El sentido de la consulta
Tras examinar las contradicciones en que se mueve la derecha y la desorientaci¨®n que domina a gran parte de la izquierda ante el refer¨¦ndum, el autor de este art¨ªculo se muestra convencido de que la permanencia de Espa?a en la Alianza Atl¨¢ntica es el mejor marco en el que la izquierda puede luchar por la paz y la distensi¨®n. Pero para ello es necesario que se mantengan y profundicen las precisiones respecto a la forma de estar en la OTAN, tal y como se indica en la pregunta que se somete a consulta. "Permanecer desnuclearizados, no integrarse en la estructura militar, reducir las bases, no es suficiente para que la decisi¨®n espa?ola impida el desarrollo de la din¨¢mica de bloques, pero s¨ª para que la misma no se incremente y para trabajar por su reducci¨®n", afirma el autor.
Desde la distancia que significa encontrarme en Nueva York y desde la proximidad que imprime haber participado ¨ªntimamente en la configuraci¨®n de la posici¨®n del Gobierno, desde el compromiso que representa mi militancia socialista, el desarrollo del predebate sobre el refer¨¦ndum me provoca ciertas reflexiones.
La incomodidad de la derecha
En primer lugar, sorprende la posici¨®n de la derecha. Es explicable que, inmersos en la dial¨¦ctica partidista, cercanas unas elecciones generales, los dirigentes de las formaciones derechistas sientan aprensi¨®n ante la eventualidad de un resultado favorable a la respuesta que propugna el Gobierno. Temen que una definici¨®n del electorado pueda operar como una aprobaci¨®n de la pol¨ªtica general del Gobierno. Pueden estimar que, por el contrario, una abultada abstenci¨®n inicie un proceso de deterioro pol¨ªtico de los socialistas. Supongo que lo que en su fuero interno desean los estrategas de la derecha es un triunfo del s¨ª, pero escaso, inc¨®modo, casi dram¨¢tico.Se encuentran, con todo, en un dilema: predicando la abstenci¨®n e insinuando el no, pueden contribuir a un resultado contrario a los principios b¨¢sicos de su definici¨®n, decididamente atlantista y contraria a toda matizaci¨®n dentro de la Alianza. Es decir, que en su arriesgado ejercicio contribuyen eventualmente a una situaci¨®n en que pueda producirse la denuncia del Tratado del Atl¨¢ntico Norte. Pueden arg¨¹ir que son v¨ªctimas de una situaci¨®n, a?adir que cuando lleguen ellos al Gobierno corregir¨¢n el entuerto; matizar que los condicionamientos que se incluyen en la pregunta -no inserci¨®n en el sistema militar integrado, desnuclearizaci¨®n, reducci¨®n de bases americanas- convierten al no en un resultado no un¨ªvoco, y al s¨ª en la aceptaci¨®n de condicionamientos y limitaciones dentro de la Alianza, que ellos no desean o que no consideran posibles. Pueden se?alar que prescribiendo el texto constitucional, que la denuncia de un tratado debe tramitarse parlamentariamente, mediante el mismo mecanismo por el que se autoriz¨® su celebraci¨®n, en el plazo de un a?o estar¨¢n parlamentariamente en condiciones de hacer expl¨ªcita, decisiva y completa su adscripci¨®n atlantista (como lo estar¨ªan, en todo caso, en el supuesto, no muy probable, de ganar las pr¨®ximas elecciones generales, y siempre en el futuro cuando triunfen). Yo no descarto despreciativamente sus argumentos. Nunca me ha parecido ni correcta ni tampoco eficaz la operaci¨®n de construir un falso maniqueo para luego refutar f¨¢cilmente sus argumentos.
No obstante, la incomodidad y las contradicciones de la derecha son inocultables. Es poco probable que sus votantes y las fuerzas sociales que la apoyan no perciban en las declaraciones de sus l¨ªderes la colocaci¨®n de una t¨¢ctica a muy corto plazo por encima de los principios en base a los cuales reclaman adhesi¨®n y apoyo. En cuanto a la opini¨®n p¨²blica general, que si a algo aspira es a racionalidad, mesura y congruencia, siente malestar ante un juego que oscila entre augurar cat¨¢strofes y asegurar que nada grave pasar¨¢ si triunfa la posici¨®n contraria a la que es esencial en el ideario conservador.
Las posiciones de izquierda
No haber explicado con tiempo, con cierta concreci¨®n, cu¨¢l pod¨ªa ser el modelo que convendr¨ªa a Espa?a en el tema de seguridad ha causado tambi¨¦n una desorientaci¨®n inicial en los hombres y mujeres que participan en una cultura de izquierdas, lectura que viene desarroll¨¢ndose de manera parcial estos ¨²ltimos a?os y, a veces, en circunstancias en que ha imperado la tarea urgente de establecer el juego democr¨¢tico sobre cualquier otra tarea de fundamentaci¨®n m¨¢s reposada. Callando a veces frente a imputaciones inadmisibles, no distinguiendo entre lo posible y el deseo, a veces permitiendo la extrapolaci¨®n a un modelo maximalista de la clara adscripci¨®n occidentalista, permitiendo que los opositores estableciesen clasificaciones entre moderados sensatos y supuestos radicales, se han favorecido confusiones y, en ocasiones, perplejidades. Una de las inercias no contrarrestadas ha sido no centrarse en lo que es esencial e irrenunciable para una posici¨®n progresista: la postulaci¨®n del mantenimiento de un grado suficiente de autonom¨ªa dentro del sistema y la explicaci¨®n suficiente de que su logro es posible; luego, la descripci¨®n de los supuestos a matener para preservar dicha autonom¨ªa.Creo que el lector de buena memoria -o el meticuloso que recurra a las hemerotecas- me conceder¨¢ que durante m¨¢s de dos a?os he tratado de hacer llegar a todos los niveles que: a) Espa?a es un pa¨ªs occidental por los datos que enmarcan su posici¨®n, y por vocaci¨®n y decisi¨®n. Su occidentalidad exige una participaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica igualitaria y convoca a una solidaridad clara en materias de seguridad y defensa; b) que esta solidaridad no exige una integraci¨®n m¨¢xima en estructuras decantadas en un per¨ªodo en que Espa?a no pudo hacer o¨ªr su voz ni defender sus intereses.
Frente a la posici¨®n doctrinaria de los integracionistas maximalistas, incluso frente al empleo como racionalizaci¨®n de una posici¨®n aprior¨ªstica de lecturas en que apunta nuestro tradicional derrotismo ("no podemos hacer otra cosa", "es bello, pero ut¨®pico y desmesurado, fijar posiciones que cobran el aire de condiciones, de imposiciones", etc¨¦tera), y frente a la omisi¨®n de los datos concretos limitativos de quienes se mueven en el plano de la com¨²n -para la izquierda- repulsa de la din¨¢mica de bloques, he venido manteniendo que Espa?a debe contribuir a la cohesi¨®n occidental, pero tambi¨¦n que siendo precisamente una potencia media le era necesario determinar por anticipado en qu¨¦ condiciones la contribuci¨®n a la com¨²n cohesi¨®n no entrar¨ªa en conflicto ni con nuestros intereses ni con la sensibilidad de una cultura democr¨¢tica en construcci¨®n.
S¨¦ que esta posici¨®n ha servido de base a acusaciones de ambig¨¹e dad por parte de algunos y ha su ministrado munici¨®n a campa?as, en ocasiones duras, instigadas desde frentes diversos. Un m¨ªnimo de rigor intelectual y una respon sabilidad pol¨ªtica que, en mi caso, no se ha despertado hace pocos meses, as¨ª me lo exig¨ªan.
Cuando el tema de nuestra posici¨®n surg¨ªa en ciertos foros, o cuando era objeto de conversaciones con colegas occidentales, expon¨ªa yo algo que creo evidente: Espa?a estaba prestando una contiibuci¨®n muy importante a la cohesi¨®n y a la seguridad occidentales.
En primer lugar, recordaba, en el momento del fallecimiento del general Franco, o antes, o en los ¨²ltimos a?os de su r¨¦gimen, se estimaba con bastante generalidad que nuestro pa¨ªs iba a ser pol¨ªticamente inestable. La hip¨®tesis m¨¢s extendida era el futuro predominio de un partido de derechas o de centro-derecha (tal vez confesional), y frente a ¨¦l una izquierda fragmentada, en la que los comunistas jugar¨ªan el papel de arrastrar, de condicionar, de legitimar o descalificar desde su formaci¨®n y, sobre todo, a trav¨¦s de los grupos que, sin someterse a su disciplina, por ello estar¨ªan influidos. La situaci¨®n conducir¨ªa a radicalizaciones o a detenciones del proceso de modernizaci¨®n y democratizaci¨®n. Pues bien, la reconstrucci¨®n democr¨¢tica espa?ola se ha asentado en el centro izquierda y en el centro derecha. El frente sur occidental es pol¨ªticamente estable y seguro.
Continuaba: cuando finalizaba el r¨¦gimen anterior, los mismos americanos esperaban como algo posible y aun probable que los Gobiernos democr¨¢ticos espa?oles denunciase a la relaci¨®n defensiva bilateral con Estados Unidos. No era hip¨®tesis irrazonable, si se tiene en cuenta que para la oposici¨®n democr¨¢tica los acuerdos bilaterales de 1953 significaron un elemento esencial para la perduraci¨®n del r¨¦gimen, y que ellos, y los que nacieron de las subsiguientes renovaciones, comprend¨ªan cl¨¢usulas y supuestos desiguales, fruto de la necesidad de la dictadura de mantener el apoyo pol¨ªtico, subproducto, pues, de una capacidad negociadora menguada.
Pues bien, el Gobierno socialista ha mantenido la relaci¨®n bilateral, consciente de la necesidad de no atentar a equilibrios generales, tratando de dirigirla en lo posible a nuestros propios intereses y buscando reducir presencias que no sean imprescindibles por parte y parte.
Por ¨²ltimo, Espa?a optaba por la plena integraci¨®n en la CEE, y ¨¦sta no est¨¢ pol¨ªtica¨ªnente carente de sentido. Sus supuestos socioecon¨®micos son los que derivan de una econom¨ªa de mercado, y en el plano mundial constituye el meollo m¨¢s integrado de las posiciones occidentales. La CEE era, en s¨ª misma, una opci¨®n pol¨ªtica. Dir¨ªa que la m¨¢s decisiva para anclar la orientaci¨®n occidental de Espa?a.
Ante esta contribuci¨®n de primer orden, ?era razonable exigirnos o imponernos f¨®rmulas concretas de integraci¨®n militar?
En la distancia geogr¨¢fica en que me encuentro -pero en la l¨®gica adhesi¨®n a mi partido- me. choca tambi¨¦n que a veces se reconozca, mediante gallard¨ªa personal encomiable, que ha habido rectificaciones, dejando suponer que el giro ha sido radical, o bien que se han ido descubriendo dimensiones antes por completo ignoradas. La verdad es que lo que podr¨ªamos considerar condiciones para la permanencia en la Alianza -o, mejor, explicitaci¨®n de nuestros intereses- ya estaban en el discurso que en su seno desarrollamos desde dicierribre de 1982, y traducen puntos esenciales explicitados por el presidente del Gobierno en su discurso ante el Congreso de los Diputados el 23 de octubre de 1984. Si se pensase que no hay otra manera de contribuir a la seguridad y defensa occidentales que entrando en el proceso mec¨¢nico de un integraci¨®n progresiva e ilimitada, la rectificaci¨®n merecer¨ªa este nombre. Si el an¨¢lisis sigue bas¨¢ndose en que cabe coordinar nuestra posici¨®n e intereses desde un ¨¢mbito propio, no hay contradicci¨®n en lo esencial.
Las condiciones que acompa?an a la opci¨®n son de gran importancia. Creo que no ha habido hasta ahora demasiado debate y an¨¢lisis sobre las mismas. Sin incurrir en un proceso de intenciones, no cabe descalificarlas como adornos o edulcorantes que la ocasi¨®n reclama y que ir¨¢n desapareciendo en la medida en que se imponga la din¨¢mica integracionista. Ello descalificar¨ªa a la voluntad para mantenerlas y a la misma funci¨®n de control que deben ejercer los hombres y mujeres de izquierdas.
Permanecer desnuclearizados, no integrarse en la estructura militar, reducir las bases, no es suficiente para que la decisi¨®n espa?ola impida el desarrollo de la din¨¢mica de bloques, pero s¨ª para que la misma no se incremente y para trabajar por su reducci¨®n.
A la postre, lo importante es que nuestra contribuci¨®n a la solidaridad occidental no nos convierta en un elemento mec¨¢nico de una organizaci¨®n, que nuestros intereses concretos sean explicitados y admitidos, y que el sistema mantenga la cohesi¨®n suficiente, pero tambi¨¦n la m¨¢xima flexibilidad.
El sentido de la consulta
El refer¨¦ndum reviste la m¨¢xima importancia. Encierra consecuencias considerables para la misma pol¨ªtica interna. No todas, ciertamente, positivas, cualquiera que sea su resultado. Ser¨ªa exhibir un cinismo miope considerarlo trance del que hay que salir. Aun m¨¢s, reducirlo a operaciones destinadas a preparar un futura consulta electoral parlamentaria. Ahora bien, en nuestro medio hay una tendencia excesiva a la dramatizaci¨®n, a la que sigue una trivializaci¨®n de los acontecimientos. Se vive ag¨®nicamente y pasado el acontecimiento se olvida o se distiende la voluntad. La pol¨ªtica en democracia es proceso, y en cada momento del mismo lo esencial es responder y actuar conforme a posiciones ideol¨®gicas y pol¨ªticas claras, pero aceptando el marco en que ¨¦stas se desarrollan en un momento.Para m¨ª, el sentido real y ¨²ltimo de la consulta est¨¢ precisamente en la capacidad de'que lo que hoy aparecen como condiciones de la propuesta sean perseguidas con tes¨®n, claridad y rigor t¨¦cnico. Y hoy nadie est¨¢ en condiciones de asegurar que esto no vaya a ser as¨ª. Evitando, pues, que prosperen inercias, la comodidad o lo f¨¢cil.
Pensar que en una situaci¨®n concreta, en la Alianza o fuera de ella, se puede obviar el esfuerzo, de mantener la propia posici¨®n y contribuir a la solidaridad es infantil y escapista. Si las precisiones respecto a la forma de estar en la Alianza se profundizan, si con esfuerzo se mantienen, los hombres y mujeres de la izquierda encontrar¨¢n el marco en el que luchar por la paz y la distensi¨®n, que es lo que su conciencia y su cultura pol¨ªtica exigen.
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