Palabras le¨ªdas en la Real Academia Espa?ola
Triste, especialmente triste es el privilegio de envejecer en el seno de una familia, de un grupo de amigos o de una instituci¨®n que, como la nuestra, exige la reiterada convivencia. Triste, porque el gozo de vivir en el mundo, real en todos los que no se suicidan, inexorablemente lleva consigo, en quien envejece, el reato de ver que la muerte se va llevando consigo a los hombres de su edad. Especialmente triste, porque la muerte del semejante no es en tal caso un suceso entre c¨®smico y social, algo que acaece como en las afueras de nuestra intimidad, sino un evento que nos desgarra, que nos arrebata un pedazo de nosotros mismos, que nos hace sentir dolorosamente lo que bajo el m¨¢s o menos profundo consuelo de la compa?¨ªa da eminencia y drama al hecho de ser persona: la soledad.S¨ª, especialmente triste es el privilegio de envejecer en el seno de una instituci¨®n que, cuando la grata relaci¨®n habitual con el compa?ero muerto ha sido, durante m¨¢s de media vida, fraterna y bien probada amistad. Tal es la clave de mi situaci¨®n an¨ªmica al iniciar este preceptivo recuerdo de nuestro compa?ero, de mi amigo Antonio Tovar.
Conoc¨ª a Tovar, prestigioso ya, tanto por su joven sabidur¨ªa como por su directa e incisa pluma, en los primeros meses de 1937. Nos uni¨® en amistad la com¨²n decisi¨®n de adscribirnos, desde fuera de ¨¦l, a uno de los dos bandos contendientes en nuestra guerra civil, y esa inicial relaci¨®n nuestra fue haci¨¦ndose m¨¢s y m¨¢s estrecha durante los a?os en que paralelamente, cada uno seg¨²n su car¨¢cter y su biograf¨ªa, los dos hemos bregado dentro y fuera de nosotros mismos con las nadas leves consecuencias morales de aquella decisi¨®n. Alterius non sit qui suus esse potest, "no sea de otro quien puede ser suyo", fue la consigna vital de mi turbulento colega Paracelso. Y puesto que lo m¨¢s suyo de un hombre es la libre y esforzada dedicaci¨®n al cumplimiento de su vocaci¨®n personal, no parece impertinente decir que en la accidentada realizaci¨®n de esa consigna ha tenido su clave m¨¢s central, desde entonces, la fecunda biograf¨ªa de nuestro compa?ero. Mirada desde la totalidad de su obra acad¨¦mica y cient¨ªfica, puesta al lado de los trabajos filol¨®gicos por ¨¦l publicados durante los pocos a?os que a ella dedic¨®, ?puede decirse que fuera real y verdaderamente suya, de ¨¦l mismo, su pasajera y no buscada actividad en la arena de la pol¨ªtica y la administraci¨®n? Yo, que ya entonces era pr¨®ximo amigo suyo, que en los meses m¨¢s arduos de nuestra guerra civil -bellum plus quam civile, le llamaba ¨¦l, con palabras de Lucano- le hab¨ªa visto trabajar como a hurtadillas en la preparaci¨®n de su futuro Vida de S¨®crates, estoy bien seguro de que a lo largo de esos a?os m¨¢s de una vez sinti¨® en su intimidad el sordo grito de Michelet, cuando la vida en tomo le sacaba de lo suyo, de escribir historia: "?Mi yo, que me arrebatan mi yo!". La dedicatoria que Azor¨ªn hizo imprimir en la primera p¨¢gina de Valencia, uno de sus libros m¨¢s hermosos, podr¨ªa servir de epitafio a la vida de Antonio Tovar inmediatamente anterior a la publicaci¨®n de ese libro y a su docencia salmantina: "A Antonio Tovar, clara inteligencia y coraz¨®n generoso, en quien encontr¨¦ un amigo desde el primer momento, dedico este libro, escrito en las madrugadas, cuando todo dorm¨ªa... Spes. Fides. Hispania".
Como cumpliendo lo dicho y lo aludido en la sentencia final de esa dedicatoria, en la vocaci¨®n y en la obra de Antonio Tovar se integraron apasionadamente tres motivos: la investigaci¨®n, la docencia y Espa?a. Uno a uno quiero recordarlos.
Fue Antonio Tovar un investigador nato, un hombre a quien no basta lo sabido y recibido -lo consabido- y siente punzantemente en su alma el af¨¢n de a?adir algo nuevo a lo que recibi¨®; algo que, continuando lo que otros hicieron, porque hasta en la m¨¢s revolucionaria de las investigaciones hay un nervio tradicional, ampl¨ªa o muda lo que hasta entonces se sab¨ªa y ahonda en lo que hasta entonces se pens¨®.
Desde el comienzo de su carrera, con su recensi¨®n del volumen primero de la Paideia, de Jaeger, y de Der Glaube der Hellenen, de Wilamowitz, y su edici¨®n anotada de las ?glogas virgilianas, hasta su todav¨ªa inconcluso trabajo terminal, la puesta al d¨ªa de la Iberische landeskunde, de Schulten, el investigador Antonio Tovar fue ante todo y sobre todo fil¨®logo de la antig¨²edad cl¨¢sica, lo mismo como helenista que como latinista. Docenas de libros y traducciones, centenares de art¨ªculos y rese?as bibliogr¨¢ficas, con irrefragable evidencia lo demuestran. Ni puedo, ni debo exponer aqu¨ª con detalle los pasos sucesivos de esta fidel¨ªsima y cardinal dedicaci¨®n de Tovar a la filolog¨ªa cl¨¢sica. Voy a limitarme a se?alar sus dos rasgos esenciales.
En primer t¨¦rmino, el rigor y la minucia. Para no citar sino trabajos muy tempranos -1936, 1942, 1944-, remitir¨¦ a sus investigaciones acerca de la etimolog¨ªa de varios t¨¦rminos hel¨¦nicos y sobre la estratigrafla de los dialectos griegos. Sabi¨¦ndolo ¨¦l muy bien, y en juvenil colaboraci¨®n con Boniante, introduc¨ªa en Espa?a, tan menesterosa entonces de filolog¨ªa cl¨¢sica, la exigencia de precisi¨®n y m¨¦todo que Wilamowitz, Diels y otros hab¨ªan impuesto en Alemania, desde fines del siglo pasado, al cultivo de esa disciplina, y ofrec¨ªa as¨ª un modelo a los que entre nosotros, y en gran medida por incitaci¨®n suya, tan calificadamente han seguido cultiv¨¢ndola.
Pero no s¨®lo fil¨®logo riguroso quiso ser Antonio Tovar. Movido a un tiempo por su car¨¢cter, m¨¢s dionisiaco que apol¨ªneo, para decirlo a la t¨®pica manera nietzscheana, y por el sesgo dram¨¢tico de la historia espa?ola y europea que le toc¨® vovir, quiso y supo tambi¨¦n continuar a su modo la consideraci¨®n del esencial costado pat¨¦tico de la vida y la cultura griegas que Nietzsche y Rolide descubrieron. No podr¨ªa entenderse de otro modo la originalidad de la tovariana comprensi¨®n de S¨®crates -de la doctrina, la vida y la muerte de S¨®crates- que en 1947 vio la luz y luego ha corrido Europa y Am¨¦rica; ni su interpretaci¨®n de la Ant¨ªgona sof¨®clea; ni la inventada confidencia que Baqu¨ªlides de Keos le hizo, cuando con ¨¦l dialogaba nuestro fil¨®logo en la penumbra nocturna de un gastado e inc¨®modo vag¨®n de ferrocarril, camino de Madrid a Salamanca o de Salamanca a Madrid: "Nunca como en nuestro tiempo", le dijo el poeta griego, "los hombres se han sentido desde su nacimiento desprovistos de verdades. Desnudas viv¨ªan nuestras almas, y quien hilaba una pieza que pudiera abrigar esa desnudez angustiosa y velar los ojos inquietos de aqu¨¦llas, ¨¦se era un rey. Reyes ¨¦ramos por eso los poetas, o lo parec¨ªamos. Los modernos no pod¨¦is daros cuen
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Viene de la p¨¢gina 9ta de c¨®mo era esto". Decidme s¨ª una parte del Nietzsche de El origen de la tragedia y de La filosof¨ªa en la edad tr¨¢gica de los griegos, y con ella el drama y la incertidumbre de nuestra situaci¨®n hist¨®rica y nuestras vidas, no est¨¢n latiendo en los senos de la filolog¨ªa cl¨¢sica de Tovar.
La avidez intelectual y vital del fil¨®logo Tovar, su insaciable amor a la palabra en la varia realizaci¨®n hist¨®rica de ella, necesariamente hab¨ªan de conducirle a traspasar en muchas direcciones las nada estrechas lindes de la filolog¨ªa cl¨¢sica. No resisto la tentaci¨®n de traducir un breve fragmento de la laudatio que por encargo de la universidad de Tubinga su colega Eugenio Coseriu -cuidado: no he dicho su amigo, sino su colega- en su fiesta jubilar le dedic¨®: "En lo que a la actividad cient¨ªfica propiamente dicha ata?e, la obra de Antonio Tovar pertenece al dominio de lo absolutamente extraordinario. Dan testimonio de ello, tanto cuantitava como cualitativamente, sus trabajos en espa?ol, en alem¨¢n, en ingl¨¦s, en franc¨¦s y en lat¨ªn, trabajos que conciernen a la ling¨¹¨ªstica (lat¨ªn, griego, celta, g¨®tico, antiguo eslavo, vascuence, lenguas suramericanas), a la arqueolog¨ªa, a la filosof¨ªa cl¨¢sica en sentido estricto (literatura e historia cultural griegas y latinas), a la historia y la prehistoria de Espa?a, a la literatura espa?ola e iberoamericana". No s¨¦ de otro ling¨¹ista actual que pueda ostentar un elenco semejante.
?Por qu¨¦ esa constante ampliaci¨®n del campo de la investigaci¨®n ling¨¹¨ªstica? ?Por qu¨¦, en relaci¨®n con las ciencias de la palabra humana, esa irrefrenable avidez, rayana en la insatiabilis cupiditas veri videnti de que, como temeroso de ella, habl¨® el circunspecto Cicer¨®n? A mi modo de ver, porque los tres motivos rectores de la biograf¨ªa humana nombrados en la famosa f¨®rmula de Dilthey, azar, destino y car¨¢cter, se dieron, vida adelante, en la determinaci¨®n de la carrera filol¨®gica de Antonio Tovar. El car¨¢cter, porque a su vocaci¨®n intelectual y afectiva, y como consencuencia a la conversi¨®n de ella en personalidad hecha y derecha, pertenec¨ªa esencialmente el amor a la palabra. "Amor a la palabra creadora, filolog¨ªa" dicen dos versos de Unamuno, como para mostrar la esencial condici¨®n logof¨ªlica de quien por vocaci¨®n ejerce el oficio de fil¨®logo. Nulla philologia sine logophilia, cabr¨ªa afirmar. As¨ª sucedi¨® en el fil¨®logo Tovar, y tal es una de las claves determinantes de su incontenible dedicaci¨®n al estudio de las varias lenguas con que top¨® en el curso de su vida: la enigm¨¢tica de los iberos, el celta, el euskera, las casi innumerables de Am¨¦rica del Sur. Con lo cual he aludido tambi¨¦n al destino y el azar. Al destino, porque destino aceptado y querido se hizo la espa?ola en la vida de Antonio Tovar. Al azar, porque al curso azaroso de su vida de espa?ol docente se debi¨® su encuentro personal con las varias lenguas a que consagr¨® su inteligencia y su amor.
?Record¨¢is el pr¨®logo de Ortega a la primera edici¨®n de sus Obras? "Es en Castilla. Un prado pajizo con un charco rojo de sangre, la sangre de un toro que, herido, acaba de pasar. Poco despu¨¦s, en la soledad del horizonte, aparece otro toro que cruza el ¨¢rea t¨®rrida y husmea el l¨ªquido a¨²n caliente. El ojo del animal se enciende. Su cuerpo se estremece, retiembla de los morros a la cola, patea el suelo y alarga el cuello al firmamento en un largo mugido... Por lo visto, cuando una vida encuentra en el espacio del mundo otra vida -o simplemente sus vestigios- se produce siempre una especie de. corriente inducida, una sacudida fren¨¦tica de la vitalidad. La vida se exalta al entrar en su presencia otra vida". Trasladando lo puramente biol¨®gico a lo espec¨ªficamente humano, pienso que ¨¦sta fue la primera vivencia de Tovar ante las lenguas o los vestigios de lenguas que los azares de su vida de fil¨®logo espa?ol fueron poniendo ante los ojos y los o¨ªdos de su alma. Para ¨¦l, en efecto, las lenguas nunca fueron objetos susceptibles de un estudio fr¨ªamente formal y as¨¦ptico, sino modos de ser de grupos humanos que con ¨¦l -con su viviente realidad de hombre, de europeo, de espa?ol- de alg¨²n modo se hallaban emparentados.
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