Al hilo de un premio
Hay ocasiones en las que huir de lo abominable, cosa natural si bien se mira, acaba por convertirse en virtud que cuando se hace p¨²blica con insistencia adquiere incluso caracteres heroicos. Pero un peligro acecha tal conducta: el regodeo que termina constituyendo al presunto transgresor en muestra y eje de un orden nuevo que incluso termina por configurarse como unidad cerrada en s¨ª cuando no como puro y simple modo de llamar la atenci¨®n sobre un producto que participa finalmente, aunque no lo haya querido., de las mismas trivialidades que critica. El tiro sale as¨ª por la culata y, a fuer de insistente, quien lo dispara, aun viendo el blanco di¨¢fano, acaba por gastar su p¨®lvora en salvas.Es lo que ocurre, por ejemplo, con la llamada vida literaria y determinadas actitudes ante ella. La vida literaria, o la sociedad literaria, como queramos, no es, en realidad, m¨¢s que un diluido y cada vez menos fren¨¦tico fantasma que de cuando en cuando asoma un rostro m¨¢s bien pat¨¦tico tras una m¨¢scara que fuma un buen cigarro o entre las l¨ªneas ro?osas de alguna p¨¢gina tra¨ªda por los pelos. En el patio de vecindad que es hoy una buena parte de esa sociedad literaria, la portera y sus vecinos se van quedando solos porque lo que ellos estimaron poder no result¨® ser sino capacidad adquirida para el aburrimiento forzoso de quienes creen a¨²n que en el chisc¨®n, si no se aprende, por lo menos se deja uno ver. Ni siquiera los congresos son lo que eran, y una, copa se toma tambi¨¦n con los amigos.
Aborrecer esta nimiedad -para la que se requiere, por a?adidura, abundante tiempo libre- no supone, pues, m¨¦rito excesivo. Tan s¨®lo un cierto sentido com¨²n que permita al dubitativo concluir que es mejor no ser invitado, que las bebidas eran de garrafa y que le iban a mirar mal. Eso para los reci¨¦n llegados, que los que est¨¢n de vuelta siempre pueden tomarse el asunto a beneficio de inventario, y el que est¨¦ dispuesto a otra cosa, all¨¢ ¨¦l. La vida literaria espa?ola, en su vertiente festiva, no parece capaz de tentar a ning¨²n san Antonio, por muy desfondado que el pobre est¨¦.
La otra bestia negra de quienes se sienten al margen es la cr¨ªtica. Quiz¨¢ porque confunden cr¨ªtica con afici¨®n interesada.
Quiz¨¢ porque la temen sin raz¨®n, no sabiendo que ya ni da ni quita como antes. Adem¨¢s, al ofendido -cuya obra permanecer¨¢ para siempre, y lo sabe, por encima del juicio de un cr¨ªtico al que s¨®lo se le asegura el olvido- le cabe la opci¨®n a la venganza por mano interpuesta, como antes le cupo la de estar al quite por si las moscas. Se siente herido y despreciado, pero hiere y desprecia tambi¨¦n.
Quedan los lectores, que no son precisamente la vida literaria y que tampoco son la vida a secas, pero eso para los escritores de verdad parece que se acab¨® hace a?os y se acabar¨¢ un poco m¨¢s de aqu¨ª al fin de siglo. Ser le¨ªdo hoy, partiendo del valor in-
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dudable de aquello por leer, es suerte o desgracia, seg¨²n se mire- ser le¨ªdo por unos pocos. Por eso, haber publicado 20 libros, alguno de ellos reeditado repetidamente, pasados otros a colecciones de quiosco o a formato de bolsillo, traducidos bastantes a otras lenguas, vendidos aceptablemente m¨¢s de dos, es, en realidad, haber tenido suerte y alcanzado -hasta donde, ello es Posible entre nosotros cuando el producto ofrecido alcanza calidades excepcionales- el reconocimiento de unos compatriotas lectores que no son muchos, es verdad, pero que, quieras que no, son compatriotas y son lectores.
Viene todo esto a cuento de algo de lo visto y o¨ªdo con ocasi¨®n de la entrega del Premio Europalia a Juan Goytisolo. Un premio que no por merecido -que lo es, pues nadie puede, dudar hoy que Juan Goytisolo es un gran escritor- deja de suscitar a su hilo una cierta perplejidad por unas cuantas actitudes repetidas. En primer lugar, la insistencia de alguno de los miembros del jurado internacional que conced¨ªa el premio respecto a que, gracias a su elecci¨®n, se redime al escritor del permanente agravio que sufre dentro de las fronteras de su pa¨ªs, donde no es ni le¨ªdo ni estimado. En segundo t¨¦rmino, la contumacia del propio Goytisolo al repetir argumentos de marginalidad y marginaci¨®n que no corresponden, a mi modo de ver, con la realidad de las cosas.
Juan Goytisolo es un escritor ajeno a la vida literaria espa?ola en la misma medida en que lo son tantos otros que, viviendo aqu¨ª, no la frecuentan, pero con la enorme diferencia de que el autor de Se?as de identidad es conocido -lo que no deja de ser importante para alguien que vive tambi¨¦n de su escritura- y respetado por lectores, cr¨ªticos y compa?eros de oficio -por mucho que en tal oficio, demasiadas veces la admiraci¨®n, como la procesi¨®n, vaya por dentro-. La situaci¨®n de la obra de Juan Goytisolo en la literatura- espa?ola de hoy -de la cual, a su pesar o no, forma parte- es ciertamente una situaci¨®n de privilegio. De las ediciones cr¨ªticas de algunas de sus obras m¨¢s complejas al cambio p¨²blico de puntos de vista sobre aspectos muy concretos des u libro Coto vedado o al todav¨ªa reciente programa de televisi¨®n dedicado a su vida y a su obra, la presencia de Juan Goytisolo es familiar para cualquier espa?ol interesado por la cultura.
No creo que sea exacto, hoy por hoy, confundir el alejamiento deseado y, asumido, responsablemente vivido. en todo momento y, por ello, no necesariamente infeliz del todo, con la presunta marginaci¨®n por parte de lo dejado atr¨¢s, sobre todo cuando algo ha cambiado, despacio, en eso dejado atr¨¢s. Convertir lo abandonado en una obsesi¨®n literaria -magistralmente tomada por Juan Goytisolo como eje de una obra ejemplar- no equivale a que eso mismo pese hoy sobre el viajero -que ya no pr¨®fugo- como anatema alguno. Si en lo primero acierta Juan Goytisolo, creo que en lo segundo se equivoca. Hoy no es ayer en unas cuantas cosas, y la marginalidad literaria es, por encima de lo dem¨¢s, el voluntario silencio p¨²blico.
No hacer vida literaria y no tener estima a los cr¨ªticos son cosas que entran, como hemos visto , dentro de lo normal. Los lectores, por su parte, hacen lo que pueden.
No creo, pues, que nos corresponda a los espa?oles a secas -dejemos a la vida literaria en su propia inanidad, que ya quita y da cada vez menos- purgar pecado alguno ni saldar viejas deudas con la obra de Juan Goytisolo. Su relaci¨®n con la literatura espa?ola podr¨¢ ser tan amistosa o tan enconada como ¨¦l quiera -lo que ya es una muestra de una no tan mala situaci¨®n en ella-, y quien ley¨® sus libros no va a inmutarse si no es ante el cansancio que pueda producirle la insistencia en argumentos muy o¨ªdos. Todos liemos le¨ªdo al autor de Juan sin tierra y forma parte para siempre de nuestra propia vida como lectores, aunque unas veces, como es natural, nos haya gustado m¨¢s que otras. Decir, como se ha dicho en. Bruselas" que all¨ª se nos ha descubierto a los espa?oles a Juan Goytisolo es desconocer la realidad concreta de una literatura que, adem¨¢s de frivolizarse hasta el rid¨ªculo cuando se convierte en vida literaria, no es tan rematadamente tonta como para dejar escapar todo lo que valga la pena. Algo retiene de cuando en cuando, y entre ese algo -aunque sea en el filo del amor y el odio, en la pasi¨®n- est¨¢ Juan Goytisolo.
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