Montera
Es ¨¦sta una de las v¨ªas m¨¢s antiguas de Madrid, hunde sus ra¨ªces en la Edad Media y llega a su apogeo a principios del siglo pasado, cuando se convierte en una de las calles comerciales m¨¢s importantes de la urbe, pese a su end¨¦mica estrechez y a su pronunciada cuesta.Entre las numerosas leyendas que circulan en torno a sus or¨ªgenes, los cronistas, rom¨¢nticos empedernidos., prefieren la de la bella Montera, esposa del montero mayor de Felipe III y dama de tal belleza que no hab¨ªa noche que no cayeran ante su balc¨®n algunos de sus rendidos admiradores estoqueados por sus rivales, mientras, se supone, el referido montero, sin reparar en sus propias defensas, andaba en la persecuci¨®n de corzos, ciervos y otras bestias de agraciada cornamenta.
As¨ª lo cuenta Fern¨¢ndez de los R¨ªos, lo recoge R¨¦pide y lo evoca G¨®mez de la Serna, empedernido paseante, como Azor¨ªn, por este breve pero bullicioso pasillo que: une la acogedora Red de San Luis con la Puerta del Sol. Aqu¨ª vivi¨® Mesonero Romanos, que cant¨® a su calle en una de sus mejores cr¨®nicas y por lo visto tambi¨¦n (esto lo cuenta el otro Ram¨®n) habit¨® en ella una parienta de Ortega y Gasset que alcanz¨® los 88 a?os de edad sin traspasar los l¨ªmites de la calle.
Hoy corren tiempos duros para la calle de la Montera, y el comercio carnal en su variante peripat¨¦tica hace cruda competencia a los almacenes y establecimientos de tejidos y confecciones.
Como inconsciente homenaje al caballero moden¨¦s Jacobo de Gratis, empedernido tenorio que dedic¨® los ¨²ltimos a?os de su larga vida a la creaci¨®n de conventos de monjas y beater¨ªos, las peripat¨¦ticas siguen tomando la embocadura de Caballero de Gracia, nombre de guerra de calle y de zarzuela que pertenece a este seductor italiano que, tras haber perseguido a lo largo de m¨¢s de 70 a?os a doncellas y casadas de la corte, a¨²n tuvo tiempo para hacerse sacerdote y casi santo, puesto que muri¨® a los 102 a?os de edad tras haber salvado del arroyo por lo menos a tantas mujeres como contribuy¨® a perder en su prolongada etapa licenciosa.
Gratis, due?o de casas y palacios en esta zona, puso sin querer nombre y leyenda a otras calles de Madrid, como la de Jardines, as¨ª llamada por dar a ella los suyos, o la del Desenga?o, que recuerda una decepci¨®n amorosa del libertino.
La calle de la Montera sigue siendo mucha calle, como dec¨ªa una copla de Narciso Serra que lleg¨® a hacerse muy popular: "Es mucha calle se?or, la calle de la Montera", mucha calle en breve espacio, aunque hayan desaparecido de ella los caf¨¦s, los palacios y las redacciones de los peri¨®dicos, y muchos de sus comercios se encuentren amenazados. Un flujo incesante la recorre en ambos sentidos: en una acera, los proxenetas, acodados en la barra, apoyados al desgaire en un portal, o junto a un puesto de tabaco, vigilan a sus sufridas pupilas, y son frecuentes s¨®rdidos incidentes y escenas de violencia; los ciudadanos honrados miran de reojo y apresuran el paso; los m¨¢s curiosos se detienen para observar sin rubor las dos bofetadas del rufi¨¢n a su protegida o una airada discusi¨®n sobre las tarifas del servicio.
Salas de juego y cafeter¨ªas se alternan con los comercios supervivientes, e incluso durante el buen tiempo una peque?a terraza ofrece la posibilidad a los voyeurs morbosos de satisfacer sus h¨¢bitos.
Una fauna internacional, amenazada de extinci¨®n por la injusta y reciente ley de extranjer¨ªa, se oculta en los numerosos recovecos y desaparece engullida por las callejuelas adyacentes, donde conviven abigarrados sex-shops, sospechosas pensiones, bares mugrientos y tambi¨¦n locales de moda como El Sol, que recoge a ¨²ltimas horas de la madrugada a una clientela de fieles noct¨¢mbulos, supervivientes de todas las mareas urbanas, n¨¢ufragos sedientos del mundo de la far¨¢ndula, j¨®venes aspirantes a estrella y modernos de todas las tallas.
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