La culpa es del Gobierno
Hay muchas obras de poca densidad que cubren su tiempo con escenas de relleno: ¨¦sta s¨®lo se compone de escenas de relleno. Hay escenas de relleno en el teatro que tienen gracia, o emoci¨®n, o buen di¨¢logo; en esta, no. Haciendo un esfuerzo por ponerle algo, desde el patio de butacas hacia el escenario, se piensa que el autor ha querido resumir en un pueblo peque?o la podredumbre de una sociedad donde se prevarica, se roba, se prostituye y se hace chantaje; donde la autoridad gasta el dinero popular en org¨ªas y donde todo culmina en un homenaje oficial, con televisi¨®n, al m¨¢s tonto de todos.En ese fingido acto final -El homenaje-, ese tonto superior pronuncia un discurso en verso -en malos versos, como ha estado haciendo malos pareados a lo largo de la obra, mientras los dem¨¢s dialogan en mala prosa- en el que inesperadamente se ataca al Gobierno, que es inocente de toda la acci¨®n dram¨¢tica y no ha comparecido en ella. Si uno se solidariza con ese ataque es por una sola raz¨®n: porque el Gobierno, por medio de su Instituto Nacional de Artes Esc¨¦nicas y M¨²sica, ha subvencionado esta obra, este teatro, esta campa?a, y de alguna forma debe ser castigado por ello.
El homenaje
De Pedro Mario Herrero. Int¨¦rpretes: Francisco Piquer, Pedro Valent¨ªn, ?frica Prat, Juan Meseguer, Mar¨ªa Silva, Ana Mar¨ªa Ventura. Escenograf¨ªa y ambientaci¨®n: Toni Cort¨¦s. Direcci¨®n: Pedro Mario Herrero. Estreno, teatro Espronceda, 14 de febrero. Madrid.
El homenaje es la primera obra de una especializaci¨®n de este local en autores espa?oles vivos -como si todos los que est¨¢n estrenando en los otros locales de Espa?a no lo fueran-, y parece extra?o que se haya elegido una de las peores. Naturalmente, no compromete a los autores que contin¨²en la programaci¨®n, pero s¨ª a quienes la seleccionan, Morera y Manzaneque, a quienes, sin embargo, se deben otros esfuerzos meritorios en el teatro espa?ol, con vivos o muertos, extranjeros o nacionales. Es muy mal principio.
En El homenaje los personajes son deleznables y bastardos. No tienen el abultamiento caricaturesco de la cr¨ªtica ni la calidad del s¨ªmbolo. Tampoco son humanos, aunque el autor trata de trazarlos con simpat¨ªa. Parece entreverse una dimensi¨®n de sue?o, de imaginaci¨®n; como la palabra es torpe, no alcanza su altura. La inverosimilitud no alcanza los rasgos c¨®micos o ir¨®nicos para justificarse. La peque?a an¨¦cdota no funciona.
Los actores, naturalmente, no pueden moverse entre tanta inconsistencia. Las mejores risas las obtiene Valent¨ªn con los tics del c¨®mico. Pero ni ¨¦l ni los dem¨¢s pueden considerarse culpables. Ni el escen¨®grafo Cort¨¦s, naturalmente, que da un ¨¢mbito limpio y neutro.
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