Norma Aleandro
El despertar del cine argentino, que est¨¢ ocurriendo, que va a ocurrir, no es un hecho s¨²bito, ni pod¨ªa serlo. Para encontrar en Espa?a un cine con sabor a despertar, a democracia, aqu¨ª hemos tenido que esperar a que ¨¦sta se escape de los veloces ritmos de la pol¨ªtica y se deposite en la m¨¢s cauta y calmosa sensibilidad ambiental, y aun as¨ª todav¨ªa seguimos en buena parte esper¨¢ndo. Algo parecido es de suponer que ocurra all¨ª. De tiran¨ªas se sale lentamente, pero escapar de los residuos de su pesadilla lleva a¨²n m¨¢s tiempo.De este despertar del cine argentino se conocen en Espa?a hasta el momento tres filmes: Camila un melodrama con connotaciones pol¨ªticas realizado por Mar¨ªa Luisa Bemberg, Los d¨ªas de junio, un filme documento de enfoque eminentemente intelectual realizado por Alberto Fischerman, y esta reci¨¦n estrenada La historia oficial de Luis Puenzo, que es de las tres la que mejor engarza lo que busca con lo que encuentra, lo que pretende con lo que consigue.
La historia oficial
Direcci¨®n: Luis Puerizo. Gui¨®n: Luis Puenzo y Aida Bortnik. Fotograf¨ªa: F¨¦lix Monti. M¨²sica: Atilio Stampone. Producci¨®n argentina, 1984. Int¨¦rpretes: Norma Aleandro, H¨¦ctor Alterio, Hugo Arana, Guillermo Bataglia, Chela Ruiz, Patricio Contreras, Chunchuna Villafa?e. Estreno en Madrid: cines Bulevar e Imperial.
La historia oficial es un filme h¨ªbrido de melodrama y documento pol¨ªtico, con los ingredientes de uno y otro polo estil¨ªstico dosificados con tino, de tal manera que uno no descuella sobre el otro, ni lo ahoga: es melodrama del principio al final y es documento pol¨ªtico en similar y paralela medida. Pese a ser uno y otro c¨®digo narrativo diferenciables, su engarce en el filme est¨¢ bien logrado y no se degradan en un adosamiento artificioso, gracias a que la acci¨®n gravita enteramente sobre la actriz Norma Aleandro, que, con su dominio de los registros sentimentales, captura y unifica la atenci¨®n del espectador.
Inesperada violencia
Comienza el filme con orden y sencillez, ofrece poco a poco, y sin acudir al bastardo m¨¦todo del subrayado, los datos fundamentales de la situaci¨®n que va a desarrollar, luego se estanca cuando esa situaci¨®n se conoce y comienza a discurrir sobre una zona media donde su intensidad baja considerablemente, hasta que en los alrededores del final la acci¨®n se desencadena, acelera y redondea, en una buena secuencia de choque, inesperada a causa de su violencia expl¨ªcita en un discurso cinematogr¨¢fico donde no hubo hasta entonces m¨¢s que atisbos indirectos de ella.
El acierto de Puenzo, lo que hace a su filme cre¨ªble y ensancha sus alcances se origina en una elecci¨®n de estilo, muy coherente con la estructura melodram¨¢tica de la historia: subjetiviza la puesta en escena y hace depositaria de la v¨¦rtebras de la credibilidad de la historia al rostro de la actriz Norma Aleandro, que encaja con soltura una enorme cantidad de primeros planos en los que siempre dice algo o a?ade algo a lo ya expresado.
En este sentido, La historia oficial es un ejercicio de virtuosismo a cargo de una gran solista, Norma Aleandro, cuya sonoridad hace enmudecer a los ecos de sus alrededores, de tal manera que cuando ella se enciende el resto se apaga. Hay un desequilibrio en la actuaci¨®n, que es exuberante en Aleandro y pobre por ensombrecimiento en sus colegas de reparto, especialmente en H¨¦ctor Alterio, que compone un malo con recursos gestuales convencionales, superficiales, mec¨¢nicos, de una sola cuerda. Mientras la partitura de la actriz es variada la del resto de los personajes, comenzando por su oponente negativo, cae en la unidimensionalidad. En lo mejor del filme est¨¢ por tanto contenido lo peor de ¨¦l.
La actriz resuelve el embolado de expresar la t¨®pica convenci¨®n de una crisis de conciencia no tanto con las palabras como con los gestos que hacen de soporte visual a esas palabras. Es el signo de una gran int¨¦rprete: no dice a su personaje sino que lo mueve, apoder¨¢ndose fisicamente de ¨¦l, haci¨¦ndose su creadora visceral.
Por ejemplo, en la oficina del registro de desaparecidos le preguntan si busca a un ni?o, ella contesta afirmativamente con la voz, pero niega con el silencio que sigue; rechaza y afirma simult¨¢neamente en la sala de partos; crea continuamente duplicidad con su intensa mirada; estimula otra lectura que la aparente en sus comportamientos en escena, donde est¨¢ y deja estar, se relaciona con actores y objetos, denunciando as¨ª. un elegante, por transparente, trasvase al cine de experiencias de actuaci¨®n que solo da el teatro, el dominio de la continuidad.
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