El comienzo de la guerra: de Berl¨ªn a Valladolid
En mi ¨¦poca de estudiante yo llevaba un diario, que me acuerdo cerr¨¦ en Berl¨ªn, a los pocos d¨ªas de empezar la guerra civil. Muchos a?os conserv¨¦ aquellos cuadernos. Los he buscado ahora en vano para utilizar alg¨²n recuerdo de entonces, pero no he podido hallarlos.Mis recuerdos de julio de 1936 se vuelven precisos, para unos d¨ªas atroces e inolvidables, el d¨ªa 17. Era s¨¢bado. El semestre en la universidad, que yo hab¨ªa seguido como becario de la junta para ampliaci¨®n de estudios, terminaba por aquellos d¨ªas, quiz¨¢ hab¨ªa terminado ya. Y ese d¨ªa, en Berl¨ªn veraniego y bastante caluroso, me hab¨ªa comprometido con mi amigo Ismael Roso de Luna a visitar un campamento de la Hitler-Jugend en Francfort del Oder. ( ... ).
( ... ) Cuando por la tarde, a primera hora, emprendimos el regreso a Berl¨ªn, el autob¨²s se detuvo en Francfort. En una plaza de aquella ciudad pend¨ªa en un quiosco una fila de las ¨²ltimas ediciones de peri¨®dicos (en aquella ¨¦poca, en que la radio no era tan importante, se hac¨ªan en Berl¨ªn ediciones de peri¨®dicos cada hora o cada dos). M¨¢s o menos en todos dec¨ªan lo mismo los grandes titulares en letra g¨®tica: "Espa?a, cortada del mundo. Se subleva el ej¨¦rcito de Marruecos". ( ... ).
( ... ) Recuerdo los d¨ªas angustiosos que siguieron para m¨ª en la Hegelhaus. Roso de Luna y algunos espa?oles m¨¢s decidieron aprovechar una ¨²ltima oportunidad y dejaron Berl¨ªn para regresar a Espa?a. Me qued¨¦ aislado, y entonces tuve noticias de que en un caf¨¦ de la avenida Kurfurstendamm, alrededor de Eugenio Montes, que era entonces corresponsal de Abc, se reun¨ªan espa?oles, y all¨ª se recib¨ªan noticias. Comenc¨¦ a ser un asiduo de aquel caf¨¦. Montes, que siempre fue hombre de temperamento liberal, presid¨ªa aquella asamblea.
Mi situaci¨®n en cuanto a dinero era mala. En mayo de aquel a?o el Gobierno de Hitler hab¨ªa roto las relaciones econ¨®micas con Madrid, porque, contra la Olimpiada de Berl¨ªn, montada con tanta orquesta de propaganda por Hitler, se iba a organizar una Olimpiada popular en Barcelona. Largos meses no me lleg¨® ning¨²n env¨ªo, y al fin, ya comenzada la guerra, recib¨ª de Madrid la pensi¨®n de mayo y junio. Gracias a la cual pude comprar los billetes para el viaje de regreso y contribuir tambi¨¦n para el de X. Nos decidimos entonces, un grupo de 12 o 14, entre los que estaba Almagro, a organizar el viaje con nuestros recursos, y en los ¨²ltimos d¨ªas de agosto tomamos el tren para Hamburgo y all¨ª embarcamos en un buque tur¨ªstico que hac¨ªa un crucero por el Atl¨¢ntico y que nos dejar¨ªa en Lisboa.
En la primavera de 1936, despu¨¦s de un viaje a Madrid en ¨¦poca de agitaci¨®n y huelgas que imped¨ªan la vida normal y no permitieron que yo leyera mi tesis doctoral en la facultad de Madrid, llegu¨¦ a Alemania. La h¨¢bil propaganda de Hitler sab¨ªa presentar como obra taumat¨²rgica el desarrollo industrial de Alemania, que en realidad no era cosa de aquellos pocos a?os desde 1933, sino que ven¨ªa de muchos decenios. El contraste con Espa?a, o con Francia misma, mostraba el evidente adelanto de Alemania, que nos era presentada como sacada del caos por aquel pol¨ªtico genial. Si se suma a esto el sentimentalismo irracional, que mueve una guerra, y una guerra civil, se puede comprender que un joven de 25 a?os, desenga?ado de bienios y de frentes populares, opuesto a la pol¨ªtica confesional de nuestros cedistas, tan reaccionarios, y buen conocedor de la derecha tradicionalista y mon¨¢rquica de entonces, optara por lo que parec¨ªa una soluci¨®n nueva. ( ... ).
( ... ) Volv¨ªa a Espa?a vestido con una camisa azul y con un correaje que nos hab¨ªan dado los nazis, fabricados con los s¨®lidos materiales que ellos usaban. Ya entonces se me ocurr¨ªa preguntarme c¨®mo pod¨ªa yo haber cambiado tanto. Partidario de la Rep¨²blica, espectador de los bandazos de la pol¨ªtica de aquellos a?os, hab¨ªa vivido desde Madrid, durante el curso 1934-1935, la revoluci¨®n de Barcelona y Asturias, y la represi¨®n consiguiente. El curso 1935-1936 lo hab¨ªa pasado en Par¨ªs hasta marzo, y all¨ª hab¨ªa presenciado la polarizaci¨®n fascista-comunista en la Cit¨¦ Universitaire, en un momento en que los reg¨ªmenes parlamentarios y democr¨¢ticos se bat¨ªan en retirada ante la agresividad de los otros. Los mismos te¨®ricos de la democracia liberalvacilaban, y todo lo que fuera transigencia, mesura, equilibrio y convivencia parec¨ªa definitivamente pasado de moda. ( ... ).
( ... ) Mi afiliaci¨®n, no escrita, por supuesto, a la Falange en Berl¨ªn me obligaba a presentarme, y acud¨ª a mi amigo de la ¨¦poca de estudiante Jos¨¦ Villanueva de la Rosa, uno de los jefes de la Falange, que ten¨ªa a su cargo la Prensa y propaganda. ( ... )
( ... ) Por de pronto qued¨¦ a las ¨®rdenes de mi amigo Villanueva, y escrib¨ªa breves art¨ªculos para lo que ¨¦l llamaba circuito, de publicaci¨®n obligatoria en los diarios de la regi¨®n. Villanueva hab¨ªa hecho editar, con grandes tiradas, los discursos de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera en un folleto. En aquellos discursos (el fundacional de 1933, el de noviembre de 1935, el de despu¨¦s de las elecciones de 1936) se presentaba una forma de fascismo menos rigurosa, m¨¢s literaria y m¨¢s cr¨ªtica de las derechas que la de la realidad. Cierto que estaba all¨ª la dial¨¦ctica de los pu?os y las pistolas, pero a veces asomaba un sincero deseo de comprender los afanes de revoluci¨®n de los despose¨ªdos, aunque no se daba del marxismo m¨¢s que una visi¨®n superficial. Convert¨ª aquel folleto en mi libro de lectura y de ¨¦l saqu¨¦, a la vez que confirmaba mi irresignaci¨®n a todo lo que eran derechas, la renuncia a lo que hab¨ªan sido mis ideas casi desde la infancia. Ahora, al lector, como a m¨ª, le parecer¨¢ bastante superficial aquella especie de s¨ªntesis incompleta, y en el fondo acomodaticia. El tiempo y la realidad me librar¨ªan al fin de ella.
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