Visi¨®n de un falso indiano
Es lo tradicional y supongo que no hay por qu¨¦ alarmarse en exceso, sino tal vez pensar que lo anterior fue lo an¨®malo, la tan explicable como inexplicable excepci¨®n: depositar entusiasmo o grandes expectativas en un gobierno viene a ser una ingenuidad o producto de la desesperaci¨®n, porque, a la postre, ning¨²n gobierno podr¨¢ ser visto por los ciudadanos m¨¢s que de dos maneras: como un mal mayor o como un mal menor..Para no tentar al diablo ser¨¢ mejor no insistir en la enorme cantidad de los primeros que hemos disfrutado en este pa¨ªs; de los segundos, nuestra experiencia, hace tres a?os, todav¨ªa era muy corta y, sobre todo, con la llegada de los socialistas al poder pareci¨® interrumpirse antes de que la costumbre se hubiera consolidado tanto como para disuadirnos de desear otra cosa.Hace ahora exactamente dos a?os yo sal¨ª del pa¨ªs, y ese tiempo lo he pasado -con breves visitas a Madrid, siempre insuficientes para hacerme una idea adecuada del contento o descontento de la poblaci¨®n- en el Reino Unido, sin ver la televisi¨®n espa?ola, sin leer la prensa diaria, sin apenas o¨ªr la radio, carte¨¢ndome acerca de temas m¨¢s personales o literarios que pol¨ªticos. Esta misma falta de apasionamiento en lo tocante a lo p¨²blico por parte de mis corresponsales hac¨ªa pensar que no ocurr¨ªa nada grave ni demasiado novedoso, y as¨ª parece haber sido. Pero tras un trimestre de estancia aqu¨ª, debo reconocer que mi sorpresa ha sido considerable al escuchar opiniones, leer art¨ªculos o contemplar supuestas informaciones acerca de ese mismo Gobierno socialista que tantas esperanzas como adhesiones improvisadas suscitaba cuando me march¨¦. S¨¦ bien que no es f¨¢cil explicar un hueco de dos a?os, ni describir un deterioro paulatino, o unos cambios de imagen que necesariamente habr¨¢n tenido que ser graduales, ni relatar el sigiloso pero inexorable desgaste que aguarda a todo pol¨ªtico igual que a todo jugador de ventaja. Tan dif¨ªcil es que no me atrever¨ªa a solicitar de nadie tarea tan vagarosa y ardua, ni tampoco pretendo comprender los motivos -justificados o no, poco importa ya, el m¨®vil cuando se ha llegado tarde a la funci¨®n- de ese cambio de actitud que con ojos de falso indiano no puede sino verse como brutal. Tanto que, a pesar de tener bien presente que me he perdido el nudo de la obra y que desconozco, por tanto, la mayor¨ªa de los agravios cometidos en escena, lo que voy oyendo o leyendo me produce una sensaci¨®n de estupor semejante ala que al parecer tuvieron muchos analistas pol¨ªticos extranjeros cuando supieron de los c¨®micos resultados obtenidos por UCD en las ¨²ltimas elecciones, ins¨®litos para un partido que convoca a las urnas desde el poder.
Quiz¨¢, como he dicho antes, lo an¨®malo fue lo de entonces; pero no puedo por menos de recordar que cuando el partido socialista llevaba s¨®lo 12 meses gobernando y yo marchaba irresponsablemente a ese pa¨ªs septentrional conservado en alm¨ªbar que he mencionado, todav¨ªa se notaba -m¨¢s que entusiasmo, m¨¢s que esperanzas concretas- una actitud general de buena voluntad, de dar margen, de cierta satisfacci¨®n, una disposici¨®n a seguir apostando por el brillante e indiscutible ganador de la ¨²ltima carrera y aun por su futura descendencia. Las cr¨ªticas al Gobierno eran r¨¢pidamente contestadas por personas m¨¢s o menos desinteresadas y, en todo caso, eran tachadas de prematuras; esas cr¨ªticas, cuando se manten¨ªan (y dejando de lado casos patol¨®gicos incurables como el de Abc, cuyos ataques son tanto m¨¢s inocuos cuanto que, a lo que veo, en tres a?os no se han permitido espera, evoluci¨®n ni matiz), eran desviadas hacia los ministros para dejar intacta la cabeza del presidente del Gobierno (t¨¢ctica que, aunque peligrosa y con precedentes poco ilustres, se consideraba astuta); incluso, por vez primera en mucho tiempo, y en contra de la inveterada costumbre espa?ola, las cr¨ªticas existentes tend¨ªan a evitar lo personal, aunque quiz¨¢ eso era tan s¨®lo porque a¨²n no hab¨ªa familiaridad con los personajes de la nueva representaci¨®n. Los partidarios menos encendidos del Gobierno -los que, le hab¨ªan dado su voto para probar y porque tampoco ten¨ªan nada en contra- admit¨ªan que "pod¨ªan estarlo haciendo peor" y segu¨ªan aguardando; y en cuanto a los m¨¢s encendidos, poco menos que erig¨ªan altarcillos en sus casas con la imagen de Felipe Gonz¨¢lez, ignorantes de que al cabo de un par de a?os esa imagen ser¨ªa v¨ªctima predilecta de sus iras iconoclastas (sus de ellos y me da la impresi¨®n de que tambi¨¦n del propio icono).
?C¨®mo pueden explic¨¢rsele a un falso indiano las razones de lo que ahora se respira, de lo que se le dice cada vez que, inocente o maliciosamente, inquiere por la actuaci¨®n del Gobierno durante su ausencia? Una primera indagaci¨®n, todo lo veraniega y superficial que se quiera, permite ver que las cr¨ªticas son continuas y de toda ¨ªndole; que ahora son contestadas, casi exclusivamente, por los miembros u organismos dependientes del propio Gobierno; que a los ministros ya no se dedica a cazarlos casi nadie (excepci¨®n hecha, y merecida, del de Interior, para saber de cuya gesti¨®n basta con el asombroso descubrimiento de que los ciudadanos cumplidores de las leyes vuelven a tenerle miedo a la polic¨ªa); que, abierta por fin la veda, todos los tiros parecen apuntar a la cabeza del Gran Jabal¨ª, y adem¨¢s m¨¢s con el prop¨®sito de desfigurarla que de llevarse definitivamente el trofeo a casa.
Pero lo m¨¢s llamativo no es, sin embargo, esta inversi¨®n. Dentro de todo, ¨¦sta ser¨ªa explicable, sin ir m¨¢s lejos, por la habitual reacci¨®n mani¨¢tica de la poblaci¨®n contra todos los que salen demasiado en televisi¨®n. Lo m¨¢s llamativo es el tipo de comentario con que e¨®n frecuencia se concluyen las cr¨ªticas m¨¢s acerbas. Un m¨¦dico, una profesora de instituto, un economista (todos ellos simpatizantes o votantes del PSOE) pueden coronar sus quejas con la siguiente frase: "Antes pens¨¢bamos qu¨¦ en Sanidad, en, Educaci¨®n, en Hacienda todo se hac¨ªa con los pies porque eran ellos, pero resulta que ahora somos tambi¨¦n nosotros. Ya no cabe duda de que lo da el pa¨ªs". Esa argumentaci¨®n, tan sencilla como simplista, es lo que, a mi modo de ver, resulta m¨¢s sorprendente y m¨¢s preocupante, pues recuerda ominosamente al sombr¨ªo comentario que a menudo cerraba las conversaciones pol¨ªticas en tiempo de Franco: "Es que este pa¨ªs no tiene remedio". Entonces hab¨ªa muchos momentos en que no se ve¨ªa remedio a aquel mal mayor porque en realidad era enorme y no se le pod¨ªa combatir m¨¢s que a un muy alto riesgo, que no todo descontento estaba preparado para afrontar. Pero ahora, cuando lo m¨¢s que puede concederse es que exista un mal bastante menor (que, adem¨¢s, se puede intentar disminuir a¨²n m¨¢s sin por ello jugarse el pellejo), lo que llama fuertemente la atenci¨®n es que, al lado de la cr¨ªtica, la antipat¨ªa y la insatisfacci¨®n, se extienda una extra?a actitud resignada y un inquietante deseo de, pese a todo, no indisponerse demasiado a las claras con ese Gobierno tan supuestamente ambiguo e incompetente, como si se temiera que, en virtud de su vaticinada larga duraci¨®n (por falta de oponentes o por la raz¨®n que sea), un roce o un contratiempo serio con ese Gobierno pudiera costarle caro o cerrarle futuras puertas al disidente en cuesti¨®n. Quiz¨¢ la mejor censura que al primer golpe de vista puede hac¨¦rsele a tal Gobierno es -m¨¢s que su regular o decepcionante gesti¨®n- que permita ese temor, lo cual viene a ser lo mismo que permitir que arraigue esa imagen de anquilosamiento e inmutabilidad que una vez m¨¢s brinda a los ciudadanos mejor dispuestos la oportunidad de hacer cargar con las culpas al malhadado pa¨ªs. Uno de los mayores peligros de una democracia no es -como tanto se ha dicho- que se llegue a tener la sensaci¨®n de que el poder dif¨ªcilmente puede cambiar de manos, sino m¨¢s bien de que la pol¨ªtica del partido que est¨¢ en el poder no puede en modo alguno cambiar. Porque lo que suele seguir a eso es otra sensaci¨®n, m¨¢s desazonante y bien conocida por los espa?oles: aquella que, por estar cualquier cambio condenado a ser tard¨ªo, remiso y artificial, hace esperar ¨¦stos tocando madera para que la variaci¨®n no sea siempre para peor.
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