La tumba del militante desconocido
El militante ha muerto, s¨®lo queda el votante. Sobreviven afiliados, portadores de carn¨¦, mu?idores de victorias electorales y aspirantes a puestos de variable sustancia en la Administraci¨®n, pero ya no quedan militantes pol¨ªticos. Y si la desaparici¨®n lenta de la especie iba siendo constatada a?o tras a?o desde la muerte de Franco, el refer¨¦ndum -el refer¨¦ndum por antonomasia- es la tumba del militante desconocido. No la del dirigente beatificado, ni la del cuadro medio en olor de retribuci¨®n, sino, con exactitud, la del partidario an¨®nimo que ha sustentado siempre las organizaciones pol¨ªticas, leales transmisores del pensamiento de los jefes, delegadores de su voluntad en los compa?eros o camaradas enviados a los congresos. Aquellos que en los viejos tiempos dedicaban una parte importante de su existencia a la vida y victoria de sus ideales.Esa desaparici¨®n no promueve, en principio, ni entusiasmo ni melancol¨ªa. Quiz¨¢ preocupe, porque no se ha descubierto todav¨ªa nada capaz de sustituir a los partidos en las celebraciones democr¨¢ticas, lo cual no significa que los partidos sean en este momento un modelo de capacidad de entusiasmar. Como se observa, contempla, analiza y padece desde la convocatoria del innombrable. Alguien ha escrito recientemente, y de forma peyorativa a mi entender, que somos ¨²nicos porque lo decidido por abrumadora mayor¨ªa en el Parlamento puede ser revocado, o aceptado con suma reticencia, por la ciudadan¨ªa en un refer¨¦ndum. No se le ocurre al comentarista que eso quiz¨¢ no represente la extravagancia de un pueblo mal educado, sino que pueda ser producto del cambio no comprendido de los elegidos respecto a la decisi¨®n original de los electores. Olvidando tambi¨¦n que existen los movimientos sociales, creadores de opini¨®n, y que la ciudadan¨ªa puede rebelarse contra la dictadura del parlamentariado, porque los elegidos representan a los electores, pero no les sustituyen; porque la soberan¨ªa reside en el pueblo y no en los partidos que representan al pueblo; porque el voto pol¨ªtico, como el de castidad, puede no durar cuatro a?os; porque la voz y parte al¨ªcuota de soberan¨ªa que corresponde a cada ciudadano sigue siendo de su propiedad entre dos elecciones.
La desaparici¨®n del militante parece inevitable. En un trabajo, que fue cl¨¢sico para algunos sectores de la extrema izquierda, sobre la teor¨ªa leninista de la organizaci¨®n, se divid¨ªa a los partidos en varios tipos de formaciones, que iban desde los clubes de votantes tradicionales de los partidos conservadores, de los que siempre se pone como ejemplo a las grandes asociaciones de notables de la democracia norteamericana, hasta los partidos leninistas, para los que la organizaci¨®n era un problema importante y minucioso, pues, como recordaba Luckacs, "los problemas de organizaci¨®n forman parte de algunas cuestiones poco elaboradas te¨®ricamente, aunque hayan ocupado el primer plano de las luchas ideol¨®gicas". En la medida en que en las democracias desarrolladas parecen desaparecer las confrontaciones ideol¨®gicas y que los partidos de izquierda, centro y derecha asumen enfrentamientos pragm¨¢ticos y diferencias de gesti¨®n, la organizaci¨®n militante queda relegada a los partidos de extrema derecha o de extrema izquierda. Ya, en Espa?a, ni siquiera a los m¨²ltiples y desasosegados partidos comunistas.
Y eso supone el desconcierto del militante honesto y habituado, con toda una vida de repartidor de folios multicopiados, de empapelador de calles -que ahora los grandes partidos-empresa realizan mediante la contrataci¨®n de especialistas-, de pagador de cuotas; del asentidor fiel a los cambios que las direcciones iban proponiendo porque desde las cumbres se ven las cosas mejor que desde los llanos; es sabido que otea mejor el ¨¢guila que la ardilla, y no digamos ya que el topo clandestino.
La militancia desaparece porque ya no es necesaria. Los partidos no atraen, pero tampoco lo
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intentan. Algunos lamentan que se est¨¢ desvertebrando la ¨²nica vertebraci¨®n hasta ahora conocida para hacer funcionar un r¨¦gimen de partidos. S¨®lo se convoca a las urnas, y con las decisiones tomadas. Como en el refer¨¦ndum sobre lo innombrable, para el que los educados en el no tienen que romperse el cuello para mirar hacia el s¨ª, mientras que los educados en el s¨ª tienen que cerrar violentamente los ojos, porque no mirar es una forma sencilla de abstenerse de lo existente. Las derechas no han tenido partidos integrados por militantes -hay excepciones significativas-, sino esos clubes de notables sostenidos por los intereses de los votantes. Los partidos de izquierda se quedan sin militantes. Y los sindicatos tambi¨¦n, e incluso disminuyen sus afiliados.
Quedan algunos grupos marginales, pocos, que tanto por la derecha como por la izquierda confunden a veces militancia con militarizaci¨®n. Pero van perdiendo tambi¨¦n la sangre de sus incondicionales en batallas siempre perdidas, y perdido incluso, en la extrema izquierda, el lugar exacto en el que ubicar la utop¨ªa. Esos a¨²n hablan de militantes mientras contemplan su lenta desaparici¨®n.
Quiz¨¢ lo ha entendido as¨ª un peque?o partido que en una pared de Bilbao ha escrito uno de esos mensajes sin destino que testimonian ¨²nicamente la supervivencia: "Un muerto en Euskalduna. Solidaridad", quiz¨¢ traicion¨¢ndoles el subconsciente, porque la ¨²nica solidaridad posible con la muerte es morirse. El otro, el militante desconocido de los partidos de izquierda con presencia real, ha encontrado su tumba hist¨®rica en un refer¨¦ndum en el que participar desgarradamente. Ahora pasa a ser un simple votante azaroso y azarado, con muchos sue?os por cumplir.
Que no se desanime; de los sue?os siempre queda algo. Algo ha quedado, por ejemplo, de ¨²ltimo gesto rom¨¢ntico de Europa, el mayo franc¨¦s de 1968. Entonces all¨ª alguien escribi¨® en una pared de la Sorbona: "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Y efectivamente, m¨¢s de un joven espa?ol de los que deambulaban por all¨ª fue realista y censigui¨® lo que parec¨ªa imposible: llegar a ministro, subsecretario o director general. Quiz¨¢ ¨¦stos sean la llama permanente en la tumba del militante desconocido.
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