Una semana de plenitud
Existen libros que al comprarlos s¨®lo se hojean, y cuya lectura, despu¨¦s, se va aplazando m¨¢s y m¨¢s, formando una misteriosa poblaci¨®n est¨¢tica en el fondo de nuestros anaqueles, a la cual, en tiempos de crisis de lectura, uno suele recurrir con buenos resultados. Cuando en 1964 una editorial universitaria, norteamericana public¨® Rilke: los a?os en Suiza, de J. R. von Salis, fue muy alabado por la cr¨ªtica culta, lo que, junto con mi curiosidad por el personaje Rilke y mi vieja admiraci¨®n por las Eleg¨ªas de Duino y los Sonetosde 0rfeo, me llev¨® a comprar el libro, pero despu¨¦s de consultarlo superficialmente lo dej¨¦ sin leer.Hoy, a?os despu¨¦s, en la bonanza veraniega de mi jard¨ªn de Santiago, durante una censura no del todo desangustiada en la escritura de mi novela que me desazona al hacerme pensar en mis pasadas secas literarias, ech¨¦ mano ole lo que se me antoj¨® lo m¨¢s lejano posible de mi momento y mi quehacer -sobre todo del frenes¨ª de lo que hab¨ªa estado leyendo, que lleg¨® a empacharme: los excesos latinoamericanos de El amor en tiempos del c¨®lera, de Garc¨ªa M¨¢rquez, y de Gringo viejo, de Carlos Fuentes, que, por muy admirables que me parecieran, me obligaban a anhelar algo m¨¢s refrescante y remoto-, y recurr¨ª a Rilke y Von Salis, que me depararon la sorpresa de que esas experiencias, al fin y al cabo, no estaban tan alejadas de lo m¨ªo y lo nuestro.
Supongo que todo escritor que merezca ese nombre conoce lo que es un per¨ªodo de seca: esa agobiante sensaci¨®n de vac¨ªo cuando las palabras no acuden y las im¨¢genes no cuajan, esa tremenda aridez que la fantas¨ªa plantea como eterna, son enemigos con los que todo escritor aprende a vivir porque no hay alcohol, ni amor, ni viajes, que remedien esa mudez: s¨®lo cabe esperar. Rilke, hablando de sus a?os de seca, cuando se dedic¨® a vagar desesperado de pa¨ªs en pa¨ªs y de castillo en castillo, antes de establecerse en Muzot, en la campi?a Suiza, consideraba estos per¨ªodos de aridez como tiempos nutricios, larvarios, que protegen con su oscuridad y silencio el posterior nacimiento de la obra. Yo nunca hab¨ªa encontrado un libro que, como el del gran historiador suizo Von Salis, que en su juventud conoci¨® a Rilke, diera cuenta con tanta nobleza y analizara con tanta finura las angustias de una seca literaria previa al brev¨ªsimo pero portentoso estallido de creatividad po¨¦tica que parece haber sido el resultado de esa seca en el caso de Rilke, y despu¨¦s, el terrible relato pormenorizado de la muerte del poeta -"?Quiero morir mi propia muerte, no la muerte de los m¨¦dicos... quiero mi libertad!"-, que parece ser un complemento a todo ese proceso. En mi generaci¨®n se ha o¨ªdo hablar de secas literarias espectaculares: los 12 a?os de silencio que en el caso de Garc¨ªa M¨¢rquez precedieron al estallido de Cien a?os de soledad. Y el decenio o m¨¢s que separ¨®, en el caso de William Styron, la publicaci¨®n de Lie down in darkness de la aparici¨®n de su Nat Turner. Y Juan Rulfo, despu¨¦s de sus dos ¨²nicos libros geniales, El llano en llamas y Pedro P¨¢ramo, qued¨® hundido en el marasmo tr¨¢gico de su silencio, del que no volvi¨® a salir, mientras, como dijo T. S. Eliot de E. M. Foster, "su fama creci¨® con cada libro que no escrib¨ªa": durante 35 a?os uno vio vagar a Rulfo de congreso literario en congreso literario, una sombra muda pegada a su cigarrillo, del cual parec¨ªa un ap¨¦ndice, una impalpable silueta de humo disfrazada de bur¨®crata que ya no ten¨ªa nada que agregar a esos dos libros maestros. Durante esos 35 a?os, Juan Rulfo sol¨ªa hablar a sus amigos ole La Cordillera, una novela que aseguraba estar escribiendo pero en que nadie cre¨ªa. ?Pero por qu¨¦ no iba a existir? En todo caso, hac¨ªa a?os que corr¨ªa el chisme de que Rulfo, antes de publicar nada, le le¨ªa a sus amigos trozos de una novela in¨¦dita, hasta que sus amigos una noche entraron a su casa porque este cuento se iba prolongando demasiado: encontraron originales fragmentarios y ?desordenados, que le robaron, ordenaron y publicaron, Illev¨¢ndole Pedro P¨¢ramo ya editado a su autor. Este cuento, aunque bonito, no tiene mucho aire de verosimilitud, pero desbarata cientos de tesis doctorales que analizan la estructura de Pedro P¨¢ramo. ?No es posible, entonces, que aparezcan fragmentos de la legendaria Cordillera ali-
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mentada del largo silencio posterior a Pedro P¨¢ramo y que sus amigos los ordenen y los publiquen?
Rilke no es una figura de poeta simp¨¢tico, aunque por eso mismo es una de las m¨¢s interesantes, con tantas aristas y zonas oscuras y opacas e inaccesibles: el clich¨¦ insoportable del poeta latinoamericano b¨¢quico presidiendo la mesa desordenada de su banquete de comida y amor y pol¨ªtica es el reverso de Rilke, envarado, t¨ªmido, aristrocratizante. No se puede negar que su forma de sentir la I Gruerra Mundial como una agresi¨®n a su persona y una interrupci¨®n de su tranquilidad creativa que era todo su universo, tiene algo de inaceptablemente ego¨ªsta. Y, sin embargo, este vagabundo sin hogar, sin patria, sin familia y sin posesiones materiales sufri¨® a su manera la destrucci¨®n del mundo, y durante seis a?os, en que pareci¨® perder toda identidad, salvo la semilla de su creatividad sepultada en su silencio, se dedic¨® a buscar d¨®nde vivir, errando de Austria a M¨²nich, a Checoslovaquia y, finalmente, a Suiza, donde se refugiaba en antiguos hoteles y en las casas nobles que le brindaban hospitalidad: su prolongada aridez literaria le parec¨ªa desesperadamente definitiva. Hasta que al cabo de un tiempo un amigo le cedi¨® una torre medieval, Muzot, en los faldeos de los Alpes, que hacia el Sur confunden a Suiza con Italia, donde por fin se estableci¨®.
Hac¨ªa seis a?os que estaba, le parec¨ªa, definitivamente sordo a las voces de la creaci¨®n po¨¦tica que sus antenas parec¨ªan haberse tomado incapaces de recoger. Sin embargo, durante el primer invierno de soledad absoluta que sigui¨® a su toma de posesi¨®n de Muzot las cosas se armaron de un modo misterioso y se equilibraron para el poeta, de modo que a partir de los primeros d¨ªas de 1922 sinti¨® que hab¨ªa entrado de nuevo en lo que llamaba "un estado de gracia" po¨¦tica. Se prepar¨® para completar su ciclo de las Eleg¨ªas de Duino, comenzado en un castillo del Adri¨¢tico hac¨ªa 10 a?os justos, del que ten¨ªa s¨®lo tres eleg¨ªas y fragmentos de otra escrita. Sin embargo, como la inspiraci¨®n es independiente de la voluntad, de pronto, entre el 2 y el 5 de febrero, escribi¨® en vez un ciclo de 25 sonetos maestros, tal como los conocemos hoy como los inmortales Sonetos de Orfeo.
Inmediatamente despu¨¦s de esto, "durante unos cuantos d¨ªas de tremenda obediencia al esp¨ªritu", Rilke complet¨® las diez Eleg¨ªas de Duino: esta tremenda borrasca creativa dur¨® hasta el 9 de febrero. Esa misma noche escribi¨® a su editor para participarle que hab¨ªa completado su obra. Tambi¨¦n a sus grandes amigas Lou Andreas-Salom¨¦ y la princesa de Thum y Taxis, propietaria del castillo donde hab¨ªa comenzado las eleg¨ªas y a quien se las dedic¨®. Le escribi¨® tambi¨¦n a su amiga -en cuyos brazos deb¨ªa morir- Nanny Wunderly, dici¨¦ndole que despu¨¦s de "esa noche de tumulto elemental", al terminar de escribir, sali¨® de su min¨²sculo castillo "y a la fr¨ªa luz de la luna acarici¨¦ los muros del peque?o Muzot como si hubiera sido un animal".
Despu¨¦s de esa noche, Rilke ya no deb¨ªa volver a escribir nada de gran importancia salvo algunos poemas en franc¨¦s, las traducciones de Valery y 33 sonetos m¨¢s del ciclo Orfeo, reconocidamente de calidad inferior a aquellos compuestos durante la semana tormentosa.
Es tan complejo el equilibrio entre el silencio y la creaci¨®n, que tanto uno como la otra pueden descomponerse en m¨²ltiples elementos, y as¨ª lo hace emotiva y magistralmente J. R. von Salis en su deslumbrante libro. Pero el corolario del "estado de gracia" po¨¦tica es la muerte: a finales de ese prodigioso a?o 1922 Rilke sinti¨® los primeros s¨ªntomas de la enfermedad que lo llevar¨ªa a la muerte cuatro a?os m¨¢s tarde. La muerte adecuada para ¨¦l: enfermedad. Comenz¨® con una septicemia debido al pinchazo de una espina de rosa de su jard¨ªn. ?l mismo escribi¨® su epitafio, que todav¨ªa se lee en una piedra musgosa del cementerio de Raron, cerca de Muzot: "Rosa, oh contradicci¨®n pura, voluptuosidad de no ser el sue?o de nadie bajo tantos p¨¢rpados".
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