Un paso atr¨¢s del sandinismo
LA DECISI?N del Gobierno sandinista de suspender una serie de libertades democr¨¢ticas fundamentales es una mala noticia para los que siempre hemos defendido el derecho de Nicaragua a escoger su camino democr¨¢tico frente a las injerencias extranjeras. Cuando al comandante 'Daniel Ortega argumenta, para justificar tal decisi¨®n, que Nicaragua se halla en una situaci¨®n excepcional, sometida a graves presiones, no le falta raz¨®n. Pero es muy dudoso que el camino escogido sea el m¨¢s eficaz para enderezar un deterioro pol¨ªtico evidente, como es la disminuci¨®n de ese gran apoyo popular con que el sandinismo ha contado tras el derrocamiento del dictador Somoza.En la p¨¦rdida de respaldo que sufren hoy los sandinistas no es, desde luego, posible desconocer el hecho esencial de que Nicaragua est¨¢ sometida a diversas formas de ataque desde el exterior, impulsadas sin disimulo por EE UU. Tanto la lucha armada de los contras -que obliga a un pa¨ªs casi agotado a dedicar la mitad, de su presupuesto a gastos militares- como el corte de las relaciones comerciales forman parte de una labor sistem¨¢tica para ahogar al r¨¦gimen. Ese conjunto de factores repercute en el estado material y psicol¨®gico de sectores de la poblaci¨®n, y finalmente deriva en actitudes de oposici¨®n y descontento.
Cuando el Gobierno sandinista responde a las presiones externas y a los fen¨®menos de protesta interna anulando las libertades democr¨¢ticas busca, sin duda, el camino m¨¢s f¨¢cil para abordar los problemas, pero simult¨¢neamente ofrece argumentos de entidad a sus enemigos. En ese orden, se perciben sensibilidades diferentes en el mismo grupo de los nueve comandantes que ejercen el poder real. Las elecciones de 1984 fueron probablemente una concesi¨®n del sector duro al sector m¨¢s abierto y pragm¨¢tico. Sus resultados permitieron un cierto pluralismo pol¨ªtico, con una presencia moderada no sandinista en la Asamblea. constituyente. El Gobierno anunci¨® entonces incluso la voluntad de abrir un di¨¢logo nacional con sectores que no estaban en la Constituyente, y Nicaragua tom¨® una posici¨®n de punta en la aprobaci¨®n del Acta de Contadora, proponiendo urgentes medidas de control en fronteras conflictivas y manifestando su voluntad pacifista. Como consecuencia se suscit¨® una actitud mucho m¨¢s activa de Europa occidental en apoyo de Contadora, sosteniendo una posici¨®n netamente contraria a la de EE UU.
En el ¨²ltimo a?o, sin embargo, la pol¨ªtica sandinista ha elegido opciones pol¨ªticas que han desmayado los esfuerzos de sus amigos en el extranjero. La visita de Daniel Ortega a Mosc¨² en el momento en que el Congreso de EE UU se opon¨ªa a la ayuda pedida por Reagan para los contras no pod¨ªa por menos de tener efectos muy negativos. En las relaciones con la Iglesia, los inicios de un di¨¢logo constructivo no han dado resultado, y las primeras medidas en virtud del estado de emergencia se han dirigido precisamente contra una instituci¨®n cat¨®lica. Mal camino, por tanto, si se quiere soslayar la organizada y popular oposici¨®n que puede desencadenarse desde los grupos religiosos. En s¨ªntesis, es dif¨ªcil sustraerse a la impresi¨®n de que la proclamaci¨®n del estado de emergencia, la anulaci¨®n de las libertades, tiene su origen en el brusco predominio del sector m¨¢s intransigente dentro de la direcci¨®n sandinista. Es decir, de aquellos que m¨¢s conf¨ªan en el aparato coactivo del Estado y subestiman las posibilidades de un proceso de di¨¢logo, tendente a la ampliaci¨®n de la base del Estado, indispensable para hacer frente a las presiones y agresiones exteriores.
Tal evoluci¨®n, a todas luces torpe, favorece indiscutiblemente a los partidarios de la dura pol¨ªtica del presidente Reagan. De hecho, las protestas en Washington contra las decisiones de Daniel Ortega no pueden disimular que representan, en el fondo, una victoria para la l¨ªnea reaganista. Por su parte, Europa occidental tiene que esforzarse ahora m¨¢s para mantener abiertas las posibilidades que ofrec¨ªa el Grupo de Contadora. En ese sentido puede considerarse acertada -por el momento y como cautela de las esperanzas que quedan vivas- la decisi¨®n del Gobierno espa?ol de no modificar su pol¨ªtica con respecto a Nicaragua.
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