Bradom¨ªn, burocracia y dem¨¢s
Hoy, en paz, leo mis peri¨®dicos y me entero de que en la Academia Espa?ola de Bellas Artes instalada en Roma fueron desenterrados objetos y copias de cartas de don Ram¨®n Mar¨ªa del Valle-Incl¨¢n. Seg¨²n mi recuerdo muy distante y acaso turbio, Valle-Incl¨¢n fue nombrado conservador de dicha academia por el Gobierno para tenerlo contento y afuera, a fin de que no molestara el lento discurrir de la noche ciudadana. Sol¨ªa terminarlas en alg¨²n juzgado de guardia por haber insultado la memoria de Felipe II o Carlos V o al gobernante de turno. En el juzgado, frente a un funcionario uniformado o con ropas civiles, declaraba su profesi¨®n: teniente general de los ej¨¦rcitos de tierra caliente. Los inquisidores fueron siempre tan borricos que don Ram¨®n, aunque persistiese, nunca top¨® con alguien que le creyera, se cuadrara, le hiciera la venia, le pidiera excusas y lo acompa?ara, respetuoso, de vuelta a la noche.Hago balance de la cosecha que obtuvo la audaz exploraci¨®n arqueol¨®gica y compruebo (S. E. u 0.) que se trata de una poderosa inyecci¨®n vigorizante para la literatura en idioma castellano. Enumero y valoro: un pantal¨®n listado compa?ero del chaqu¨¦ con el que don Ram¨®n se engalanaba para recibir al fantasma de un rey que s¨®lo rein¨® para el autor de las sonatas; y con eso bast¨®. Luego aparecieron dos sombreros femeninos. Desconcertantes porque jam¨¢s pude ver, pese a disfrutadas relecturas, a la Ni?a Chole o a Concha soportando sombreros.
Sin temor a incurrir en ofensaal honor, imagen o intimidad de nadie, manifiesto mi muy firme creencia de que el marqu¨¦s -el espaldarazo se lo hab¨ªa dado Dar¨ªo- rob¨® sin esfuerzo ambos sombreros de cuadros de Toulouse Lautrec. Pienso tambi¨¦n en La cortesana del collar de gemas que pint¨® Picasso y al que visit¨¦ casi semanalmente, como novio formal, en el Museo de Artes de Buenos Aires. Esta mujer luc¨ªa un hermoso sombrero absolutamente belle ¨¦poque.
Desciendo hasta un par de zapatos aflorados por los arque¨®logos y los veo cubiertos por el polvo de caminos que nunca pisaron; tienen gastados los tacones, y las punteras se alzan en la in¨²til rebeld¨ªa que trae la vejez.
No eran de Gucci, carec¨ªan de una distinci¨®n que ya est¨¢ haci¨¦ndose cursi por abuso de famosos.
Estudio ahora los papeles. No son palimpsestos ni permiten que generaciones de traductores o copistas incurran en errores. Pienso en los que inventaron un Jes¨²s superrealista capaz de afirmar aquello sobre ricos, camellos y ojos de aguja. Cualquier costurera comprende que Jes¨²s no habl¨® de camellos, sino de cables. Los que amarraban las barcas pescadoras de sus disc¨ªpulos. Supongo, como cristiano viejo, que esta opini¨®n profec¨ªa no involucraba a los sucesores de Pedro. Hoy la Iglesia vuelve a ser un misterio que s¨®lo podr¨ªa ser aclarado por el arzobispo yanqui Marcinkus.
Pero los papeles que don Ram¨®n dej¨® en Roma son muy f¨¢ciles de leer y constituyen documentos que se incorporan a la historia cultural espa?ola y, creo, a la de todo el mundo.
Porque sus palabras nos hacen saber que existi¨® un se?or, cuyo nombre he olvidado para siempre, que, titulado bur¨®crata, era, estaba por encima de don Ram¨®n, era la superioridad a la que el m¨¢s importante escritor que tuvo Espa?a en sus tiempos, y que todav¨ªa no fue renovado ni hay signos de tal milagro, deb¨ªa elevar quejas, expedientes y consejo, trat¨¢ndolo de su excelencia. Tan c¨®mico como triste. Porque si excelencia viene de exceder, ser¨ªa necesario, aunque no obligatorio, admitir que la burocracia con nombres y apellidos, aunque siempre quede an¨®nima, est¨¢ por encima del talento. Los bur¨®cratas, capaces o no, son siempre elegidos y nombrados por razones pol¨ªticas, por amistad con alg¨²n gobernante. En la misma Am¨¦rica del Norte -con perd¨®n del PRI mexicano- es costumbre que, si gana las elecciones el Partido Republicano, todos los bur¨®cratas designados por el anterior Gobierno -dem¨®crata, supongamos- son barridos de sus puestos, y los que no fueron previsores, como la hormiguita laboriosa, saldr¨¢n a ofrecer por las calles rojas manzanas californianas o tratar de vender enciclopedias golpeando puerta tras puerta. O todo viceversa si triunfaran los dem¨®cratas. Pero ya no hay Roosevelt para hacer un cambio. Hoy ser¨ªa como ofrecer una primogenitura y recibir un plato de lentejas.
Vuelvo a Valle y a sus papeles que, aunque redactados maliciosamente en impecable estilo burocr¨¢tico, rezumban burla a la impuesta superioridad.
Pero no exager¨® su crueldad. Tuvo la generosidad de ofrecer a la superioridad un problema de esos llamados de ingenio para que el sufrido y meritorio bur¨®crata pudiese distraer las terribles horas impuestas por el ocio, sufrimiento que aqueja a la burocracia en todo el mundo. Yo tambi¨¦n cabrero fui.
Antes, como creo haber dicho, el marqu¨¦s rubendariano hab¨ªa redactado numerosos textos, dirigidos a la excelent¨ªsima superioridad se?alando con minucia cada uno de los defectos y carencias que afectaban al edificio de la academia donde deb¨ªa vivir y conservar. Todo in¨²til, todo se?alado antes de nacer para el cl¨¢sico "enterado, arch¨ªvese". Habitual entierro de pobre para esos papeluchos cuando no los acompa?a la muleta de un llamado telef¨®nico de alguien superior al superior.
En apretada s¨ªntesis -as¨ª veo que se escribe y publica: a las desdichadas s¨ªntesis nunca las dejan respirar a gusto- planteo el problema, juego de ingenio con que Valle tortur¨® el cerebro de la superioridad. Ah¨ª va: "Tengo nueve camas, ocho juegos de s¨¢banas; tengo nueve almohadas, ocho fundas. Y todas las noches somos nueve los aspirantes a un dormir civilizado. Todav¨ªa quedan por el mundo herederos del superior y de simples aficionados a resolver rompecabezas".
El hombre que estaba por encima de don Ram¨®n all¨¢ en Roma no encontr¨® soluci¨®n para la esperp¨¦ntica tomadura de pelo, aplic¨® burocr¨¢ticamente, derrotado, el "enterado, arch¨ªvese" y movi¨® influencias en Madrid para que lo aliviaran de semejante inferior.
Porque el superior tambi¨¦n ten¨ªa un superior, el cual a su vez ten¨ªa un superior, el que...
M¨¢s vale detenerse y terminar aqu¨ª. No sea que tropiece con el gran ¨²ltimo superior que no tiene superiores confesos. El que ser¨ªa como un Dios omnipresente y omnipotente. Adem¨¢s podr¨ªa tener casi 1.000 nombres o calificativos y conservar el privilegio de ser el innombrable.
Para concluir, dir¨¦ que escribo en un pa¨ªs cuyos pobladores son profundamente cat¨®licos, pero, tristemente, escasamente cristianos. Comprobable para todo el que abra un peri¨®dico. Mis lectores son tan fervorosos como incontables. Sospecho que entre ellos existe un peque?o n¨²mero de polite¨ªstas. Les concedo disfrutar de su herej¨ªa. Pero, temiendo la reacci¨®n de alguna de las entidades -yes men- que formaron el ¨²ltimo s¨ªnodo, s¨®lo les permito creer en hasta tres dioses. Tambi¨¦n ellos innombrables.
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