Nicaragua, ecos de bah¨ªa Cochinos
El 17 de abril, marcar¨¢ el casi olvidado 25? aniversario de la, invasi¨®n de bah¨ªa Cochinos, en Cuba, organizada, financiada y dirigida por Estados Unidos. Esa triste empresa ofrece una analog¨ªa pavorosamente real con los ¨²ltimos intentos del presidente Reagan de armar a los contra nicarag¨¹enses con el fin de derrocar definitivamente a los sandinistas. Ser¨ªa Conveniente que el Congreso reflexionara sobre esta analog¨ªa ahora que todav¨ªa no est¨¢ decidida la suerte de La petici¨®n de Reagan de 100 millones de d¨®lares en nueva ayuda a los rebeldes.Hay una extra?a similitud entre las suposiciones subyacentes en la intervenci¨®n norteamericana hace 25 a?os en Cuba y las que actualmente se dan en Nicaragua. Existen tambi¨¦n paralelismos en la secuencia de decisiones pol¨ªticas que gradualmente ligaron los objetivos geopol¨ªticos norteamericanos primero con Cuba y ahora con Nicaragua.
En el caso de Nicaragua, la Casa Blanca comenz¨® afirmando que los sandinistas amenazaban con extender el virus del comunismao por toda Centroarn¨¦rica. El Consejo de Seguridad Nacional, aparentemente muy al comienzo de la Administraci¨®n de Reagan, tom¨® la decisi¨®n secreta de desplazar al Gobierno izquierdista de Managua. Ello fue seguido por la declaraci¨®n interesada de que la mayor¨ªa de los nicarag¨¹enses estaba decidida a deshacerse de los sandinistas y que lo ¨²nico que hac¨ªa falta paria ayudarles a lograrlo ser¨ªa un apoyo paramilitar inteligente proporcionado por la, Agencia Central de Inteligencia (CIA).
En el caso de Cuba, el Consejo de Seguridad Nacional se reuni¨® el 10 de marzo, de 1959 para debatir, en secreto, formas de "colocar en el poder a otro Gobierno". Esto suced¨ªa apenas dos meses despu¨¦s de que Fidel Castro llegara precipitadamente al poder con un aplastante apoyo nacional a su revoluci¨®n social.
El 17 de marzo de 1960, el presidente Eisenhower aprob¨® un programa de acciones encubiertas contra el r¨¦gimen de Castro, porque ¨¦ste estaba desplaz¨¢ndose hacia el comunismo y estableciendo mayores lazos con los sovi¨¦ticos. La Administraci¨®n de Eisenhower estaba creando ya una fuerza paramilitar fuera de Cuba para "futuras acciones guerrilleras".
El 3 de febrero de 1961, la Junta ele Jefes de Estado Mayor aprob¨® una "evaluaci¨®n militar del plan paramilitar de la CIA-Cuba", aunque con la advertencia de que "es obvio que el ¨¦xito final depender¨¢ de factores pol¨ªticos, como un levantamiento popular considerable o importantes fuerzas de apoyo".
Pero la CIA enga?¨® al presidente Kennedy sobre la posibilidad de un levantamiento tras el desembarco de la brigada de exiliados cubanos. El secretario de Estado, Dean Rusk, dijo posteriormente, ante una comisi¨®n de investigaci¨®n presidencial, "que el levantamiento era totalmente esencial para lograr el ¨¦xito".
No se produjeron grandes levantamientos en Cuba, y no s¨®lo porque Castro detuvo previamente a miles de potenciales opositores. Incluso aquellos que estaban empezando a sentirse desencantados con ¨¦l se negaron a aceptar lo que sospechaban que era una vuelta preparada por Estados Unidos a la situaci¨®n de la dictadura de Fulgencio Batista; de hecho, entre las fuerzas invasoras figuraban oficiales de Batista.
Regresemos ahora a Nicaragua. Es obvio que las condiciones no son id¨¦nticas. Los comandantes sandinistas llevan cerca de siete a?os en el poder y, a pesar de su en general horrible Gobierno, han conseguido consolidar su control policial y pol¨ªtico sobre la poblaci¨®n. A pesar de lo mala que es la vida en Nicaragua y de lo represivo que pueda ser el Gobierno, las masas no se han precipitado a ayudar a los contra tras casi cuatro a?os de conjuras de la CIA.
En otras sociedades represivas, el pueblo se ha levantado contra dictaduras bien armadas, como es el caso de Polonia con Solidaridad y de Filipinas, sin intervenci¨®n de la CIA. Ten¨ªan razones convincentes para rebelarse, y as¨ª lo hicieron con las manos limpias. Est¨¢ claro que este aspecto se le escapa totalmente al presidente Reagan cuando compara a los contra con los filipinos o con los aut¨¦nticos "combatientes por la libertad" de cualquier parte del mundo.
La revoluci¨®n nicarag¨¹ense de 1979 ha proporcionado una dosis importante de justicia y atenciones sociales a un pueblo empobrecido. Estados Unidos no puede dejar de tener en cuenta este hecho, como no puede dejar de tener en cuenta los fuertes sentimientos nacionalistas del pueblo nicarag¨¹ense, debidos en parte a anteriores intervenciones armadas norteamericanas.
Ni puede pasar por alto el hecho de que la direcci¨®n de los contra sea probablemente tan repugnante al nicarag¨¹ense ordinario como lo era la direcci¨®n de las fuerzas de bah¨ªa Cochinos al cubano ordinario. El que los contra est¨¦n dirigidos por importantes oficiales de la Guardia Nacional de la antigua dictadura de Sornoza, los principales opresores de la poblaci¨®n de la ¨¦poca anterior, se debe a pura estupidez de la CIA o a la confesi¨®n de que no existen l¨ªderes mejores.
La Administraci¨®n de Reagan responde a este argumento se?alando que dem¨®cratas respetados del primer r¨¦gimen sandinista -entre ellos, Arturo Jos¨¦ Cruz y Alfonso Robelo- son miembros de la organizaci¨®n pol¨ªtica que sirve de fachada a la contra, y que esto sugiere que el apoyo a. ¨¦stos est¨¢ bastante extendido.
De nuevo la experiencia cubana resulta instructiva en este aspecto. El Frente Revolucionario Democr¨¢tico, respaldado por la CIA, estaba encabezado por Jos¨¦ Mir¨® Cardona, primer ministro tras la revoluci¨®n cubana, y en ¨¦l figuraba Manuel Ray, que hab¨ªa sido ministro de Obras P¨²blicas de Castro. Pero, a pesar de su popularidad indilvidual y el hecho de que hab¨ªan sido depuestos por un Fidel Castro cada vez m¨¢s radical, carec¨ªan de un respaldo significativo en Cuba; y cuando lleg¨® la invasi¨®n, el Frente Revolucionario Democr¨¢tico, controlado por la CIA, demostr¨® ser inservible.
Al igual que la CIA enga?¨® a la Administraci¨®n de Kennedy sobre el apoyo interno a la invasi¨®n de los exiliados, la Administraci¨®n de Reagan aplica a la disputa nicarag¨¹ense profec¨ªas que s¨®lo les satisfacen a ellos. El presidente dice que est¨¢ dispuesto a olvidar a los contra si Managua acepta negociar, pero lo que ¨¦l denomina negociaci¨®n es claramente una capitulaci¨®n de los sandinistas o el reparto del poder con la oposici¨®n que se encuentra fuera del pa¨ªs respaldada por los contra.
Puesto que, tal como debe comprender Reagan, se trata de una proposici¨®n inaceptable para cualquier Gobierno, podr¨¢ proclamar que, al haber rechazado su ultim¨¢tum de paz, Nicaragua es terreno libre para el uso de la fuerza. Y, en ese trance, se ver¨¢ atrapado.
La historia reciente demuestra que Estados Unidos puede imponer su voluntad en Latinoam¨¦rica s¨®lo con utilizar sus fuerzas armadas o amenzar con ello. El regimen izquierdista de Guatemala fue derrocado en 1954 por una fuerza guerrillera mercenaria dirigida por oficiales norteamericanos, que dieron entrada a una dictadura derechista corrupta. En 1965 hicieron falta dos divisiones de combate estadounidenses para conseguir que la guerra civil en la Rep¨²blica Dominicana se inclinase por el camino de Washington. En 1983, la diminuta Granada fue dejada fuera de combate por las fuerzas norteamericanas.
Consecuentemente, ?qu¨¦ suceder¨¢ en Nicaragua si los contra, incluso con 100 millones m¨¢s de d¨®lares, no consiguen ganar su guerra? ?Ordenar¨¢ Reagan, desesperado, el empleo de tropas norteamericanas en ese pa¨ªs? Esto fue lo ¨²nico que el presidente Kennedy opt¨® por no hacer en bah¨ªa Cochinos.
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