Todo tiempo pasado
"Carabelas de Col¨®n, todav¨ªa est¨¢is a tiempo...", exhortaba Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo en un poema, despu¨¦s cantado por Chicho S¨¢nchez Ferlosio y les aconsejaba volver, antes de cometer el descubrimiento irreparable. Con motivo de las celebraciones que se preparan para conmemorar el medio milenio de aquel a?o 1492, muchos parecen inclinados a repetir de un modo u otro esa queja po¨¦tica: a contratiempo.Frente a los entusiastas y los ceremoniosos decididos a no dejar pasar sin estruendo de clarines, el aniversario de lo que con delicioso eufemismo se llama ahora encuentro de culturas -hasta hace poco era m¨¢s bien otra edici¨®n de Ia m¨¢s alta ocasi¨®n que vieran los siglos"- surgen los detractores que detallan depredaciones y exterminios. Y se polemiza en un tono a¨²n m¨¢s ir¨®nico que agrio sobre si la carabelada de los Reyes Cat¨®licos y su ambicioso apadrinado fue descubrimiento, conquista, invenci¨®n, misioner¨ªa o expolio.
Cada cual obtiene su balance, y en unos arroja el saldo favorable del progreso, mientras los dem¨¢s se atienen al debe del genocidio. Como la feria va a dar de qu¨¦ vivir a mucha gente, estas rif¨ªas en torno a fantasmas se van incorporando naturalmente a la efern¨¦ride. Lo fundamental es que no decaiga una empresa que tiene por delante al menos siete a?os seguros de beneficios.
Esta capacidad de identifica" ci¨®n apasionada con gestas o fechor¨ªas del pasado tiene algo de m¨¢gico; a fin de cuentas, no es m¨¢s que el estipendio inevitable que debemos pagar para no ser desahuciados de nuestra superstici¨®n m¨¢s acogedora, eso que llamamos futuro. Si no somos corresponsables del pasado, tampoco tendremos derecho a reclamarnos leg¨ªtimos propietarios del futuro. S¨®lo el peligro de perder el derecho al porvenir nos obliga a tomar partido con exaltaci¨®n respecto a los acontecimientos pret¨¦ritos. Se dan as¨ª situaciones m¨¢s bien bufas, brotadas de la urgencia de identificarse uno mismo y, por tanto, identificar tambi¨¦n al otro. Si ya es abusivo decir, por ejemplo: "Los espa?oles somos de tal o cual f¨®rma", a¨²n resulta m¨¢s intolerable afirmar: "Los espa?oles ¨¦ramos o hicimos..." ?cuando se est¨¢ refiriendo uno al siglo XVI! Por esta v¨ªa se pretende dar a entender que Hern¨¢n Cort¨¦s o Viriato forman parte de nuestro pasado personal casi como el ni?o o el adolescente que fuimos y, por tanto, deben ser asumidos o rechazados expl¨ªcitamente.
Debemos arrepentirnos o enorgullecernos de ellos como de nuestra primera y alarmante poluci¨®n nocturna o de la mentirijilla proferida a los 10 a?os. Consol¨¦monos pensando que a otros les toca asumir como propias las desventuras de los aztecas o reclamar a quien corresponda la deuda hist¨®rica de los incas...
A quienes, proviniendo de este pa¨ªs, nos ha sucedido trabajar frecuentemente en Latinoam¨¦rica a¨²n nos chocan las ambiguas e imprevisibles reacciones antiespa?olas provinientes de personas por lo dem¨¢s educadas, razonables y hasta cordiales. En esas ordal¨ªas de agravios remotos, para que uno pueda asumir el papel de v¨ªctima, el otro queda caracterizado postizamente como verdugo: la paradoja estriba en que es precisamente quien se pretende v¨ªctima el que desciende por l¨ªnea directa del verdugo, si tal hubo. Su propia reclamaci¨®n indignada proviene de la ideolog¨ªa de sus invasores, y as¨ª, la expresi¨®n de la rebeli¨®n certifica el asentamiento definitivo de la ley del otro.
Como l¨²cidamente afirma el venezolano Brice?o Guerrero en su Discurso salvaje: "El memorial de agravios y el lamento que acabamos de o¨ªr son estrictamente occidentales. Est¨¢n sostenidos por valores estrictamente occidentales. La igualdad de los derechos, la justicia social, el considerar inicua la explotaci¨®n del hombre por el hombre, el repudio a la opresi¨®n, son temas t¨ªpicamente occidentales.
En otros ¨¢mbitos culturales, lo que aqu¨ª se siente como agravio, como humillaci¨®n insoportable, ha sido considerado normal durante siglos como parte de la naturaleza humana o del inexorable destino, y no como resultado hist¨®rico contingente y cambiable". Lo m¨¢s netamente "occidental" -para manejar la terminolog¨ªa de Brice?o- es, empero, la propia perspectiva hist¨®riconacional, la obligaci¨®n para cada cual de compartir no s¨®lo una identidad colectiva, sino tambi¨¦n u na niemoria com¨²n, convenientemente aderezada de orgullo reivindicativo. Ya que determinar el futuro no parece cosa f¨¢cil, vayamos al menos, como primer paso, eligiendo nuestro pasado...
Aunque toda celebridad es una forma de historia, celebrar la historia no es cosa f¨¢cil. Siempre hay que tragarse sapos y culebras, o maquillarlos como decorativos animalitos dom¨¦stico. El antiguo poder colonizador, revivido de nuevo por la magia simp¨¢tica de la obligaci¨®n hist¨®rica de identificaci¨®n con los unos que cada uno no fue, en vano admite conciliadoramente numerosos desafueros con tal de que se le reconozca el m¨¦rito fundamental, la civilizaci¨®n: si no es de recibo avergonzarse por los inevitables cr¨ªmenes, tampoco es justificable el orgullo por un proceso cuya fatalidad aprior¨ªstica es m¨¢s obvia que su sujeto. ?Qu¨¦ diantre se celebra entonces? Porque lo del encuentro de culturas no logra resucitar a los turturados ni concede m¨¦rito especial a los organizadores del plan civilizatorio general, todav¨ªa desconocido: entonces a¨²n no hab¨ªa ministros ni ministerios de este ramo... Respecto al generoso desprendimiento de la empresa, no hay m¨¢s que ver la utilizaci¨®n mercantil del aniversario para concebir serias dudas respecto al empe?o original. Quienes, por otra parte, pudieran sentir la tentaci¨®n de conmemorar al menos el comienzo del final de su yugo (el proceso descolonizador se inicia propiamente al ser conquistado), tampoco parecen mejor encaminados. La descripci¨®n que de su destino ha dado Baudrillard me parece impecable: "La descolonizaci¨®n ha dado en todas partes los mismos resultados. Siempre ha fracasado -o triunfado, como se prefiera- en el sentido de que ha infestado a los pa¨ªses colonizados de todas las secuelas de los pa¨ªses colonizadores, entreg¨¢ndoles, bajo color de independencia, a unos problemas de identidad irresolubles, de recuperaci¨®n de una historia y de una ideolog¨ªa que no eran las suyas, y sin dejar de explotarles a trav¨¦s de su propia autonom¨ªa, es decir, sustituyendo el protectorado a la fuerza por una servidumbre consentida".
As¨ª las cosas, uno se pregunta ante la prepublicitada efem¨¦ride como Jaimito ante la jorobada hiena, alimentada de carro?a: "?De qu¨¦ co?o se r¨ªe?".
En la historia que merece festejo oficial nada es completamente humano y limpio: la afici¨®n a festejar, menos que nada. Lo estamos viendo con lo del a?o 1992 y Am¨¦rica, lo mismo que tendremos ocasi¨®n de comprobarlo antes respecto al a?o 1989 y la Revoluci¨®n Francesa. Ya Walter Benjamin lo dej¨® escrito: "No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie". Quiz¨¢ es esto, ante todo, lo que -en un sentido u otro- pretende ser olvidado por los moralizadores de la historia. En ¨¦sta, todo se resiste a la lecci¨®n moral de los oportunistas y los hip¨®critas. Es despiadada.
Pero la ilusi¨®n com¨²n sigue benefici¨¢ndose del fraude m¨¢s piadoso, tambi¨¦n expuesto por Benjam¨ªn: "En la representaci¨®n del pasado, que es tarea de la historia, se contiene un ¨ªndice temporal que lo remite a la salvaci¨®n.
Hay un secreto acuerdo entre las generaciones pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados en la Tierra". Tanto los entusiastas de la gesta realizada como los que alucinatoriamente se identifican con las v¨ªctimas comparten esta obnubilaci¨®n. Y es que no hay prop¨®sito de la enmienda hist¨®rico, sino s¨®lo contra la historia: lo cual implica tambi¨¦n resistencia a la caricia del futuro.
En ciertos cuadros de Hans Memling, como en otros de Juan de Flandes, puede verse la imagen singular y potente del guerrero -fuese san Jorge o ¨¢ngel exterminador- que alancea a sus enemigos, mientras en su bru?ida coraza se refleja fugazmente el perfil de una ciudad lejana. De la historia no obtendremos consuelo diferente que esa comunidad serena e inalcanzable captada por un momento en el peto inmisericorde del vencedor.
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