Sinfon¨ªa insonora en la sala Chaikovski
La sala de conciertos Chaikovski, de Mosc¨², ha sido desde el pasado 3 de septiembre escenario de 17 extra?as representaciones. Hoy es la 18?. Al menos tres veces por semana, m¨¢s de 1.500 personas se re¨²nen para presenciar, en sepulcral silencio, las partidas del Mundial de ajedrez, que disputan los sovi¨¦ticos Anatoli Karpov, actual campe¨®n, de 34 a?os, y Gari Kasparov, de 22. Gana el aspirante por nueve puntos a ocho.Los participantes son los actores de una serie de ritos realizados en silencio. El p¨²blico y los periodistas se tienen que guiar por lo que dicen un tablero, unas piezas y los enigm¨¢ticos rostros de los jugadores.
Los dos ajedrecistas no emiten ning¨²n ruido y apenas se mueven durante horas, pero la obra que representan provoca una gran excitaci¨®n en millones de aficionados, que al d¨ªa siguiente la reproducen en casa.
La elecci¨®n del escenario para esta sinfon¨ªa insonora no pod¨ªa haber sido mejor. Miles de actos musicales han impregnado el aire de la sala Chaikovski con un fuerte aroma art¨ªstico que provoca el m¨¢ximo rendimiento creativo en Karpov y Kasparov. El nivel de calidad t¨¦cnica en la presente final tiene pocos precedentes en la historia del ajedrez.
Durante este mes de competici¨®n se ha desarrollado una serie de ritos. Los jugadores bajan de sus coches oficiales enfrente del teatro y son saludados por miles de aficionados, que, acordonados por los miembros de la milicia, habr¨¢n esperado durante m¨¢s de media hora la llegada de sus ¨ªdolos. A las 16.45 horas, Kasparov, irrumpe en el escenario por su parte izquierda con la energ¨ªa de un caballo de carreras, ante los estruendosos gritos de su hinchada. El joven aspirante recorre a gran velocidad y con paso militar la alfombra roja que le separa de la mesa arbitral.
Tras saludar r¨¢pidamente a los jueces, gira 135 grados para dirigirse a su sill¨®n con el mismo andar trepidante. Una vez sentado ante el tablero, centra perfectamente las piezas en sus casillas, mira fugazmente a su madre, sentada en la tercera fila de butacas, y espera a su rival, que suele llegar unos minutos. m¨¢s tarde.
Aplausos
Karpov casi nunca entra por el mismo sitio que Kasparov y jam¨¢s lo hace de la misma manera. Lo m¨¢s frecuente es que aparezca t¨ªmidamente entre las cortinas frontales del escenario, justo a dos metros de la mesa de juego, como si intentara pasar inadvertido. Sus partidarios le reciben con aplausos.Karpov hace resonar las junturas de sus dedos y saluda cort¨¦smente a su rival con un apret¨®n de manos, pero no pasa por la mesa de los jueces. A las cinco en punto de la tarde llega la hora H. El ¨¢rbitro principal recorre con cierta solemnidad los metros que le separan de los dos mejores ajedrecistas del mundo. Estrecha sus manos y pone en marcha el reloj de las piezas blancas para que se efect¨²e el primer movimiento.
La batuta ha bajado. El p¨²blico permanece inm¨®vil, salvo en las espor¨¢dicas excursiones al bar o a los servicios. Los periodistas comienzan su fren¨¦tica actividad de cada tarde: hay que estudiar detenidamente los semblantes y los gestos de Karpov y Kasparov para adivinar sus estados de ¨¢nimo, buscar antecedentes de las primeras jugadas, analizar variantes, contrastar opiniones y pedir declaraciones en los vest¨ªbulos, mientras se vigila a los monitores de televisi¨®n, que ofrecen la posici¨®n de la partida y los rostros de los contendientes.
Simult¨¢neamente, en la sala de an¨¢lisis, el ambiente se ir¨¢ caldeando. Comenzar¨¢n las agudas discusiones de los grandes maestros. Si, por casualidad, alg¨²n espectador ha entrado en la sala, creer¨¢ hallarse en un lujoso manicomio.
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