Desde el otro lado del espejo
"Alicia mir¨® alrededor suyo con gran sorpresa.-Pero ?c¨®mo? ?Si parece que hemos estado bajo este ¨¢rbol todo el tiempo! ?Todo est¨¢ igual que antes!
-?Pues claro que s¨ª! -convino la reina- Y ?c¨®mo si no?
-Bueno, lo que es en mi pa¨ªs -aclar¨® Alicia, jadeando bastante- cuando se corre tan r¨¢pido como lo hemos estado haciendo y durante alg¨²n tiempo se suele Regar a alguna otra parte...
-?Un pa¨ªs bastante lento! -replic¨® la reina- Lo que es aqu¨ª, como ves, hace falta correr cuanto uno pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere Regar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces m¨¢s r¨¢pido".
Parece que va de cuento. Tras el lobo feroz otanista de Claud¨ªn llega Leguina del brazo de Alicia. Se espera con ansia a Tint¨ªn, a Charlie Brown y al flautista de Hamel¨ªn. Aunque siempre es mejor Lewis Carrol que Max Weber como pretexto. En un mundo que no sabe a¨²n prescindir de las citas sagradas, y una vez inhabilitado Marx -Carlos, no Groucho, pero de ¨¦ste, al parecer, s¨®lo hay la de la nada y la miseria- no existe otro remedio que asumir alg¨²n riesgo. El problema con Carroll es que encaja mal para ser usado desde el poder. Am¨¦n de romperse la crisma sin posible recomposici¨®n, como en su cantilena el pobre Zanco Panco (Humpty Dumpty), uno puede ir a parar a los dominios de la Reina Roja.
Recapitulemos. La reina ha arrastrado a Alicia hacia un movimiento de apariencia vertiginosa. Sin embargo, al final de recorrido Alicia constata que est¨¢ donde antes. Piensa, entre ingenua e inconsciente, que con tanto correr se debe Regar a alguna parte. El lenguaje del poder responde desde su superioridad, pol¨ªtica y cient¨ªfica: no hab¨ªa otra opci¨®n que seguir donde est¨¢bamos. Otra cosa es correr dos veces m¨¢s r¨¢pido, lo imposible. Alicia pasa a comerse la galleta que le ofrece la Reina Roja. Y se atraganta.
Alicia viene al caso al hablar de pol¨ªtica espa?ola, no por cuestiones abstractas tales como la relaci¨®n entre intelectuales y poder, sino por la frecuencia con que nuestro actual Gobierno recurre en sus explicaciones a la paradoja pragm¨¢tica. Se trata de un discurso de autolegitimaci¨®n en que el emisor, el poder, cierra de antemano las salidas, priva de razones al destinatario y oponente. Puede servir de ejemplo el razonamiento mediante el cual Felipe Gonz¨¢lez solicita el asentimiento a su pol¨ªtica exterior, justamente sobre la base de su error al valorar con anterioridad la presencia en la OTAN: ?c¨®mo no aceptar la cientificidad del Gobierno que reconoce haberse equivocado? El aval de las rectificaciones pasadas en materias de pol¨ªtica econ¨®mica, laboral o de orden p¨²blico opera en el mismo sentido. "Espa?a seguir¨¢ en la OTAN", explica Serra, "de acuerdo con la decisi¨®n de su voluntad soberana". No hay posible alternativa: para el partidario del status quo, el Gobierno lo cumple; si alguien desea el cambio ha de seguir al Gobierno, que en funci¨®n de los datos, como detentador ¨²nico de la raz¨®n cient¨ªfica, cumple la propia vocaci¨®n de cambio precisamente renunciando a ¨¦l. El juego de palabras sobre el coraz¨®n y la cabeza del presidente, como invento ulterior de la "¨¦tica de la responsabilidad" responde al mismo esquema.
Ahora se nos ofrece una nueva variante m¨¢s general: parece que los intelectuales no se encuentran en condiciones de criticar al poder, porque desde el exterior no cabe entender su racionalidad. "La pr¨¢ctica del poder -se nos informa- va hoy permanentemente por delante, limit¨¢ndose la teor¨ªa a racionalizar a posteriori lo ya realizado": es el imperio de los datos, que s¨®lo permite atisbar una v¨ªa de escape, y eso siempre desde el ¨¢mbito del poder, "en torno al PSOE". Cobra as¨ª forma un circuito cerrado, dirigido a atrapar a un tiempo toda conformidad y toda contestaci¨®n. Frente a ello, a nuestro juicio, s¨®lo cabe el recurso de romper la baraja y afrontar el an¨¢lisis de los contenidos de la acci¨®n pol¨ªtica.
Para empezar, no parece exacta la afirmaci¨®n de que en 1982 el PSOE trajera como proyecto, seg¨²n acaba de escribir Leguina, .construir la estabilidad del Estado sobre el consenso constitucional"; dicho de otro modo, "un proyecto integrador de tipo nacional". De esto ¨²ltimo prescindiremos en virtud de que tambi¨¦n Franco defin¨ªa su r¨¦gimen como "de integraci¨®n nacional", y no creemos, a pesar de su orientaci¨®n conservadora, que el PSOE est¨¦ instaurando un neofranquismo. Pero precisamente la apuesta preelectoral de Felipe Gonz¨¢lez, como describe el ¨²til Desaf¨ªo socialista de Alonso de los R¨ªos y Elordi, consist¨ªa en dejar de lado los cambios econ¨®micos para apostar por la reforma del Estado. El refer¨¦ndum abr¨ªa cauce a nuevas relaciones internacionales -"van a ser pacifistas", avalaban los autores citados- y, hacia adentro, la eliminaci¨®n de los residuos franquistas y un nuevo estilo ole gobierno hac¨ªan presagiar una ?aut¨¦ntica vida democr¨¢tica. En principio val¨ªa la pena aplazar buena parte de las prometidas reformas radicales. Pero el lema, no cabe borrarlo, era: hay que cambiar, nunca fue construir la estabilidad. Y en cuanto a la aproximaci¨®n a la realidad, no era atributivo exclusivo de la nueva tecnocracia al ocu-par el poder-, lo fue ya del electorado, que en su masivo respaldo a las instituciones y al PSOE borr¨® toda legitimidad a un eventual golpe.
Lo peor es la debilidad de la argumentaci¨®n que subyace a las campa?as de imagen. As¨ª, la justificaci¨®n del retroceso en pol¨ªtica exterior descansa sobre dos claras falacias. La primera es el enlace forzoso entre integraci¨®n econ¨®mica en la CEE y participaci¨®n militar en la Alianza Atl¨¢ntica (etiqueta que vende mejor que OTAN). Curiosamente, como por culpa de Irlanda no hay medio racional de identificar ambas cosas, el realismo pol¨ªtico desemboca en un inesperado recurso al quijotismo del espa?ol: ?c¨®mo vamos ahora a eludir nuestra parte de la seguridad europea neg¨¢ndonos a figurar en la OTAN? Todo envuelto en la capa de una exaltaci¨®n de la unidad europea en t¨¦rminos vistosos y de poco coste. La segunda falacia concierne a la posibilidad, enunciada b¨¢sicamente por Claud¨ªn, de que la presencia espa?ola refuerce una mayor independencia europea dentro de la OTAN a favor de nuestra pol¨ªtica exterior imaginativa. De nuevo el realismo se borra y entramos en lo escasamente veros¨ªmil. Y casi es mejor, porque imaginaci¨®n ya hay bastante en la pol¨ªtica relativa a la ¨²nica zona conflictiva que nos toca, el Magreb: las dos almas de nuestro Gobierno -b¨²squeda de imagen progresiva y conservadurismo de fondo- han dado ya sus frutos respecto al Polisario y Ceuta-Melilla, consiguiendo el milagro de crear all¨ª un peque?o polvor¨ªn sin intervenci¨®n de Marruecos. Por fortuna, con vistas a la doble integraci¨®n todo se queda en palabras, exposiciones y actuaci¨®n de comparsa militar en el cuadro de la supuesta no integraci¨®n mil?tar. Sigue en pie el peque?o problema -eludido por Claud¨ªn- de ver si nuestro inter¨¦s nacional consiste en ser un pe¨®n m¨¢s en la confrontaci¨®n de bloques o hay otras cuestiones y otras exigencias; la experiencia de Grecia no debiera olvidase.
Y queda el aparato de Estado, el que fuera gran compromiso. Desde luego, de nuevos modos de gobierno s¨®lo resplandecen los hallazgos en el campo de la publicidad institucional que nos habla en todos los medios y por todos los medios del mucho y bien. Se anuncian las patrullas de seguridad, los impuestos y hasta las comunidades aut¨®nomas. Mientras tanto, detr¨¢s de la escena parece consolidarse una tecnocracia cuyo estilo de gobierno no descansa precisamente en la aproximaci¨®n al ciudadano, sino que responde m¨¢s bien al modo de gesti¨®n propio de las multinacionales, con una atenci¨®n obsesiva al control del mercado por medio de las encuestas. Lo esencial es la imagen que logra transmitir el poder. Por otra parte, la integraci¨®n del partido del Gobierno con el aparato estatal ha eliminado pr¨¢cticamente al PSOE como sujeto pol¨ªtico aut¨®nomo, cobrando forma una r¨ªgida estructura piramidal en la cual todo nivel intermedio -parlamentario, de partido o asociaci¨®n- resulta integrado en la dependencia estricta del v¨¦rtice superior constituido por el binornio Gonz¨¢lez-Guerra.
Con raz¨®n el pa¨ªs se siente m¨¢s gobernado. Esto no siempre es negativo, porque la eficiencia se ha incrementado en determinadas ¨¢reas, pero en conjunto el precio pagado ha sido la integraci¨®n tal cual del viejo aparato. Y un estilo de gobierno que impone aun al el control r¨ªgido y la tendencia a lamanipulaci¨®n. Los costes, obviamente, son superiores en los bastiones de arca¨ªsmo, donde precisamente han sido tambi¨¦n mayores los comproni?sos del nuevo poder con el pasado. No es casual que ello se d¨¦ primordialmente en el maldito embrollo de la pol¨ªtica de Interior, ¨¢mbito en el cual, desde el confesado y exculpado espionaje de los partidos al caso Zabaltza, pasando por el mantenimiento del componente militar de polic¨ªa y Guardia Civil, el camino de la democratizaci¨®n se ha ensombrecido en vez de despejarse. Aqu¨ª sigue siendo muchas veces utop¨ªa mantener la libertad. Y, como en el campo de la pol¨ªtica de empleo, a pesar de la mejor coyuntura mundial hay poco espacio para la autosatisfacci¨®n.
Es cierto que el socialismo real resulta poco atractivo y que la crisis ha dejado escaso margen de maniobra. Tampoco la autodestrucci¨®n que no cesa de los sectores pol¨ªticos a la izquierda del PSOE ofrece por ahora esperanzas. Pero eso no significa suscribir la nueva paradoja pragm¨¢tica que se nos ofrece desde el poder y dar por bueno que el PSOE siga siendo, a pesar de su propia pol¨ªtica, el polo de agregaci¨®n de la izquierda. La vocaci¨®n de cambio se habr¨ªa concretado en estabilidad de lo existente, pero "la actual v¨ªa se agotar¨¢, probablemente con ¨¦xito" y de ella resurgir¨¢ el cambio. A esto, propone Leguina, hay que contribuir, eso s¨ª, de forma subordinada a un poder que detenta los arcanos -los datos- del proceso hist¨®rico. La experiencia del trienio desmiente pura y simplemente tal pretensi¨®n.
Volviendo al relato de Carroll, parece verosimil que a Alicia le va a ser dificil encontrar su camino hacia alguna otra parte. Pero no es menos cierto que para lograrlo tiene que hacer saltar el marco de la comunicaci¨®n en que pretende encerrarla la Reina Roja: "No comprendo qu¨¦ puedes pretender con eso de tu camino -le increpa la reina-, porque todos los caminos de por aqu¨ª me pertenecen a mi ... ".
Es falso. La Reina Roja tiene ya un camino, su camino... Claro, que puede objet¨¢rseme que un razonamiento anal¨®gico tiene poco que ver con Carroll. Pero no es m¨¢s l¨ªcito que el poder trate de servirse de su espejo para reflejar y transn¨²tirnos la imagen por ¨¦l mismo acu?ada.
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