La prehistoria de Hemingway
Cuando Borges escribi¨® que los novelistas norteamericanos hab¨ªan hecho de la brutalidad una virtud literaria, pensaba seguramente en Hemingwwy. No s¨®lo porque en sus novelas campea la violencia, sino porque tal vez en ning¨²n otro escritor moderno la proeza f¨ªsica, el coraje, la fuerza bruta y el esp¨ªritu de destrucci¨®n alcanzan una dignidad parecida. Padecer o inflingir sufrimiento no es, en Hemingway, una desgraciada fatalidad de la condici¨®n humana; es la prueba a trav¨¦s de la cual el hombre trasciende su miserable circunstancia y se reviste de grandeza moral.Que era un gran escritor, no hay duda alguna. Lo prueba el hecho de que est¨¦ todav¨ªa tan vivo como novelista, a pesar de que su tabla de valores se halla hoy totalmente desacreditada. Hay en esto una instructiva paradoja, ?C¨®mo se explica el fervor de los lectores de nuestros d¨ªas, que son los de la revoluci¨®n ecol¨®gica, la idolatr¨ªa. conservacionista, el espiritualismo de los estupefacientes, el pacifismo y el desarme, por el aeda de la caza, el toreo, el boxeo y todas las manifestaciones del machismo? Se explica, simplemente, porque el cultor de esos anacronismos era un gran escritor, es decir, un artista due?o de unos medios de expresi¨®n y una fuerza comunicativa capaces de imponer su mundo ficticio a un p¨²blico aun en contra de los valores dominantes de la ¨¦poca. No son las ideas de Hemingway las que pueden hoy d¨ªa convencernos; su concepci¨®n del hombre y de la vida nos parecen superficiales y esquem¨¢ticas, adem¨¢s de ingenuas. Pese a ello, el hechizo de sus im¨¢genes, la magia estoica de sus; frases, la perfecta elegancia con que en sus historias se ejecutan los ritos del combate, el amor o la matanza siguen seduciendo a los benignos j¨®venes de hoy d¨ªa ni m¨¢s ni menos que a los iractindos de hace 30 a?os.
Y por eso los editores no se dan abasto para publicar libros in¨¦ditos, reediciones, biograf¨ªas o testimonios sobre el autor de El viejo y el mar. He le¨ªdo que en el a?o que termina ning¨²n otro escritor, vivo o muerto, fue materia de tantos libros de interpretaci¨®n o tesis doctorales coino Hemingway. Y a juzgar por los tres ¨²ltimos que acabo de leer (*), a esta abundancia num¨¦rica corresponde, tambi¨¦n, un equivalente esfuerzo intelectual. Porque los tres, no importa cu¨¢les sean las reservas o discrepancias que nos merezcan desde el punto de vista cr¨ªtico, son el resultado de investigaciones rigurosas.
El m¨¢s ambicioso es el de Jeffrey Meyers. Abarca toda la vida de Hemingway y a?ade un buen n¨²mero de informaciones y precisiones a la biograf¨ªa de Carlos Baker (1969), hasta. ahora la obra can¨®nica del g¨¦nero. El profesor Meyers ha correspondido copiosamente con conocidos y familiares de Hemingway, entrevistado a varios de ellos, y, entre las novedades que ofrece, figura, por ejemplo, un intento del FBI de desprestigiar al escritor (lo consideraba comunista), del que nada se sab¨ªa. De otro lado, Meyers se mueve con soltura en la obra de Hemingway, a la que continuamente relaciona con episodios de su vida, aunque en su empe?o de filiar a los modelos de los personajes literarios su m¨¦todo no sea siempre persuasivo. Pero su obra es acaso la biograf¨ªa m¨¢s completa que haya merecido hasta ahora el escritor al que ¨¦l (olvidando la existencia de Faulkner) llama "el m¨¢s importante novelista norteamericano del siglo XX" (p¨¢gina 570).
Pese a este hip¨¦rbole y al macizo trabajo que le ha dedicado, no puedo dejar de preguntarme, luego de leer su libro, si el laborioso bi¨®grafo alienta de veras alguna simpat¨ªa por su h¨¦roe. La imagen de Hemingway que traza es lastimosa. La de un hombre que, en contraste con su imagen p¨²blica -de gigante aventurero y bonach¨®n, heroico hasta en sus propias flaquezas-, fue toda su vida un fanfarr¨®n, borrach¨ªn, abusivo de su fuerza, pose¨ªdo de una obsesi¨®n homicida contra el reino animal, al que devast¨® en sus m¨¢s variadas especies y con toda clase de armas, desleal con sus amigos, desp¨®tico con sus mujeres y que cultiv¨® su imagen p¨²blica con tanta habilidad como impostura.
No acuso al profesor Meyers de calumniar a Hemingway. Estoy dispuesto a creer que las minuciosas estad¨ªsticas que atestan su libro -los accidentes, las enfermedades, los desplazamientos y, casi, casi, las eyaculaciones y los fiascos del protagonista- son ciertas. ?Por qu¨¦, entonces, su biograf¨ªa tiene el aire de no dar en el blanco, de ser una caricatura?
Se trata, quiz¨¢, de un problema de punto de vista. Una lupa de aumento, en vez de revelar los detalles de un hermoso cuerpo, puede dar una visi¨®n monstruosa, al aislar, agigant¨¢ndolo, un miembro que s¨®lo en el conjunto, como parte del todo, tiene armon¨ªa y gracia. La biograf¨ªa de Meyers es una autopsia en la que el sujeto ha quedado desmenuzado en tantos fragmentos -casi todos horribles- que no hay ya manera de saber c¨®mo luc¨ªa el cuerpo cuando era una totalidad viviente.
Lo que da unidad y vida a un escritor despu¨¦s de muerto, cuando la chismografla period¨ªstica, los mitos y malicias que lo acosaron ya no tienen en qu¨¦ ce barse, son los poemas o las historias que escribi¨®, ese mundo de palabras que lo sobrevive y que deber¨ªa ser la ¨²nica raz¨®n del inter¨¦s por su peripecia biogr¨¢fica.
Esta relaci¨®n aparece tenuamente en la biograf¨ªa de Jeffrey Meyers y, lo que es m¨¢s grave, cuando el bi¨®grafo la subraya lo hace de manera discutible. La arqueolog¨ªa literaria parece consistir, a su juicio, en una pesquisa policial en la que a las ficciones corresponden ciertos modelos vivos -personas o sucesos- que el cr¨ªtico debe identificar. Una vez capturada esta presa, quedar¨ªa explicada la labor creativa. El profesor Meyers asegura, de manera rotunda, que fulano es el personaje tal y que tal episodio o an¨¦cdota, enmendada en esto o aquello, es el tema del cuento aquel o la novela aquella. ?sta es la raz¨®n, tal vez, de que el lector de Hemingway, al leer su biograf¨ªa, se lleve la impresi¨®n de un escamoteo. Porque ninguna obra literaria, y menos la de un gran creador, reproduce la realidad vivida, es una mera suma de observaciones y experiencias traducidas en palabras a las que, como condimento, el autor les hubiera espolvoreado una pizca de fantas¨ªa.
Una ficci¨®n es siempre una recomposici¨®n fraudulenta de la realidad; una mentira que, si el creador tiene genio, ha sido dotada de un poder de persuasi¨®n capaz de imponerla como cierta en el instante m¨¢gico de la lectura. Una ficci¨®n no expresa el mundo: lo cambia, lo rehace, en funci¨®n de ambiciones, apetitos o frustraciones poderosamente sentidos por el creador y a partir de los cuales opera su fantas¨ªa. Esa trasmutaci¨®n de la experiencia personal en literatura -es decir, en experiencia universal, en un mito en el que otros hombres pueden reconocerse- es siempre misteriosa y las biograf¨ªas literarias logradas son las que consiguen hacerla inteligible.
No es el caso del libro de Meyers. Es posible que el Hemingway de carne y hueso fuera ese ser caprichoso, desconsiderado, de impulsos siniestros, capaz de pulverizar con ensa?amiento al incauto amigo que aceptaba boxear con ¨¦l, un engre¨ªdo con un enf¨¦rmizo sentido de la emulaci¨®n. Tengo la sospecha de que en el mundo hay buen n¨²mero de espec¨ªmenes parecidos; abundan sobre todo en los pa¨ªses subdesarrollados, donde la borrachera y el pu?etazo merecen un culto religioso. Pero s¨®lo uno de esos energ¨²menos ebrios escribi¨® The sun also rises y A farewell to arms, y un pu?ado sobresaliente de historias en las que la vida del hombre aparece -mentirosamente- como una conquista heroica de la dignidad, una prueba en la que la proeza f¨ªsica -en el deporte, la guerra o el sexo- se vuelve metafisica, una v¨ªa hacia la plenitud y el absoluto.
Todo hombre es, tambi¨¦n, una suima de debilidades, mezquindades y miserias, y Jeffrey Meyers ha levantado un muestrario penoso de las que afearon a Hemingway. Pero su libro no llega a mostrarnos c¨®mo se las arregl¨® ¨¦ste para metamorfosear ese arsenal de desvalores en un espl¨¦ndido fresco de la aventura humana, en la era de las guerras mundiales y las revoluciones, del colapso de las instituciones y certidumbres tradicionales, y del gran vac¨ªo espiritual. En su biografia, la literatura aparece como la actividad marginal, el accidente de una vida en la que m¨¢s importante que ella fueron la pesca, la caza, el alcohol, el boxeo, los toros, las mujeres y los viajes.
Aquella simpat¨ªa de que adolece el libro de Meyers prelifera, en cambio, en el de Peter Griffin, Along with youth, primer torno de una biograf¨ªa tan ferviente que linda con la hagiograf¨ªa. Los defectos del personaje no han desaparecido, pero est¨¢n como diluidos por sus virtudes -energ¨ªa vital, espontaneidad, encanto personal y una ¨ªntima inocencia que ning¨²n fracaso o desilusi¨®n parec¨ªa capaz de destruir- que el bi¨®grafo documenta con contagiosa devoci¨®n. El se?or Griffin tiene una prosa clara y amena y sabe contar con sutileza, de modo que el lector de su libro se forma una imagen muy v¨ªvida de los primeros a?os de Hemingway, transcurridos en Oak Park, suburbio republicano y virtuoso de Chicago, entre una madre voluntariosa, m¨²sica y m¨ªstica, y un padre m¨¦dico, con desarireglos nerviosos y una existencia taciturna que terminar¨ªa en suicidio.
El cuidado y la pulcritud con que el libro sigue los movilmientos del joven Hemingway son notables y dan por momentos la sensaci¨®n de la omnisciencia. Aunque la parte m¨¢s original del volumen se refiere al noviazgo de Hemingway con la que ser¨ªa su primera mujer -Hadle, Richardson-, que Peter Griffin reconstruye d¨ªa a d¨ªa gracias a una profusa correspondencia perteneciente a Hadley -que Jack Hemingway, hijo del primer matrimonio de Ernest, puso a su disposici¨®n-, para m¨ª las mejores p¨¢ginas son las que describen el romance anterior de Hemingway, mientras convalec¨ªa en Mil¨¢n, con la enfermera Agnes von Kurowski, quien luego lo plantar¨ªa por un duque napol¨ªtano (el que, a su vez -justicia inrnanente-, la plant¨® a ella m¨¢s tarde). El fugaz romance est¨¢ admirablemente resucitado hasta en minucias como los restaurantes que frecuentaron y los platos que pidieron. El se?or Griffin se ha dado ma?a para zanjar definitivamente la duda que desasosegaba a bi¨®grafos y comentaristas -?se consum¨® el romance o fue
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La prehistoria de Hemingway
Hemingway, a biography, New York, Harper & Row, Publishers, 1985. 646 p¨¢ginas.Peter Griffin, Along with youth Hemingway. The early years, New York, Oxford University Press, 1985. 258 p¨¢ginas.
Michael Reynolds, The young Hemingway, New York, Basil Blackwell, 1985. 281 p¨¢ginas.
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