La 'sed' de D¨¢maso Alonso
Hay personalidades ilustres a las que uno desear¨ªa haber conocido s¨®lo a trav¨¦s de su obra escrita, porque la imagen que ¨¦sta nos hab¨ªa hecho forjar del autor se nos derrumba al simple contacto con la realidad humana que se ocultaba tras ella. No es ¨¦se el caso de D¨¢maso Alonso, cuyo trato supone siempre un enriquecimiento cabal del personaje que ya nos transparentaba la lectura de sus libros. En la cort¨¦s frialdad con que discurren los encuentros preceptivos -las juntas de los viernes- en nuestra Academia de la Historia, su presencia, que raramente falla, pone un acento c¨¢lido y abierto -yo dir¨ªa que de juvenil simpat¨ªa- capaz de hacer llanas y c¨®modas las m¨¢s convencionales f¨®rmulas protocolarias. El marco acad¨¦mico, que siempre se me antoj¨® consustancial con su personalidad se?era, queda neutralizado, trascendido por la inmediatez humana de D¨¢maso -llamarle don D¨¢maso me lo tomar¨ªa a mal.Que yo haya descubierto tan tard¨ªamente esta venturosa realidad -el hombre D¨¢maso Alonso- es, en realidad, consecuencia de mi demorado encuentro total con su poes¨ªa. Porque ¨¦l est¨¢ ¨ªntegro, en la dimensi¨®n de poeta; con todos los respetos a su alt¨ªsima actividad como fil¨®logo. Ahora bien, fue en este ¨²ltimo campo donde yo aprend¨ª a admirarle. D¨¢maso fue ante todo, para m¨ª, un m¨¢gico gu¨ªa en la selva encantada de la poes¨ªa y de la lengua de G¨®ngora, cuando me iniciaba en la lectura de Las soledades -sin haber vislumbrado a¨²n, m¨¢s que en alguna muestra de Garc¨ªa Lorca, el nuevo siglo de oro de nuestra l¨ªrica-. Por aquel entonces mi entorno era demasiado ingrato, demasiado s¨®rdido; el refugio en el trasunto del arte -mi primer contacto con la pintura- o en la lectura de los grandes poetas de un ayer reciente o lejano supon¨ªa como un sistema, de defensas para conservar la ilusi¨®n en la belleza y en la bondad, para seguir creyendo en el hombre. D¨¢maso me ayud¨® positivamente, desde luego, a salvar esa fe.
Luego, ya cursando la carrera -siempre alejado materialmente del maestro, porque mi camino era el de la historia, y no el de la filolog¨ªa-, le¨ª su espl¨¦ndido estudio sobre la poes¨ªa de san Juan de la Cruz; esa inefable poes¨ªa cuyos secretos impon¨ªan a Men¨¦ndez Pelayo "religioso temor", pero que D¨¢maso revisaba ahora as¨¦pticamente a trav¨¦s de las estrictas claves de la m¨¦trica renacentista. Segu¨ªa siendo mi ilustrador insustituible en el campo concreto de la filolog¨ªa: pero, en cuanto creador de poes¨ªa, me lleg¨® en un segundo plano; desde luego, en el impacto de Hijos de la ira, libro que parec¨ªa hecho a la medida de mi generaci¨®n -una generaci¨®n que creci¨® en la guerra; que, sin hacer la guerra, la padeci¨® en sus peores consecuencias; y que luego hab¨ªa seguido, presenciando, ya de lejos, su proyecci¨®n terror¨ªfica a escala inundial-. Era como si desde ese refugio m¨¢s o menos ficticio en que hasta entonces hab¨ªa venido atrincher¨¢ndome para prevalecer sobre el lodo de la real?dad circundante se me brindase voz adecuada para la protesta, cauce para el rechazo. Vuelto hacia ese libro -zozobra y n¨¢usea en una ¨¦poca terrible-, el actual D¨¢maso comenta hoy c¨®mo en ¨¦l se funden la angustia interior, innata, que provocan las dudas sobre el sentido del propio ser y del propio sentido, y la dilataci¨®n de esa angustia al mirar sobre el exterior. "Hay y ha habido siempre actos externos que nos habr¨ªan aumentado la pesadumbre y la negra tristeza a m¨ª y a muchos seres humanos: existe una terrible injusticia nacional e internac¨ª¨®nal; recuerdo la guerra espa?ola, con muertos, amigos y parientes, a un lado y otros; despu¨¦s, la guerra mundial. Y cada d¨ªa, el peri¨®dico le¨ªdo es un espanto".
Sin embargo, un conocimiento m¨¢s ¨ªntegro del poeta D¨¢maso Alonso -seguido desde entonces por m¨ª en su doble caminono lo he tenido hasta la lectura de su Antolog¨ªa de nuestro monstruoso mundo: verdadera autobiografia po¨¦tica que prescinde, deliberadamente, de los otros aspectos de su andadura intelectual. Las antolog¨ªas -no siempre estimadas positivamente por los comentaristas e historiadores de la literatura- cubren el papel de libros iniciadores, estimulantes de una innata vocaci¨®n descubierta s¨²bitamente a trav¨¦s de su lectura (de m¨ª s¨¦ decir que una de estas antolog¨ªas, un modest¨ªsimo librillo que lleg¨® a mis manos cuando iniciaba el bachillerato en el m¨ªnimo y humilde Patronato de Ense?anza de Villa Alhucemas, me familiariz¨® con los grandes nombres de nuestra literatura, desde Jorge Manrique hasta Machado y Unamuno, y me impuls¨® a un conocimiento m¨¢s amplio de los poetas all¨ª espigados). Pero la antolog¨ªa dise?ada y seleccionada de un solo autor, y hecha por ese mismo autor, no supone, por lo general, la apertura hacia un mundo desconocido: m¨¢s bien nos da los hitos reales de un camino por el que tal vez habr¨ªamos ya discurrido sin percibirlo plenamente. D¨¢maso, con una sencillez absolutamente eficaz para comunicarnos su temprana inquietud po¨¦tica y el trasfondo esencial de su poes¨ªa, nos revela en unas p¨¢ginas n¨ªtidas su entidad humana m¨¢s profunda, su entidad real. Ya en las formulaciones iniciales de esta vocaci¨®n -El viento y el verso- se enmarca plenamente en la generaci¨®n de 1927: la vinculaci¨®n amistosa, fraterna, al grupo -definido por el centenario de G¨®ngora, en un a?o m¨¢gico para la vida espa?ola: el a?o en que la Dictadura cierra la guerra de Marruecos; en que, desde su paz, subrayada por las bodas de plata de Alfonso XIII con el trono, se inicia, contra la prolongaci¨®n del r¨¦gimen dictatorial, un proceso que desembocar¨¢ en breve en la primera democracia real de la historia espa?ola- es algo decisivo en la trayectoria vital de D¨¢maso. Pero -nos dice el propio poeta- "hubo algo que se pod¨ªa
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considerar contrario: durante esa ¨¦poca, desde 1925 y en bastantes a?os posteriores, escrib¨ª poca poes¨ªa. Me pasaron muchas cosas especiales...". Las conocemos: su boda con Eulalia Galvarriato; cursos universitarios en Cambridge y en Oxford; intermedio norteamericano en Stanford (California) y Nueva York (Hunter College), coincidiendo aqu¨ª con Garc¨ªa Lorca; luego, Barcelona y Valencia. Y Alemania -Leipzig-, precisamente en el a?o marcado por la guerra de Espa?a. Por ¨²ltimo, con la paz relativa de 1939, la universidad de Madrid. A?os de actividad esencialmente profesoral, pero pautada por la evasi¨®n po¨¦tica, que cuajar¨¢ en dos libros extraordinarios en 1944 -Oscura noticia e Hijos de la ira-. Desde el mundo iridiscente de la poes¨ªa pura de entreguerras a esa eclosi¨®n po¨¦tica en desgarramiento interior y exterior, madura plenamente el gran poeta.
Y ya -desde entonces- se percibe una profunda constante en su obra de creaci¨®n: la inquietud acerca del sentido de la vida y de su posible y deseada prolongaci¨®n en el m¨¢s all¨¢. He aqu¨ª la clave de esa Duda y amor sobre el Ser Supremo que cierra y responde a la Antolog¨ªa; peque?o, pero conmovedor ramillete po¨¦tico en el que culmina la m¨¦dula esencial de la poes¨ªa de D¨¢maso, lo que le confiere su m¨¢s alto mensaje; algo que est¨¢ ya en Hijos de la ira y que se explicita en Hombre y Dios. "Mi terror vital y mi duda son enormes", nos confiesa el autor, comentando los poemas del primero de estos libros. "... La inteligencia humana cuando piensa en la vida y en la muerte atiende s¨®lo a la existencia de la vida; considera a la muerte como el principio de la nada... Pero ocurre que hay otra creencia, otro pensar dulce y suave, que considera la existencia de prolongaci¨®n de una especie de vida, despu¨¦s de la muerte de nuestro cuerpo. Y tiene entonces, en su coraz¨®n y en su pensamiento, la idea de un hacedor y supremo gobernador de todo lo vital".
A estas alturas de su trayectoria personal, la poes¨ªa de D¨¢maso aparece transida por el anhelo de infinito, por la necesidad de una prolongaci¨®n en el m¨¢s all¨¢; y siempre cuestionada desde una incredulidad al acecho. Buceando contra esta angustia permanente parece llegarse a una respuesta precisa en Duda y amor sobre el Ser Supremo ("?Ay, qu¨¦ triste es ahora que, oh Se?or, yo no sepa / si existes; ni, si existes, d¨®nde existes. / Mas, a pesar de esa terrible duda, / yo te amo, yo te adoro. Te pido que concedas / (?ay, que ser¨ªa imposible no existente!), / cuando se muera el cuerpo, la eterna vida al alina".) El debate, la zozobra -el desgarramiento cruel entre lo que se cree y lo que se anhela creeraletean en todos estos poemas, acongojantes para el que escribe, turbadores para el que lee. La necesidad de un m¨¢s all¨¢ que permita el reencuentro con los que se fueron antes -la conmovedora nostalgia de Vicente Aleixandre: "Aleixandre era vivo durante mi poema; / pocos d¨ªas despu¨¦s se nos muri¨®. / Es necesaria, ahora, su alma eterna, ya muerto, / y juntar a¨²n mi muerte. Oh, Se?or, d¨¢mela"-, o que desvele definitivamente el misterio de lo parcialmente conocido, o intuido, en nuestro terrenal vivir (Seres en el gran Universo). Una necesidad que se resume en la invocaci¨®n: "?Oh, gran Se?or ser¨ªa / todo tan justo, dime / dime, si t¨² existieras. / Oh, gran Se?or, te pido la verdad: / creo, cierto, que existes. / ?Lo creo? S¨ª. ?Lo creo? S¨ª. ?Te amo y te bendigo?". Necesidad que encuentra apoyo en una memoria diversa (las m¨²ltiples formas religiosas, siempre latentes en el tiempo y en el espacio): "religiones / de inmensidad distinta por las tierras / cercanas...". Pero de pronto, como reaccionando contra la entrega a un sue?o demasiado hermoso, surge la r¨¦plica desoladora: "Alma, no existes. Lo que vive, el cuerpo; / vives con ¨¦l (como ¨¦l), mas t¨² no, no eres alma...". Creer, no creer, un debate que se resume en la duda; duda respecto a la inmortalidad del alma, tan deseada; pero duda tambi¨¦n de que en el escepticismo racionalista resida la verdad. Y una vez m¨¢s, el anhelo trocado en exigencia: "?Oh, Ser omnipotente, s¨¦ verdad, / s¨¦ en eterno lugar! ?V¨¦ncenos t¨²!".
He dicho que en el human¨ªsimo D¨¢maso que descubro en el trato personal -en los viernes de la Academia- identifico el D¨¢maso de su poes¨ªa. Pienso que en su angustia existencial -similar a la de un Unamuno que, a su vez, precisaba el ansia humana de infinito en la humanidad de Cristo- coincidimos todos cuantos no podemos conformarnos con la estrechez de nuestro mundo: ese ag¨®nico tejer y destejer entre la duda y la esperanza es, contra lo que quiz¨¢ piense D¨¢maso, la verdadera clave de la fe. Porque la fe -la fe viva- no es simplemente lo que "se adquiere" pasivamente, como medio de adormecer o de acallar una inevitable, ineludible desgarradura interior; la fe viva -"vivida"- es la que "se padece" en un atenazante desasosiego ¨ªntimo, como D¨¢maso la padece; similar a la sed que, a¨²n ignorando el agua, ser¨ªa una demostraci¨®n de que hay agua para calmarla. Ciertamente, pocos testimonios de "fe vivida" he conocido como el que se despliega en el mundo po¨¦tico de D¨¢maso Alonso; aunque ¨¦l no acierte a entenderlo as¨ª. Perm¨ªtame el maestro, el amigo, el poeta, que le asegure el final hallazgo de una fuente inagotable, capaz de responder adecuadamente a su inagotable sed.
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