ambos.
Con este objetivo limitado, pero crucialmente importante, en la mente debemos disuadirnos a nosotros mismos desde un principio de la idea, demasiado predominante, de que ¨²nicamente si los l¨ªderes, a medida que lleguen a conocerse el uno al otro, pudieran desplegar un nuevo tono o un nuevo esp¨ªritu en su interrelaci¨®n, nuestros problemas se resolver¨ªan y se reducir¨ªan las tensiones. Si la historia puede servirnos de gu¨ªa, la evaluaci¨®n de un encuentro en la cumbre en t¨¦rminos del esp¨ªritu que produce es m¨¢s una prueba de fracaso que de ¨¦xito.
'Esp¨ªritus' de la historia
El esp¨ªritu de Ginebra en 1955, el de Camp David en 1959, el de Viena en 1961 y el de Gassboro en 1967 produjeron cada uno de ellos una breve mejora ambiental, pero no se realiz¨® ning¨²n progreso importante en la resoluci¨®n de las cuestiones primordiales. El esp¨ªritu y el tono s¨®lo importan cuando entre dos l¨ªderes de naciones con intereses similares hay un mal entendimiento que puede resolverse mediante su conocimiento mutuo. Tales factores est¨¢n fuera de prop¨®sito cuando las naciones tienen diferencias irreconciliables, lo cual es el caso en todo aquello que concierne a Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
La obsesi¨®n de algunos observadores por el estilo en detrimento de la sustancia resulta risible. El hecho de que el secretario general Mijail Gorbachov apriete la mano con firmeza, tenga un excelente contacto visual, un buen sentido del humor y se vista con elegancia no tiene m¨¢s relaci¨®n con sus pol¨ªticas que el hecho de que Nikita Jruschov vistiera trajes mal ajustados, bebiera demasiado y hablara un ruso tosco.
Cualquiera que alcance la cima de la jerarqu¨ªa sovi¨¦tica est¨¢ obligado a ser un comunista consagrado y un l¨ªder fuerte, sin piedad, que sostenga la pol¨ªtica exterior sovi¨¦tica de extensi¨®n de la dominaci¨®n de la URSS en el mundo no comunista. Podemos negociar con Gorbachov, pero s¨®lo si reconocemos que el asunto a lidiar implica diferencias no tratables entre Estados competitivos.
El presidente Reagan se ver¨¢ urgido a demostrar a Gorbachov que est¨¢ sinceramente consagrado a la paz y que, a pesar de su dura ret¨®rica, es realmente un hombre muy amable. Reagan no tiene por qu¨¦ probar que est¨¢ a favor de la paz. Gorbachov lo sabe. Lo que es vitalmente importante es que tambi¨¦n entienda que Reagan es un l¨ªder fuerte, un l¨ªder honesto y razonable, pero que, sin lugar a dudas, entrar¨¢ en acci¨®n para proteger los intereses estadounidenses cuando ¨¦stos se vean amenazados.
Los debates ideol¨®gicos no servir¨¢n para nada ¨²til. Gorbachov est¨¢ tan dedicado a su ideolog¨ªa como Reagan a la suya. Ninguno de ellos va a convertir al otro.
En la era de la posguerra, ninguna pareja de l¨ªderes lleg¨® a un encuentro en la cumbre con m¨¢s apoyo pol¨ªtico en su pa¨ªs ni m¨¢s dotados de encanto y carisma. Pero para uno el tratar de atraerse al otro no le aportar¨ªa afecto, sino desprecio -esta ser¨ªa ciertamente la reacci¨®n de Gorbachov- Un elemento esencial del nuevo tipo de relaci¨®n no son las expresiones sentimentales de amistad, sino el pr¨¢ctico respeto mutuo. En 1959, antes de encontrarme con Jruschov, el primer ministro brit¨¢nico, Harold Macmillan, me dijo que en estos encuentros con los l¨ªderes sovi¨¦ticos ¨¦l entend¨ªa que, sobre todo, lo que ¨¦stos "deseaban era ser admitidos como miembros del club". Este es un peque?o precio que hay que pagar para poner los cimientos de una nueva estructura de paz en el mundo.
El control de armamentos y las cuestiones pol¨ªticas deben avanzar juntos. El progreso en el control de armamentos puede conducir a la estabilidad y a la reducci¨®n de tensiones pol¨ªticas. La reducci¨®n de tensiones pol¨ªticas puede conducir a un mejor clima para alcanzar un acuerdo sobre el control de armamentos que sea conveniente para ambas partes.
Cuestiones pol¨ªticas
Aquellos que sostienen que debemos procurar el control de las armas sin tener en cuenta lo que suceda con las cuestiones pol¨ªticas deben tener presente que lo que destruy¨® cualquier posibilidad de aprobaci¨®n por el Senado de las SALT-II (Strategic Arms Limitation Talk, Conversaciones sobre Limitaci¨®n de Armas Estrat¨¦gicas) fue la invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n. En la actualidad no existe posibilidad alguna de que el Senado apruebe un tratado de control de armamentos en tanto que la Uni¨®n Sovi¨¦tica est¨¦ apoyando a fuerzas antiestadounidenses en El Salvador y Nicaragua.
Por consiguiente, una agenda de la reuni¨®n en la cumbre no debe tener como principal prioridad el control armamentista, sino los potenciales puntos de ignici¨®n de conflictos Estados Unidos-Uni¨®n Sovi¨¦tica. Es muy dudoso que debi¨¦ramos haber estado conformes con las SALT-I en 1972 de no haberse solucionado en el acuerdo de Berl¨ªn de 1971 aquellas cuestiones que a tantas crisis hab¨ªan llevado desde finales de la II Guerra Mundial. Una oportunidad similar se presenta actualmente en Oriente Pr¨®ximo y en Centroam¨¦rica.
El problema m¨¢s dif¨ªcil y potencialmente m¨¢s peligroso que lleva a las dos naciones a la confrontaci¨®n es la pol¨ªtica sovi¨¦tica de apoyo a los Gobiernos revolucionarios del Tercer Mundo. La doctrina de Breznev de 1968, anunciada despu¨¦s de que las tropas sovi¨¦ticas aplastaran una rebeli¨®n contra el Gobierno comunista de Checoslovaquia, proclamaba que las conquistas sovi¨¦ticas en Europa oriental eran irreversibles, declarando simplemente -as¨ª lo dijo Breznev- que "lo que es m¨ªo es m¨ªo".
Las tentativas sovi¨¦ticas en Am¨¦rica Latina, ?frica, el golfo P¨¦rsico y Oriente Pr¨®ximo contra aliados y amigos de Estados Unidos han demostrado que la doctrina se ha extendido hasta significar que "lo que es vuestro es m¨ªo". Los l¨ªderes sovi¨¦ticos deben saber entender que para Estados Unidos y Occidente ser¨ªa irracional e inmoral aceptar la doctrina de que la Uni¨®n Sovi¨¦tica tiene derecho a apoyar las guerras de liberaci¨®n en el mundo no comunista sin insistir en nuestro derecho a defender a nuestros aliados y amigos sometidos a agresiones y a apoyar a los verdaderos movimientos de liberaci¨®n contra los reg¨ªmenes sovi¨¦ticos del Tercer Mundo.
No podemos esperar que los sovi¨¦ticos dejen de ser comunistas dedicados a extender la influencia y la dominaci¨®n comunista en el mundo. Pero debemos dejar claro a los sovi¨¦ticos que el aventurerismo militar destruir¨¢ las posibilidades de unas mejores relaciones entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Debemos tambi¨¦n dejar claro que la doctrina Breznev revisada, de no s¨®lo defender sino tambi¨¦n extender el comunismo, ser¨¢ contestada por una doctrina Reagan de defender y extender la libertad. Nuestro ¨²nico inter¨¦s com¨²n es el de conducirnos de tal manera que esos conflictos no vayan en aumento hasta llegar a una confrontaci¨®n nuclear.
En vista del peligro de proliferaci¨®n de las armas nucleares, ambas naciones tienen un inter¨¦s mutuo en trabajarjuntas para combatir el terrorismo internacional, ya sea promovido por Estados o por individuos. Con el progreso que se est¨¢ realizando en la tecnolog¨ªa de miniaturizaci¨®n no est¨¢ muy lejos el tiempo en que el peligro de ruptura del umbral nuclear venga de los individuos y no s¨®lo de las naciones. Si el genio nuclear sale de la botella, el resultado afectar¨¢ a todas las naciones, y particularmente a aquellas que tienen armas nucleares. Debe ped¨ªrsele a los sovi¨¦ticos que se unan a nosotros en una declaraci¨®n de que los terroristas y aquellos que prestan ayuda y aliento a los terroristas son culpables de un crimen internacional y deben ser tratados en consecuencia.
Si bien debemos hacer responsables a los sovi¨¦ticos de las acciones contrarias a nuestros intereses que llevan a cabo, debemos reconocer tambi¨¦n que no son responsables de todas las perturbaciones que se dan en el mundo. La brecha existente entre las rentas de las na ciones que producen materias primas y las que las consumen, el hambre debida a causas clim¨¢ticas, el fundamentalismo radical musulm¨¢n y los movimientos terroristas que tienen su origen en Libia e Ir¨¢n, todos estos problemas existir¨ªan aun cuando no existiese la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Pero en lugar de explotar estos problemas, la Uni¨®n Sovi¨¦tica deber¨ªa unirse a Estados Unidos y dem¨¢s naciones occidentales para combatirlos. Los sovi¨¦ticos deber¨ªan estar especialmente interesados por el surgimiento del fundamentalismo musulm¨¢n, no s¨®lo porque un tercio de la poblaci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica sea musulmana, sino tambi¨¦n porque la revoluci¨®n musulmana compite con la revoluci¨®n sovi¨¦tica en la ayuda a los pueblos de las naciones del Tercer Mundo.
Armas al Tercer Mundo
Existe una fase de nuestra corripetici¨®n que debe ser mantenida bajo control -la competencia mutua en el fomento de la carrera armamentista en el Tercer Mundo-. Las ventas de armas estadounidenses y sovi¨¦ticas a los pa¨ªses del Tercer Mundo ascienden a miles de millones de d¨®lares. La mayor¨ªa de estos pa¨ªses son desesperadamente pobres y necesitan rriucho m¨¢s ayuda econ¨®mica que armas adicionales. Porque el hecho de que la Uni¨®n Sovi¨¦tica arme a la India mientras que Estados Unidos arma a Pakist¨¢n tan s¨®lo puede acabar en una tragedia para los pueblos de ambos pa¨ªses. Aun cuando se trate solamente de armas no nucleares, son instrumentos de guerra, y las guerras peque?as pueden potencialmente, en su escalada, convertirse en guerras nucleares. No existe indicio alguno de que las ventas de armas se reduzcan pronto, si es que se reducen, pero tanto Estados Unidos como la URSS se beneficiar¨ªan de su control y de no permitir que nos arrastraran a un conflicto.
Cambiando ahora a las cuestiones colaterales, mientras es una ilusi¨®n que el comercio por s¨ª mismo conduzca a la paz, un incremento en el comercio no subvencionado de art¨ªculos no militares puede proporcionar un fuerte incentivo para que la Uni¨®n Sovi¨¦tica evite conductas que incrementen las tensiones pol¨ªticas entre nuestros dos pa¨ªses. El comercio y los problemas pol¨ªticos est¨¢n inexorablemente vinculados.
La cuesti¨®n que encierra una mayor carga emocional es la de la violaci¨®n de los derechos humanos en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Los sovi¨¦ticos insisten en que en ninguna circunstancia permitir¨¢n que sus pol¨ªticas internas sean objeto de negociaci¨®n con otro Gobierno. Debemos hacer de los derechos humanos una cuesti¨®n privada de suma prioridad, pero no una cuesti¨®n p¨²blica. Vimos puesto en pr¨¢ctica este principio en 1972. En mis conversaciones en la cumbre con Breznev insist¨ª privadamente en que levantara las limitaciones que pesaban sobre la emigraci¨®n jud¨ªa, para as¨ª ganar apoyo a la distensi¨®n en Estados Unidos. En un a?o se concedi¨® la cifra r¨¦cord de 37.000 visados de salida. Al a?o siguiente, la enmienda de Jackson-Vanik al proyecto de ley de comercio supuso una presi¨®n p¨²blica sobre los sovi¨¦ticos para que incrementaran la emigraci¨®n jud¨ªa. ?stos reaccionaron reduciendo dr¨¢sticamente, en vez de aumentarlos, el n¨²mero de visados.
La ¨²nica certeza absoluta acerca de la relaci¨®n sovi¨¦tico-estadounidense es la de que la pugna en la que nos hallamos comprometidos no durar¨¢ a?os, sino d¨¦cadas. En esta pugna, una de las ventajas de la Uni¨®n Sovi¨¦tica sobre Estados Unidos es la de que su pol¨ªtica exterior tiene consistencia y continuidad. Los l¨ªderes cambian, pero la pol¨ªtica sigue siendo la misma. Jruschov llevaba camisas de manga corta y Breznev camisas de pu?o franc¨¦s; pero ambos se fijaban las mismas metas en pol¨ªtica exterior: la extensi¨®n de la dominaci¨®n y la influencia sovi¨¦tica en el mundo.
Cada ocho a?os, y a veces cada cuatro, la pol¨ªtica estadounidense, sin el apoyo conjunto de los dos partidos, apoyo que pr¨¢cticamente concluy¨® a causa de la guerra de Vietnam, oscila entre extremos de subestimaci¨®n y sobreestimaci¨®n de la amenaza sovi¨¦tica. Lo que se necesita es una pol¨ªtica firme, consistente, con el apoyo bipartidario, que no cambie de una administraci¨®n a otra. Se trata de una larga lucha cuyo final no se alcanza a ver.
Sean cuales sean sus defectos, los sovi¨¦ticos ser¨¢n firmes, pacientes y consistentes en la persecuci¨®n de sus objetivos de pol¨ªtica exterior. Tenemos que igualarnos a ellos en este aspecto. Gorbachov, con sus 54 a?os, es un hombre que no necesita darse prisa. Puede vivir lo suficiente como para tener que entend¨¦rselas con cinco presidentes estadounidenses. No debemos darle la oportunidad de demorar la realizaci¨®n de un pacto con un presidente en la esperanza de que puede llegar a conseguir uno mejor con el presidente que suceda a aqu¨¦l.
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