?Marcos a Espa?a? No, gracias
LA POSIBILIDAD de que Espa?a se convierta en la tierra de asilo del ex dictador filipino Ferdinand Marcos es uno de los temas eventuales de negociaci¨®n del ministro de Asuntos Exteriores, Fern¨¢ndez Ordo?ez, con el nuevo Gobierno de Manila, que preside Coraz¨®n Aquino. Este Gablinete, salido de un singular proceso, necesita, entre otras cosas, la definitiva radicaci¨®n del viejo aut¨®crata en un pa¨ªs alejado del ¨¢rea del Pac¨ªfico, donde no cuente con posibilidades de conspirar y de presionar sobre la escena pol¨ªtica filipina.Una de las posibilidades ser¨ªa la instalaci¨®n del dictador y su abundante familia y corte en Estados Unidos, donde, por otra parte, cuenta con numerosas propiedades. La Administraci¨®n norteamericana mantuvo excelentes relaciones con Marcos pr¨¢cticamente hasta su ca¨ªda, y Marcos es en gran parte una creaci¨®n de la diplomacia y de los intereses norteamericanos. No obstante, su permanencia en ese pa¨ªs comporta serios problemas al Gobierno de Washington, toda vez que el ex dictador hace frente a severas acusaciones de corrupci¨®n y malversaci¨®n de fondos p¨²blicos que podr¨ªan llevarle ante los tribunales norteamericanos, planteando incluso la posibilidad de su extradici¨®n. Todo ello podr¨ªa entorpecer el proceso democratizador en Filpinas, cuyo actual Gobierno, por una parte, l¨®gicamente, debe aspirar a juzgar a Marcos por sus desmanes en el poder, pero, por otra, quiz¨¢ no est¨¦ demasiado interesado en complicar la situaci¨®n pol¨ªtica con una iniciativa semejante.
La historia de Marcos buscando un lugar seguro para terminar sus d¨ªas recuerda la agon¨ªa itinerante del sha de Ir¨¢n o el m¨¢s reciente exilio de Duvalier. Pa¨ªses como Panam¨¢ han rechazado ya la posibilidad de aceptar al ex dictador de Malaca?ang, y ¨¦ste, al parecer, ha sugerido que Espa?a ser¨ªa un lugar de asilo aceptable. Pero aun si esto es as¨ª, Marcos no es aceptable para Espa?a. Ning¨²n seiritido tiene que sea el nuestro el pa¨ªs que acoja a un ex dictador conocido por su complicidad con el franquismo y sus sectores pol¨ªticos residuales y en cuyo mantenimiento y derrocamiento nada tiene que ver la Espa?a democr¨¢tica. No se conoce que Marcos haya llevado a cabo una pol¨ªtica de amistad hacia Espa?a -ni en lo cultural ni en lo econ¨®mico-, salvo en lo que beneficiara a su corte de interesados amigos, familiares o allegados del dictador que someti¨® a nuestro propio pa¨ªs durante cuatro d¨¦cadas. Lo ¨²nico que Marcos significar¨ªa hoy en Espa?a es el s¨ªmbolo despreciable de la continuaci¨®n de la pol¨ªtica de puertas abiertas que el franquismo tuvo para toda clase de aut¨®cratas latinoamericanos, refugiados nazis, fascistas, ustachis, rexistas y miembros de la OAS, entre otros. Todo ello, mientras el r¨¦gimen exiliaba a millares a espa?oles que no compart¨ªan su doctrina oficial. Para nuestra verg¨¹enza, Espa?a no ha sido nunca un pa¨ªs de asilo hasta que lleg¨® la democracia, y s¨ª en cambio un pa¨ªs de exilio.
Se puede argumentar que recibir a Marcos ser¨ªa una contribuci¨®n al proceso democr¨¢tico filipino. El argumento es endeble si se tiene en cuenta que Marcos est¨¢ ya fuera de su pa¨ªs y que no existen garant¨ªas de que su presencia en Espa?a no sirviera para agitar y financiar las tramas negras todav¨ªa boqueantes que mezclan las revistas del coraz¨®n con su afici¨®n al poder y a los negocios sucios. Ni siquiera una petici¨®n del Gobierno de Aquino parecer¨ªa suficiente justificaci¨®n para una medida as¨ª. Aparte de los intereses del Gobierno de Estados Unidos y del de Filipinas, el de Madrid deber¨ªa atender a la sensibilidad de la opini¨®n p¨²blica espa?ola y a la postura de los partidos pol¨ªticos, que deber¨ªan pronunciarse sobre el tema, caso de plantearse.
Estados Unidos ha ejercido una verdadera tutela sobre Filipinas desde la ocupaci¨®n del archipi¨¦lago en 1898. Esta tutela ha tenido mucho que ver tanto con el mantenimiento del r¨¦gimen de Marcos como con su derrocamiento. A Estados Unidos corresponde, en todo caso, y para nada a Espa?a, encargarse del futuro de un ex dictador cuya figura resulta, por numerosas razones, especialmente ingrata en la Espa?a de las libertades.
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