El nacimiento de un villano
Entre los a?os 1947 y 1948, arrancando su fulminante escalada de una sola imagen del filme negro de Henry Hathaway El beso de la muerte, un actor desconocido de lisa cabellera rubia y rara quietud hipn¨®tica; un actor epis¨®dico, cuyo rostro parec¨ªa mal¨¦volamente tallado en marmol blanco, de aspecto astuto y aires felinos; un actor escapado de la nada, con ofensiva fijeza en su mirada de reptil y extra?a risa cruel e ir¨®nica; un ignorado actor, que hasta entonces se hab¨ªa malganado la vida deambulando entre emisoras de radio y teatros de tercera categor¨ªa, salt¨® en 18 meses a la celebridad mundial.Se llamaba Richard Widmark. Sigue llam¨¢ndose as¨ª, pero ya no es el mismo. Entre 1947 y 1948, su salto a la fama desde aquella famosa imagen de El beso de la muerte fue tan r¨¢pido y espectacular que, s¨®lo unas semanas despu¨¦s del final del rodaje del filme de Hathaway, comenz¨® a actuar en otro, La calle sin nombre, realizado por William Keighley, ya en condici¨®n de segundo del reparto. Su oponente se llamaba Mark Stevens, un buen y experto actor.
Pues bien, en este segundo filme, tambi¨¦n de serie negra, el principante Widmark arroll¨® a este curtido actor y se convirti¨®, con un personaje mucho menos voluminoso que el suyo, en due?o de la fascinaci¨®n de la pel¨ªcula. En su tercer y no menos negro filme, Grito en la noche, que Robert Siodinak comenz¨® nada m¨¢s finalizar Wid mark el anterior, el desconocido actor comenz¨® a tutearse con las estrellas del reparto, Victor Mature y Richard Conte. En el siguiente, Road House, de Jean Negulesco, iniciado al finalizar el anterior, ocurri¨® otro tanto. Y esto mismo, pero multiplicado, e n el magn¨ªfico Cielo amarillo, que fue realizado por el gran, William WeIlman a finales de 1948, y donde Widmark lleg¨® a ofrecer una r¨¦plica de t¨² a t¨² a un Gregory Peck en la cumbre de su popularidad. En s¨®lo 18 ineses de rodaje ininterrumpido de cuatro filmes, aquel singular rostro ignorado se convirti¨® en un icono mundial.
Una risa diab¨®lica
La m¨ªnima imagen de El beso de la muerte que lanz¨® a Widinark como un cohete a las alturas podr¨¢ recuperarse en la emisi¨®n del filme esta misma noche en el nuevo ciclo dedicado por TVE al cine negro. Es una imagen corta, simple brutal. El asesino que Widmark interpreta, hasta entonces uno, m¨¢s de los peque?os prototipos epis¨®dicos que pueblan las pel¨ªculas del g¨¦nero, es situado por el director en la parte de arriba de una escalera. Por delante del asesino, una anciana a la que Widmark ha conducido hasta all¨ª mira la oquedad de la escalera con terror. Widmark empuja y la anciana cae, desnuc¨¢ndose, escaleras bajo.La escena es de una brutalidad t¨ªpica del g¨¦nero. Pero no es su sabida atrocidad lo que provoc¨® la escalada del actor hacia la enrarecida distinci¨®n que le llev¨® a la celebridad, sino una peculiaridad del final de la secuencia: un simple plano de su rostro. El plano est¨¢, centrado -y ah¨ª hay que buscar la primera muestra de la capacidad de Widmark para la composici¨®n hipn¨®tica, -que es la clave de su talento- en la feroz risa que el ver desnucarse a la anciana escaleras abajo provoca en ¨¦l.
El bestial asesinato es casi un dulce compatado con la sard¨®nica dureza de la reacci¨®n posterior del asesino: esa manera de re¨ªr que Widmark invent¨® un d¨ªa de 1947 y que puso a los ojos del mundo ante una nueva, e inesperada, expresi¨®n de la moral del exceso. La reacci¨®n de Widmark es tan crispada, extrema y transgresora -el espectador ante ella no sabe si asustarse o si echarse a re¨ªr tambi¨¦n- que lo sorprendente de ella es que en el marco de un filme realista se produzca de manera tan natural una s¨²bita incursi¨®n en el superrealismo. Widinark cre¨® una forma in¨¦dita de villan¨ªa. El personaje del villano es una clave g¨¦nerica del cine del Hollywood cl¨¢sico. Enel melodrama -por ejemplo, James Mason en tantos filmes; Bette Davis en La carta; Gene Tierney en Que el cielo la juzgue entre tantos-, como en -la comedia -Walter Matthau en Primera plana o En bandeja de plata, por citar a uno solo-, el western -donde existen villanos para dar y tomar- o el cine negro -Edward G. Robinson, George Raft, Humphrey Bogart, fueron maestros-, hay mil formas de componerlo. Pero en 1947 los modelos imaginables de villan¨ªa parec¨ªan agotados, y Widmark, demostr¨® en cuatro filmes que no; que el fil¨®n segu¨ªa vivo y s¨®lo se necesitaba imaginaci¨®n para ex traer de ¨¦l nuevas vetas. Widmark llev¨® su hallazgo a la cumbre en Cielo amarillo y, actor inteligente, se neg¨® a encasillarse, busc¨® otros caminos para su inteligencia y los encontr¨®.
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