Sobre Mozart y Salieri
El t¨ªtulo que precede a estas l¨ªneas dec¨ªa mucho menos hace unos a?os de lo que seguramente dice ahora a un lector popular, y ello porque hubo un drama, Amadeus, y sobre todo una pel¨ªcula en la que Antonio Salieri es algo m¨¢s que un nombre; es, por lo menos, el nombre de otro m¨²sico -el m¨²sico es Mozart y el de una confrontaci¨®n que, reducida a t¨¦rminos pobremente simb¨®licos, lo ser¨ªa entre el genio y la mediocridad; o bien, estar¨ªa mos ante el drama de la envidia, mejor o peor expresado en una dial¨¦ctica dram¨¢tica. En realidad el par Mozart/ Salieri da para mucho m¨¢s cuando se trata de una reflexi¨®n sobre la po¨¦tica, o sea, sobre el arte de hacer... obras de arte. "Toda la sabidur¨ªa de Salieri", dice L. I. Stolovich. en su ensayo sobre La est¨¦tica y la creatividad art¨ªstica, "quiz¨¢ s¨®lo le valiera para Saber lo que era incapaz d e comprender el propio genio". "T¨², Mozart, eres Dios y no lo sabes. Lo s¨¦ yo, yo", cita Stolovich del drama de Puschkin Mozart y Salieri. En esta reflexi¨®n, Mozart ser¨ªa la personificaci¨®n de la poes¨ªa -de la poes¨ªa en la concepci¨®n amplia, aristot¨¦lica, que incluye la m¨²sica, la danza, la pintura...- y Salieri lo ser¨ªa de la est¨¦tica, o sea, de la sensibilidad receptiva y de la reflexi¨®n sobre los datos que le procura su sensibilidad. La tensi¨®n dramatic¨¢ aparecer¨ªa en el momento en que Salieri desea, m¨¢s que nada en el mundo, ser el otro: ser Mozart. O no: ser Salieri, pero que Salieri tuviera el genio de Mozart, mientras que ¨¦ste respira -y su respiraci¨®n es m¨²sica- y adem¨¢s es ligero, superficial, irresponsable y hasta, si se quiere, grosero... fuera del marco de la m¨²sica, en el cual es -?y c¨®mo, si es tan vulgar?- un ¨¢ngel. (En realidad, este aspecto vulgar de Mozart es un ingrediente de 1 drama reciente, que no aparece en el de Puschkin, pero que viene muy bien para acentuar las particularidades de este problema: el de qu¨¦ sea el talento art¨ªstico y en qu¨¦ ¨ªndole de personas salta esa liebre: personas a veces no muy inteligentes y moralmente mezquinas.)
Salieri y Mozart, en la obra de Puschkin, son, ambos, "hijos de la armon¨ªa". As¨ª lo exclama M¨®zart en el brindis que precede al momento en que bebe la copa envenenada. Salieri llevaba ese veneno en el bolsillo desde hac¨ªa mucho tiempo. No era, dig¨¢moslo as¨ª, un veneno para Mozart... Era' un veneno para s¨ª mismo, desde que la vida le pareci¨® "una pesadilla insoportable". "Aplac¨¦ siempre mi determinaci¨®n, a pesar de que la sed de la muerte me atormentaba. Pensaba, ?por qu¨¦ niorir?". Admirador ferviente de varios de sus colegas -"el gran Gl¨¹ck", Nicol¨¢s Piccini, Hayodn- y siempre insatisfecho y angustiado con su propia obra, la aparici¨®n de Mozart ("este nuevo Haydn me llen¨® de entusiasmo divino") provoca en ¨¦l la gran crisis que a duras penas podr¨¢ vivir. Matar a Mozart se convierte en una medida de salvaci¨®n, no s¨®lo para ¨¦l, para la m¨²sica en general, cuya existencia se ve afectada y ensombrecida por la presencia de ese genio. El. genio es malo para el conjunto. No eleva el nivel de la comunidad cultural, sino que la evidencia y problematiza, de manera que el despertar de ese sue?o puede ser mortal. Matar a Mozart es, pues, una acci¨®n cultural que s¨®lo beneficios puede producir en un conjunto problematizado por su existencia.
Esto es lo que hay en el veneno que Puschkin pone en la copa que Salier¨ª ofrece a su colega, y as¨ª queda tematizada una situaci¨®n que dram¨¢ticamente puede conformarse con Salieri como tina personificaci¨®n de la envidia del no creador que pretende serlo, por encima de cualquier otra cosa. "Yo nac¨ª", dice el hombre, recapitulando lo que ha sido su vida, "con el amor del arte". "Muy pronto hu¨ª de las diversiones y de todo lo que era extra?o a la m¨²sica". Tambi¨¦n hay en ¨¦l el aspecto t¨¦cnico, algebraico -?queda engolfado en ese aspecto? ?es incapaz de trascenderlo, de convertirlo en un marco de espontaneidad creadora?-, que se expresa cuando dice: "Comprob¨¦ la armon¨ªa con la
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Sobre Mozart y Salieri
Viene de la p¨¢gina 13ayuda del ¨¢lgebra". Elogio del aprendizaje: "Consider¨¦ el propio aprendizaje como base primordial del arte verdadero". Elogio del esfuerzo: "Consegu¨ª que mis dedos...". Ser experto para so?ar: "Entonces, experto ya en la ciencia, me atrev¨ª a entregarme a la indolencia de los ensue?os creadores".
Puschkin no hace decir a Mozart, en su drama, la manera en que ¨¦l se enfrent¨® con los pro blemas que plantea -?o no ne cesariamente?- la m¨²sica a sus amantes y agentes m¨¢s apasionados. Es como si el artista -a la Mozart -el artista por antonomasia, quiz¨¢- no tuviera por qu¨¦ pasar por tan enfadosos tr¨¢mites, o, mejor dicho, pasara por ellos sin sufrir de tales traumas y perplejidades. Algo as¨ª como un respirar, entre gozoso y doloroso, sobre una base t¨¦cnica -?cu¨¢ndo aprendida?, ?des de cu¨¢ndo y c¨®mo olvidada?-, pero nada parecido a ese tormento a la Salieri. En realidad, el tema que hay en el fondo de esta relaci¨®n es el tantas veces debatido y aparentemente inefable del talento o del genio. Eso que se tiene o no se tiene y que no acompa?a necesariamente al conocimiento d¨¦ las t¨¦cnicas. ?lgebra sin genio y genio sin ¨¢lgebra son hechos que se dan en la vida y en la historia de las artes y que legitiman la existencia de un importante problema te¨®rico que podr¨ªa definirse caprichosamente como el s¨ªndrome Mozart-Sa-lieri, aprovechando las circunstancias de esta popularidad que ha llegado del teatro y del cine. (En la obra de Puschkin, el tema del genio se enlaza al del crimen cuando Mozart duda que Beaumarchais hubiera envenenado a alguien, como se dec¨ªa, por la simple raz¨®n de que era un genio. "Era un genio como t¨² y como yo; y creo que la genialidad y el crimen son dos cosas incompatibles", dice Mozart a Salieri, y se bebe su veneno, y toca su R¨¦quiem, y Salieri, el envenenador, llora escuch¨¢ndolo, no s¨®lo porque es una bella m¨²sica, sino porque ese r¨¦quiem lo es tambi¨¦n por su presunto genio, que quedar¨ªa desmentido definitivamente en virtud de su condici¨®n criminal: "Entonces, ?yo no soy un genio?". ?Es que Miguel ?ngel Buonarrotti no fue un asesino? ?Se trata de una leyenda forjada por un pueblo "cr¨¦dulo y est¨²pido"? Thomas de Quincey y Oscar Wilde -Pluma, l¨¢piz y veneno- habr¨ªan podido tranquilizar un tanto al desgraciado Salieri, mientras Mozart le dec¨ªa con sencillez: "Me voy a dormir. Adi¨®s, Salieri".)
?Y qu¨¦ ocurre ahora? Est¨¢ entrando en nuestra escena Denis Diderot. ?Qu¨¦ viene a hacer aqu¨ª? ?Querr¨¢ intervenir en nuestro discursillo de hoy? Un momento, se?or De Diderot. Otro d¨ªa ser¨¢, seguramente.
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