?Perpetuidad, residuo o exilio?
Espa?a se enfrenta en ?frica (Marruecos) a un muro de tres alturas: perpetuarse desde el inmovilismo, mito supremo; asumir una degradaci¨®n razonable y ser resto desde el silencio, presente de inutilidad, o, a trav¨¦s de ambas posiciones y luego de una crisis final, encarar un destierro forzoso, traum¨¢tico y definitivo.Magreb: la palabra siempre temida y el concepto nunca entendido por Espa?a. Es dif¨ªcil comprender el porqu¨¦ de nuestra postura hacia el Sur, fluctuante entre la soberbia y el miedo. Hoy, una vez m¨¢s, fieles a nuestro m¨¢s rancio esp¨ªritu de contrarreforma, insistimos en defender nuestro ya und¨¦cimo mandamiento: "No habl¨¢r¨¢s nunca de Ceuta y Melilla ni faltar¨¢s jam¨¢s a su soberan¨ªa".
El problema de fondo radica en el ate¨ªsmo imperante, tan poco propicio a mantener las tablas de nuestra ley hist¨®rica frente a las dem¨¢s religiones del Estado. La conciencia de ceut¨ªes y melillenses sobre su irrenunciable espa?olidad queda as¨ª enfrentada a la m¨ªstica entre el futuro tenebroso y el presente enmudecido; pensamos en la fuerza como ¨²nica salida. Pero la aplicamos espantosamente mal. Los espa?oles somos poco dados al an¨¢lisis y consideramos la perspectiva como una ecuaci¨®n incomprensible. Nos brota en seguida el coraz¨®n, y por ¨¦l peleamos, sufrimos y, a menudo, perdemos.
Comprendo perfectamente que 40.000 espa?oles griten que viva Espa?a en ?frica. Lo que no entiendo -y me preocupa sobremanera- es que lo hagan sistem¨¢ticamente solos. Porque la ra¨ªz de su supervivencia no radica s¨®lo en la desesperante orfandad de nuestra pol¨ªtica exterior hacia el Sur, sino en el silencio, de las calles de Espa?a. Nadie defender¨ªa en esta Espa?a que mira a Europa un nuevo sacrificio por ?frica. La autoinmolaci¨®n quedar¨ªa para los 120.000 espa?oles del Magreb. El Estrecho act¨²a as¨ª como una trinchera social y pol¨ªtica de gingantescas dimensiones. La hora de Espa?a en ?frica durar¨¢ tanto como permanezca en punto nuestra intuici¨®n. Pero si el estatismo, el verticalismo hacia abajo y el secuestro de la inteligencia se contin¨²an, esa hora -con minutos- se aproximar¨¢ a velocidad de v¨¦rtigo.
Cuando deber¨ªamos aplicar una ley de espa?olidad africana para todos -el mayor impulso de rife?os y yebal¨ªes es sentirse espa?oles de papel timbrado, que de coraz¨®n lo eran al menos hasta ayer mismo- nos inventamos una nueva limpieza de sangre: la ley de extranjer¨ªa. ?C¨®mo se puede considerar extra?os a los naturales nacidos en su propia tierra? Es incre¨ªble, pero vamos a cometer un en¨¦simo error hist¨®rico por el que ya hemos pagado: lo hicimos con los jud¨ªos en 1391 y 1492, seguimos despu¨¦s con andaluces y mud¨¦jares granadinos, m¨¢s tarde lo repet¨ªamos en las Alpujarras en 1568, y luego, a¨²n m¨¢s gravemente, con los moriscos en 1614 (perdiendo entonces s¨®lo Valencia la mitad de su poblaci¨®n). Como remate, perdimos la oportunidad hist¨®rica de la independencia marroqu¨ª en 1956, nos estrellamos calamitosamente con el pueblo saharaui en 1975 y, ahora mismo, en lo poco peor que nos queda por hacer, nos empe?amos en repetirlo con los pueblos del Rif para 1986. Es imposible cometer m¨¢s torpezas desde la ignorancia de nuestra ubicaci¨®n geopol¨ªtica y el olvido de nuestra propia evoluci¨®n como sociedad nacida de un crisol de pueblos y culturas.
La supervivencia de Espa?a en ?frica est¨¢ fundamentada en su proyecci¨®n hacia el interior, nunca en ahondar un foso hasta ahora inexistente. En sus bordes nos aguarda toda una muchedumbre de airadas banderas, desde la xenofobia marroqu¨ª al desprecio y hostilidad pan¨¢rabes. No se pueden tejer mejor ni hacer m¨¢s sutiles los bordados precisos para una alfombra triunfal tendida hacia los dogmatismos del Istfiqual o los satisfechos silencios del rey Hassan II.
Ceuta y Mel¨ªlla no deben perder nunca su bien m¨¢s preciado: libertad. Libertad que se palpa en sus calles, que respiran sus rostros, que inunda el aliento com¨²n de ambas ciudades y por lo que son admiradas e incluso defendidas sentimentalmente por el pueblo del Rif (Melilla) y el Pa¨ªs Yebala (Ceuta). Marruecos no tiene nada que ofrecer ni siquiera parecido a esa libertad espa?ola y musulmana -ahora en trance de perderse- en nuestras plazas de ?frica. Y esto lo puede comprobar cualquiera y nadie puede discutirlo. Es precisamente a trav¨¦s de esa libertad social y cultural como la palabra y el futuro de Espa?a pueden mantenerse en el Magreb.
El corte pol¨ªtico entre los sistemas de gobierno marroqu¨ª y espa?ol en ?frica es rotundo e inquietante. As¨ª, es defendible la actitud de rechazo de nuestros compatriotas a depender de estructuras semejantes. Sin embargo, ante una negociaci¨®n de esta magnitud hist¨®rica y social, el enfoque no debe limitarse en el talante diferenciador entre un r¨¦gimen personal y la panor¨¢mica democr¨¢tica, sino a trav¨¦s de una concepci¨®n mucho m¨¢s profunda, de pueblo a pueblo, que son los que sustentan el futuro.
De los primeros gritos a las primeras v¨ªctimas es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo. Tiempo que necesitamos para colmar la entalladura de al menos 20 a?os de evoluci¨®n social que necesita el Magreb para ensamblar con seguridad hacia una plataforma de colaboraci¨®n entre ambas poblaciones. Con la ruptura de la convivencia, no tardaremos mucho en empezar a o¨ªr hablar -Y a padecer de un nuevo y fanatizado FLN en las calles de Melilla y de su hom¨®nimo m¨¢s visceral: otra OAS nacionalista y sin cuartel. Esto no es tremendismo, sino simple c¨¢lculo social y pol¨ªtico.
El Estrecho es una obra en dos actos, y nos empe?amos siempre en patear o bostezar a mitad de la representaci¨®n. Espa?a, insistente en su negociaci¨®n sobre Gibraltar, debe tomar la iniciativa en el norte de ?frica, sin esperar a verse seriamente afectada por la evoluci¨®n de una din¨¢mica siempre imprevisible como la magreb¨ª. Toda una cadena de compromisos formales entre ambas naciones debe quedar prefijada ahora -por encima de cualquier sobresalto institucional en la monarqu¨ªa alau¨ª- se?alando con precisi¨®n sus l¨ªmites frente a la vigilancia de los organismos internacionales.
El tintineo de "Me-li-lla es-pa-?o-la" se aproxima impotentemente al de "Al-ge-rie fran-?aise" de los sesenta. Toda la pol¨ªtica espa?ola comienza a solaparse tr¨¢gicamente a la IV Rep¨²blica francesa. ?Ser¨¢ necesario recordar que aqu¨¦lla cay¨® ante el poder de un hombre que prometi¨®, precisamente, defender Argelia para Francia y luego se dio cuenta de que era ya imposible? Cuando De Gaulle tuvo el coraje de reconocer la evidencia argelina, tuvo que sufrir el putsch de Argel de los cuatro generales (Jouhaud, Zeller, Challe y Salan) y que no sepult¨® a Francia en otra guerra religiosa en pleno siglo XX - Argelia era ya cuesti¨®n b¨ªblica- por un fracaso estrepitoso en los sublevados (faltos de medios a¨¦reos con que invadir la metr¨®poli). Finalmente, las prisas y a bajar la cabeza (acuerdos de Evian, febrero-mayo de 1962). M¨¢s de un cuarto de mill¨®n de muertos para nada. Pese a ello, no hay nadie hoy en Francia -ni en la calle ni en la memoria- que se atreva a considerar a De Gaulle como un suicida o un traidor.
Una obsesi¨®n
En Espa?a se teme siempre una obsesi¨®n: el Ej¨¦rcito no consentir¨¢ m¨¢s retiradas en ?frica, camposanto donde yace toda una epopeya y construcci¨®n pol¨ªtica perdidas bajo los miles de cruces de sus ca¨ªdos an¨®nimos u olvidados, Pero yo he visto en ruinas los cementerios espa?oles de Alhucemas a Tetu¨¢n -y. nuestras obras y cultura, nuestro idioma y raz¨®n- y puedo asegurar cu¨¢nto duele el verlos deshacerse entre el abandono y la indiferencia.
La pol¨ªtica ha cre¨ªdo siempre disponer del brazo militar desde el mutismo y la inviolabilidad hispanas en Africa. Se ha deslizado as¨ª hacia la momificaci¨®n y el miedo. Las Fuerzas Armadas quedan como garante ¨²ltimo de una imprevisi¨®n e ineficacia desoladoras.
El Ej¨¦rcito no volver¨¢ nunca la cara en ?frica, como tampoco lo har¨¢ ante un plan coherente que le permita disponer del respaldo mayoritario de la poblaci¨®n junto con el reconocimiento de los organismos mundiales. Si Espa?a se decide, contar¨¢ incluso con el paraguas de la OTAN, que bajar¨¢ el list¨®n de sus l¨ªmites ante la importancia del llamado "viente blando de Europa", como lo es el Magreb. Si no se hace as¨ª, dejar¨¢ que recibamos una lecci¨®n -y de qu¨¦ envergadura- y el Ej¨¦rcito pagar¨¢ el primero, como siempre, pero jam¨¢s recibir¨¢ apoyo desde el abatimiento o repulsa de una sociedad conmocionada ante la crisis ni en el silencio c¨®mplice de la pol¨ªtica, que ser¨¢ la siguiente en capitular.
Hablemos de Africa y Espa?a sin bajar la cabeza. Hacia el Sur queda todo por hacer. Y pensemos en el Rif y el Pa¨ªs Yebala como pueblos hispano-magreb¨ªes de un Estado marroqu¨ª donde podemos impulsarnos para nuestra prolongaci¨®n cultural y comercial hacia el Sur. Aprendamos la lecci¨®n de Francia con provecho. Y una simple opci¨®n para Marruecos y nosotros: apretar nuestra mano o cortarnos con el filo de ella.
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