En contra de las bases
Es 10 de enero y las calles aparecen envueltas en la niebla. Ando durante algunos minutos, y de pronto noto que algo ha cambiado en este pueblo: la niebla ha impedido la salida de aviones de la base. Al fin unas horas sin ruidos, sin que vibren nuestras ventanas; al fin podremos escuchar la radio o hablar por tel¨¦fono sin decir: "Espera un momento, no oigo nada, est¨¢ pasando un avi¨®n".Como de costumbre, ojeo el peri¨®dico que usted dirige, y encuentro en esta misma secci¨®n un escrito firmado por un vecino de Torrej¨®n. No puedo dar cr¨¦dito a lo que leo. ?Es posible que en Torrej¨®n haya un ciudadano tan bien compensado por los norteamericanos como es el firmante? Yo recomendar¨ªa a Vicky (la militar estadounidense de su carta-ser¨ªal) ponga fin a sus nostalgias y regrese a su pa¨ªs, cosa, por lo dem¨¢s, bastante sencilla, considerando que su estancia aqu¨ª es voluntaria.
Dice el se?or Rodr¨ªguez que se le revuelve el est¨®mago cuando ve las paredes llenas de pintadas antiestadounidenses. Yo tambi¨¦n observo con tristeza las paredes pintadas, pero esta falta de est¨¦tica es una gota de agua en un oc¨¦ano comparada con el riesgo que suponen sus bases en nuestro pa¨ªs. Coincido plenamente con el firmante cuando dice: "Norteam¨¦rica no est¨¢ obligada a hacer la defensa de Espa?a. ..", y mucho menos a creer que nos da de comer: basta echar un vistazo a los pa¨ªses donde ha puesto sus garras para ver en qu¨¦ abundancia nadan.
En Torrej¨®n dice que existen unos 900 trabajadores en la base norteamericana, una cantidad muy ¨ªnfima comparada con los 30.000 puestos que hay entre industria y servicios en Torrej¨®n, lo cual deja claro que el pueblo de Torrej¨®n no vive gracias a la base ni a los militares estadounidenses, que no compran ni una simple barra de pan en nuestras tiendas, ya que, como dice el se?or Rodr¨ªguez, en su trocito de Am¨¦rica tienen de todo.
Los puestos de trabajo en la base no tendr¨ªan por qu¨¦ perderse s¨ª ¨¦sta fuera destinada a otros menesteres mucho m¨¢s constructivos.
El precio de nuestra libertad ya lo pagaron con su vida los cientos de miles de ca¨ªdos durante una de las m¨¢s crueles dictaduras que se hayan vivido en Europa, y que ellos no dudaron en respaldar a cambio de la instalaci¨®n de las bases militares en el a?o 1953.
El mantener esa dignidad a la que hace menci¨®n me obliga precisamente a aspirar a una libertad edificada por los espa?oles y para los espa?oles, y no impuesta desde la Casa Blanca; es la libertad que quieren imponer en Centroam¨¦rica, es la libertad del imperialismo. Se ofrecen para defenderla, pero en realidad son ellos quienes nos la roban, porque creo que es m¨¢s f¨¢cil que florezca la libertad entre la hierba verde de los ecologistas que entre sus arsenales at¨®micos.- y 14 firmas m¨¢s.
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