El secreto en la sociedad de la informaci¨®n
Que el secreto es un instrumento del poder es una proposici¨®n universalmente aceptada. Poder decir "yo s¨¦ que t¨² no sabes" y elaborar un laberinto en el que el necesario conocimiento de los confidentes no coincida. Que se crucen pero que no coincidan. As¨ª no habr¨¢ certidumbre, sino duda, que significa, precisamente, bifurcaci¨®n.Tener poder quiere decir saber algo que el otro no sabe. Todo aquel que sabe algo es vigilado por otro, quien, sin embargo, jam¨¢s tiene certeza de qu¨¦ es en realidad lo que est¨¢ vigilando.
Canetti nos da noticia del rey persa Cosroes II el Victorioso: cuando sab¨ªa que dos personas de su entorno estaban ligadas por estrecha amistad y de acuerdo en todo, se encerraba con uno de los dos y le confiaba un secreto que ten¨ªa que ver con su amigo, le comunicaba que hab¨ªa decidido hacerlo ejecutar, y le prohib¨ªa bajo amenaza de castigo revelar este secreto al afectado. De ah¨ª en adelante observaba la compostura del amenazado en sus idas y venidas por el palacio, el color de su rostro y su comportamiento cuando estaba ante el rey. Si comprobaba que su conducta en nada hab¨ªa cambiado sab¨ªa que el otro no le hab¨ªa revelado el secreto. A ¨¦ste le incorporaba entonces a su confidencia, y lo trataba con particular consideraci¨®n, elevaba su rango y le hac¨ªa sentir su favor. Si advert¨ªa, en cambio, que el amenazado demostraba temor, se manten¨ªa apartado y volv¨ªa su rostro, comprend¨ªa que su secreto hab¨ªa sido traicionado.
Ser confidente del rey supone ser traidor a su amigo. Por eso la figura del confidente y del traidor, son perfectamente s¨ªm¨¦tricas e intercambiables. Y es que guardar el secreto implica siempre la posibilidad y la tentaci¨®n de revelarlo. Hasta tal grado que se puede apuntar que todo agente secreto es un agente, al menos, doble.
El secreto reorganiza las pasiones: la curiosidad (que no puede durar mucho tiempo), el disimulo, la sospecha, la incertidumbre, la desconfianza, la complicidad, la delaci¨®n... que giran todas ellas alrededor del hecho de que todos saben algo de los otros. Sobre el saber mutuo descansan las relaciones sociales, que presuponen igualmente un mutuo disimulo.
La confianza, por ejemplo, es un grado intermedio entre el saber y el ignorar de los otros. El que ignora no puede confiar, el que sabe no necesita confiar (Simmel).
Estar en el secreto, ser un iniciado en las sociedades secretas, quiere decir aprender bajo juramento y bajo amenaza, normalmente de muerte, a ser discreto. Respetar el secreto del otro y evitar conocer de ¨¦l lo que no nos revela, regla de cortes¨ªa que reordena la interacci¨®n social.
?TICA COMO ETIQUETA
La ¨¦tica es tambi¨¦n etiqueta: no se falta, por ejemplo, al honor solamente vilipendiando la honra, sino "acerc¨¢ndose demasiado", irrumpiendo sin discreci¨®n en el fr¨¢gil territorio de lo privado. Las buenas maneras, pues, impiden que por discreci¨®n, o sea, por pudor, queramos saber lo que no debemos saber o lo que el otro no quiere que sepamos. Mas tambi¨¦n podemos no querer conocer por indiferencia, por miedo, o por piedad.
En todo caso, las relaciones sociales y las pasiones ligadas a ellas se organizan en torno al secreto, al disimulo de ciertas realidades, que, conseguido por medios negativos o positivos, constituye, en decir de Simmel, una de las m¨¢s grandes conquistas de la humanidad.
Y, sin embargo, se reivindica la transparencia informativa. Que se sepa todo, que se vea todo.
En ¨¦poca de informatizaci¨®n de la sociedad, bajo la industria pesada de la comunicaci¨®n, la ocultaci¨®n de la informaci¨®n es sancionada como punible. El secreto, salvo en estrictos casos de "materia reservada", no cabe.
El buen hacer democr¨¢tico y el buen hacer informativo, que ambos son equivalentes, se afanan en rescatar el m¨¢s rec¨®ndito secreto, sin reparar en que acaso detr¨¢s del secreto no haya nada, o en desmembrar la complicidad que consiste en mostrar que hay secreto sobre el secreto. Y procurar que se haga visible lo que podr¨ªa perfectamente ser invisible.
La obscenidad de la comunicaci¨®n, la pornograf¨ªa de la informaci¨®n desplaza a los precarios y reducidos motivos de la pornograf¨ªa sexual. Ver m¨¢s, saber m¨¢s, sin reparar que tras tama?a obscenidad siempre algo se empe?a en ocultarse.
Con voraz hiperrealismo lo m¨¢s nimio e insignificante es capturado en beneficio de la opini¨®n p¨²blica que todo debe saber, a la que no se puede hurtar noticia.
Noticia y opini¨®n p¨²blica var¨ªan en el espect¨¢culo informativo: el ciudadano no quiere saber todo. El socializador tema de conversaci¨®n sustituye a la obligaci¨®n pol¨ªtica de estar bien informado, como la fascinaci¨®n por la puesta en escena de la in formaci¨®n sustituye a la lectura cr¨ªtica del equ¨ªvoco discurso.
La noticia, por ejemplo, en vez de ser un elemento de la "historiograf¨ªa del instante" es relacionada con el acontecimiento, que, como le gustaba decir a Braudel, es "novedad ruidosa", mera explosi¨®n.
Es cierto que la noticia en cuanto que aparece es la que fija y orienta lo que se debe discutir en cuanto orden del d¨ªa en la construcci¨®n de la realidad que los mass media confeccionan. Bajo la gr¨¢fica r¨²brica de Agenda Setting, se est¨¢ previendo la posibilidad de analizar la influencia y los efectos a largo plazo a trav¨¦s de los "¨®rdenes del d¨ªa" que para su discusi¨®n proponen los media.
Por as¨ª decir, el "clima de opini¨®n" ir¨¢ conform¨¢ndose a partir de los "temas de conversaci¨®n" que se fijen atendiendo a: tiempo de actualidad, temas prioritarios, espacio dedicado... (Acaso haya que ir pensando en invertir la ecuaci¨®n sosteniendo que es noticia lo que es tema de conversaci¨®n.)
Asimismo, la opini¨®n p¨²blica es un personaje proteico en la dramaturgia informativa: ora protagonista ("la O. P. ha impedido...") ora destinatario, ("debemos informar a la O. P...."), mas, tambi¨¦n ha sugerido Landowski, siguiendo al teatro griego, como coro.
Sin embargo, se considera que todo (noticia) interesa a la opini¨®n p¨²blica, negando el secreto. Se olvida que para que haya secreto tiene que haber inter¨¦s en el otro por conocer qu¨¦ se ?e oculta. Es excesivo creer que se sabe que el otro quiera saber.
Si se trata de cat¨¢strofe no s¨®lo se debe estar informado, sino tambi¨¦n conocer el detalle m¨¢s truculento de un despedazado cuerpo lanzado lejos del accidente. Si de un pol¨ªtico, se decide que es importante conocer el m¨¢s insignificante detalle de su vida cotidiana narrado por su dom¨¦stica o localizado por esos agentes llamados profesionales de la comunicaci¨®n. A Anto?ete no s¨®lo se le ve en televisi¨®n toreando su ¨²ltima corrida y manifestando sus emociones, sino que con impudicia, "acerc¨¢ndose demasiado", se le arrebata hasta el suspiro y la vergonzante l¨¢grima. De ese modo se le da noticia a la opini¨®n p¨²blica, negando el secreto.
LO P?BLICO Y LO PRIVADO
La difusa frontera entre lo privado y lo p¨²blico la fijaba precisamente con sigilo el secreto, cuya palabra viene de se-cerno, separar, desviar, poner aparte. (La misma ra¨ªz etimol¨®gica la encontramos en excremento y en sacramento.)
Vanos y f¨²tiles pueden resultar, pues, los intentos por legislar el derecho a la intimidad si no se establecen los confines de sendos territorios. M¨¢s si la oposici¨®n privado-p¨²blico, por mor de la necesidad informativa, desaparece.
Si el secreto es pero no aparece, es tentador pensar que puesto que no aparece, simplemente no es. Por eso, err¨®neamente se piensa que s¨®lo es lo que aparece. Se podr¨ªa entonces colegir que si algo no aparece en los medios de comunicaci¨®n es porque no existe. El secreto no cabe y s¨®lo vale lo que aparece.
Reducir lo secreto a "desaparecido" recuerda a la brutal performance de los militares argentinos con ciertas v¨ªctimas: ni muertos, ni vivos, desaparecidos.
La utilizaci¨®n de los ordenadores, sin duda, facilita hasta la saturaci¨®n una exhaustiva informaci¨®n pero tambi¨¦n ha enriquecido notablemente las t¨¦cnicas de codificaci¨®n y de informaci¨®n destinadas a hacer ininteligibles a intrusos los mensajes reservados. La NSA (National Security Agency) recientemente ha tratado de controlar un dominio avanzado de la investigaci¨®n matem¨¢tica sobre los c¨®digos secretos.
Y es que el secreto circula: a lo largo de 1982 en el Silicone Valley, California, el 42% de los investigadores de la industria electr¨®nica han cambiado de firma. Los sistemas de seguridad, es decir, de secreto, han aumentado: la industria privada ha gastado en EE UU, en 1983, 13.500 millones de d¨®lares para la seguridad en un mercado inform¨¢tico evaluado en 150.000 millones. La misma NSA ha puesto bajo control los ordenadores del Tesoro P¨²blico para evitar que, por infiltraci¨®n, cualquier perturbaci¨®n produzca, entre otros, la posibilidad de provocar una inflaci¨®n artificial (Rosensthiel, Fabbri).
A los ep¨ªgonos de la transparencia informativa hay que recordarles la ense?anza de Simmel, cuya idea genial y parad¨®jica ha sido la de enunciar que "la convivencia humana en igualdad de las restantes circunstancias exige una misma cantidad de secreto, variando tan s¨®lo los contenidos de ¨¦ste, de suerte que al abandonar uno recoge otro y, merced a este trueque, la cantidad total permanece constante".
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