La batalla de Pablo Serrano
PABLO SERRANO muri¨® ayer en Madrid, a los 75 a?os, tras dejar una obra que sin duda permanecer¨¢ entre las m¨¢s altas de la historia de la escultura espa?ola. Justamente, en estas fechas, acaba de celebrarse en el Museo Guggenheim, de Nueva York, una muestra antol¨®gica de este artista, que ha honrado el proceso de creaci¨®n y ha defendido hasta la contumacia los derechos de los creadores. Dos hechos -¨¦ste del homenaje que le ha tributado uno de los m¨¢s prestigiosos museos del mundo y un pleito a prop¨®sito de la decisi¨®n de un hotelero de Torremolinos de destruir una obra suya tras haberla adquirido e instalado- quedan sonando cuando ha sobrevenido su muerte. Si el primer acontecimiento es una r¨²brica al reconocido valor de su trabajo, el otro hace referencia a una lucha por los derechos del artista, que mantuvo siempre en solidaridad con sus colegas y en defensa del arte. Apenas cinco d¨ªas antes de su muerte, acudi¨® Pablo Serrano a la Audiencia Nacional con motivo de ese contencioso que le atorment¨® durante los ¨²ltimos 20 a?os. Con la insensibilidad y menosprecio que algunas instituciones muestran respecto al v¨ªnculo entre el autor y su obra, la Administraci¨®n de justicia, en algunas instancias, hab¨ªa negado a Pablo Serrano el fondo de su reclamaci¨®n: el derecho que un creador conserva sobre su obra. S¨®lo el pasado 21 de noviembre recibi¨® en el Tribunal Supremo el respaldo sorprendente -la fiscal¨ªa siempre mantuvo un criterio opuesto- del fiscal Francisco Hern¨¢ndez Gil, quien, con contundencia, aleg¨® que quien adquiere una obra de arte no tiene un poder omn¨ªmodo sobre ella. ?sta era la tesis repetida durante 23 a?os por Serrano en un episodio que afectaba no s¨®lo a su autor, sino a los derechos que corresponden a todo creador sobre su trabajo. Dentro de unos d¨ªas se conocer¨¢ la sentencia de este fatigoso juicio.Quiz¨¢ ¨¦sta fue la m¨¢s larga, pero no la ¨²nica, brega en la que se mostr¨® la tenaz personalidad de este aragon¨¦s cordial y apasionado. Su obra es consecuencia de su capacidad para estar cerca de los hombres. Se creci¨® en las fatigas de un pa¨ªs atormentado -como los personajes principales de sus esculturas: Machado, Unamuno, Aranguren- y esper¨® con ansiedad la llegada de las libertades democr¨¢ticas. Ese deseo, cumplido al final de su vida, se iba a coronar dentro de unos d¨ªas con la exhibici¨®n p¨²blica de un monumento que preparaba en homenaje al Rey y a la Constituci¨®n. En esa obra y en su legado personal al pueblo que le vio nacer, y en toda la que hay por todos los museos del mundo, se encuentra el ejemplo moral de un hombre que hizo del arte una forma de comunicaci¨®n, adem¨¢s de una irrenunciable aventura de investigaci¨®n y conocimiento.
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