Europa, en menos y m¨¢s
La decisi¨®n de un jurado independiente compuesto de creadores y cr¨ªticos de los 10 pa¨ªses miembros de la Comunidad Econ¨®mica de concederme el Premio Literario Europalia 1985 puede resultar a primera vista sorprendente e incluso parad¨®jica, No s¨®lo mi espa?olidad parece a muchos, y a veces a m¨ª mismo, dudosa, sino tambi¨¦n mi europe¨ªsmo ( ... ) es matizado e h¨ªbrido, lleno de injertos y burlona trastienda. La posible lista de reparos a mi persona y obra literaria ser¨ªa larga, y me esforzar¨¦ en resumirlos.Mientras el ¨²nico lugar de nuestra Pen¨ªnsula en el que me siento en casa es el rinc¨®n m¨¢s africano de ella -esa hermosa y cruel provincia de Almer¨ªa, origen de una imborrable fascinaci¨®n est¨¦tica y mi incipiente rebeld¨ªa moral-, mi pasi¨®n e intereses de los ¨²ltimos 15 a?os se han centrado en gran parte en unos ¨¢mbitos literarios, culturales y humanos alejados simult¨¢neamente de Espa?a y de la Europa en la que de ordinario vivo.
Mi obra narrativa de madurez, podr¨ªa alegar alguno, es exclusivamente castellana por su lengua y a¨²n ¨¦sta es sometida a un varapalo despiadado y sacr¨ªlego: de vuelta a su dimensi¨®n mud¨¦jar, confrontada y agredida por otras lenguas, revuelta en una mixtura pap¨¦lica y luego alquitarada o sustanciada por un ir¨®nico proceso de decantaci¨®n. El espacio mental en el que se desenvuelven mis ¨²ltimas novelas no es, en efecto, el de Barcelona o el de Madrid, sino el de T¨¢nger o Fez, Estambul o Marraquech, y aunque Par¨ªs o Nueva York sirvan de escenario al periplo callejero de los antih¨¦roes de Makbara o Paisajes despu¨¦s de la batalla, ser¨¢n ciudades que muy pocos wasps o parisi.enses de souche reconocer¨¢n por suyas: urbes metecas, promiscuas, mezclad¨¢s ( ... ).
Sin detenerme en el examen ya in¨²til de mis m¨¦ritos y dem¨¦ritos respecto a un eventual candidato m¨¢s apto para la circunstancia que nos re¨²ne, pienso, con todo, que el error aparente puede no serlo si examinamos las cosas con mayor detenimiento y profundidad. Pues los conceptos de espa?ol y europeo son, a mi entender, menos nodulares y estrechos de lo que los defensores de una hispanidad y europeidad respectivas, involucionistas, sectarias, se empe?an en hacernos creer: situ¨¢ndonos en una perspectiva m¨¢s vasta, advertiremos que si bien nuestro ingreso en la CEE remata un atraso o arrinconamiento seculares y nos engarza a la din¨¢mica del progreso, acaece, sin embargo, en un moment¨® en el que la media Europa hoy reunida ha cesado de ser el eje del mundo, y la noci¨®n de progreso es sospechosa y obliga a actuar con cautela en cuanto puede ocultar una trampa. ( ... )
Como viejo espa?ol y reci¨¦n estrenado europeo, quisiera abogar aqu¨ª y ahora mismo por un ecumenismo o, si se prefiere, internacionalismo vinculado a mi condici¨®n social y art¨ªstica de la modernidad. (...)
La curiosidad de lo ajeno ha sido en los ¨²ltimos cinco siglos rasgo netamente europeo: con miras desinteresadas o ego¨ªstas, prop¨®sitos de conquista o estricto conocimiento, el europeo, del Norte ha vuelto sus ojos ¨¢vidos, inquisitivos apasionados, a las pen¨ªnsulas del Mediterr¨¢neo, al mundo ¨¢rabe, al dilatado, inasible, mir¨ªfico espacio oriental.
Que dicha curiosidad presagiaba y a menudo abr¨ªa el camino a las tropel¨ªas del imperialismo y la aventura colonizadora es algo bien sabido, y no me demorar¨¦ en ello. Mas el af¨¢n cognoscitivo de la brillante pl¨¦yade de viajeros y cronistas atra¨ªdos por el espect¨¢culo de la vida, historia, costumbres de los pa¨ªses del Nuevo Mundo, Asia, ?frica, imperio otomano o nuestra somnolienta Pen¨ªnsula, no debe ser condenado en bloque. En la medida en la que la mirada de los dem¨¢s forma parte del conocimiento global de nosotros mismos, la falta de curiosidad e inapetencia respecto a las culturas y sociedades ajenas es un ¨ªndice de decadencia y pasividad. En lugar de ser sujeto contemplador de la m¨²ltiple, heterog¨¦nea riqueza cultural del Mundo, el pa¨ªs afectado por este s¨ªndrome se convierte sin quererlo en mero objeto de contemplaci¨®n. Lo ocurrido en Espa?a desde fines del XVII es elocuente y tendr¨ªa que ponernos en guardia: en tanto que la posterior intervenci¨®n hispana en el ¨¢mbito de otras culturas fue escasa e irrelevante, las naciones no ensimismadas en la busca de sus esencias y se?as convirtieron nuestro letargo y estancamiento en tema fecundo de sus observaci¨®n es y an¨¢lisis. Los sentimientos de simpat¨ªa e inmediatez que me empujaron a rastrear primero unas regiones de nuestro Sur despectivamente motejadas de africanas e interesarme luego por el mundo ¨¢rabe y sus diversas prolongaciones isl¨¢micas fueron as¨ª los de un espa?ol oreado por su larga residencia allende el Pirineo. (...)
Mientras Espa?a vivi¨® encerrada en s¨ª misma y en un proyecto de vida anacr¨®nico, sus escritores se acomodaron a una visi¨®n inmovilista y provinciana de las cosas: lenguaje purista, estilo recto, reproducci¨®n mon¨®tona o exhaustiva de aquellos rasgos o elementos considerados genuinamente castizos.
En vez de examinar la realidad desde una perspectiva fluente, no esencialista, incompleta, la mayor¨ªa de nuestros narradores, por ejemplo, circunscribieron el campo de sus experiencias a un mundo que presum¨ªan err¨®neamente hispano o se limitaban a reproducir por turno, con id¨¦ntica pereza y desgana, un modelo exterior de adaptaci¨®n f¨¢cil: primero, conductivista o social-realista; luego, m¨ªtico-faulkneriano, y por fin, realista-m¨¢gico, a la manera de Rulfo o Garc¨ªa M¨¢rquez. Olvidando que, como prueba del ejemplo magn¨ªfico del Libro del buen amor y el Quijote, sus autores se sit¨²an en una encrucijada porosa, llena de trasvases de g¨¦neros, tradiciones, culturas y lenguas, y, por consiguiente, el hecho de que cuanto m¨¢s rico, innovador y complejo sea un texto, mayores ser¨¢n sus conexiones y saqueos al acervo universal de su ¨¦poca, nuestros autores de los ¨²ltimos siglos no tuvieron en
Mi asimilaci¨®n de la insaciable curiosidad europea me ha vuelto poco a poco espa?ol de otra manera, enamorado de las formas de vida, culturas e idiomas de distintas ¨¢reas geogr¨¢ficas, devoto no s¨®lo de Quevedo, G¨®ngora, Sterne, Flaubert, Mallarm¨¦ o Joyce, sino tarribi¨¦n de Ibri Arabi, Abu Nuwas, lbn Hazni o del turco-fars¨ª Mavlana.( ... )
Pero Europa -no la simbolizada por un club acotado y con derecho reservado de admisi¨®n- la Europa educadora y abierta, me ha ense?ado m¨¢s: esa "independencia intelectual, moral y cultural" que me permitir¨ªa escapar a los esquemas de intolerancia y maniqueismo tan arraigados en nuestra tierra; al cainismo de la guerra civil ¨ªntima, sa?uda y pugnaz, interiorizada sin saberlo por la mayona de mis coet¨¢neos; a la rebeld¨ªa verbal que no se traduce en hechos; al respeto castrador; a las normas y valores consensuados, y escribir sin rencor ni af¨¢n de escandalizar, con piedad y comprensi¨®n frutos del libre examen aprendido en ella, una obra de las caracter¨ªsticas de Coto vedado.
"Los pueblos que alcanzaron un alto grado de prosperidad material", escrib¨ªa en 1922 Antonio Machado, "y tambi¨¦n un alto grado de cultura, tienen un momento de gran peligro en su historia, que s¨®lo la cultura misma puede remediar. Estos pueblos llegan a padecer una grave amnesia. Olvidan el dolor humano, su civilizaci¨®n se superficializa".
Solidaridad
La Europa a la que pertenezco y de la que me siento hijo no olvida las palabras de nuestro poeta: el europeo atento al latido de lo universal sabe que en virtud de la generalizaci¨®n de su t¨¦cnica, civilizaci¨®n y modelos de comportamiento, cualquier no europeo europeizado de buen grado o a la fuerza es, como observa agudamente el marroqu¨ª Abdellah Laarui, otro europeo como ¨¦l, pero algo m¨¢s, puesto que posee otra dimensi¨®n cultural que a ¨¦l le falta. Consciente de ello, ese europeo en menos compensara su inevitable carencia con un inter¨¦s y preocupaci¨®n reflexivos, embebidos de indignaci¨®n y solidaridad con los dramas que asolan el mundo extramuros de su continente arracimado y peque?o: hambre, explotaci¨®n, guerras, racismo, opresiones totalitarias; ese europeo en menos evocar¨¢ el horror del apartheid, la di¨¢spora del pueblo palestino, la ocupaci¨®n de Afganist¨¢n, los ge nocidios sucesivos de Indochina, la pol¨ªtica de Reagan en Centro am¨¦rica, el derecho a la autodeter minaci¨®n del Este sojuzgada por los acuerdos de Yalta, sin olvidar, claro est¨¢, la suciedad que se acumula en su propio patio: extensi¨®n del paro, desempleo juvenil end¨¦mico, actitud xen¨®foba y discriminatoria contra los inmigrados procedentes de otras ¨¢reas geogr¨¢ficas...
A esta Europa del ecumenismo y modernidad me acojo: al n¨²mero modesto, pero significativo, de los en menos agreguen desde ahora en mi persona un europeo m¨¢s.
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