La ¨²ltima vuelta
En un circuito de F¨®rmula 1, aunque sea nuevo, hay mucha gente que sabe cu¨¢ndo es la ¨²ltima vuelta: los mec¨¢nicos, los comisarios, los pilotos que han abandonado, los jefes de equipo, los directores de escuder¨ªa, el encargado del marcador electr¨®nico, el que vende los bocadillos, incluso el p¨²blico.Para los locutores de Televisi¨®n Espa?ola, en cambio, la cosa se complica.
Debe de resultar dif¨ªcil atender al espect¨¢culo y a la vez a los monitores. As¨ª que parece imposible que alguna vez nos digan cu¨¢ndo es realmente la ¨²ltima vuelta. No hay forma. Siempre anuncian una vuelta de m¨¢s o una vuelta de menos. La verdad, hombre, con tanto ruido parece normal que no se puedan entender con nadie, preguntarle a alg¨²n propio, a un enterado, que por lo menos uno o dos habr¨¢ entre tanto personal. O preguntarle a un guardia. Pero el ruido es un inconveniente, y as¨ª no hay forma de entenderse.
Por eso nos robaron la carrera.
Era una ma?ana de domingo. Las emociones que el d¨ªa iba a reservar comenzaban por la F¨®rmula 1 de Jerez. El adicto a TVE se las promet¨ªa muy felices. Una carrera disputad¨ªsima. Cinco en un pa?uelo. Luego, cuatro; luego, tres. Mansell rodaba el primero, pero ten¨ªa los neum¨¢ticos gastados de tanto frenazo en el umbral de cada curva. Y en eso va y se arriesga. Y todos nos arriesgamos con ¨¦l. Se para en los talleres y cambia las ruedas. Pierde 19 segundos y ahora va el tercero. Mientras, los locutores -Fernando Cubedo y Miguel Silva- intentan confirmar si es verdad lo que ellos mismos han dicho: que el Rey est¨¢ presente en el circuito. Finalmente nos enteramos de que no est¨¢; pero Mansell ha pasado al franc¨¦s Alain Prost, que era el segundo. Le ha aplastado ya 10 segundos a Senna, que va el primero. Y los locutores, que andaban buscando al Rey, nos cuentan que Mansell tiene problemas. ?Que tiene problemas?, se preguntan los telespectadores. ?Pero si acabamos de ver c¨®mo rebasaba a Prost! Claro, quienes ten¨ªan problemas eran los locutores. Entre muchos que son y entre que estaban buscando al Monarca, de repente vieron solo a Prost y pensaron que Mansell se habr¨ªa perdido en alguna esquina. Quiz¨¢s lo hiciera para despistar, como en las pel¨ªculas. Y no. Estaba delante del franc¨¦s, a buenos metros de ventaja. Por eso no le hab¨ªan visto. Una vuelta tardaron en enterarse. El brit¨¢nico Mansell se aproxim¨® a Senna. Sus nuevos neum¨¢ticos de ¨²ltima hora obraban el milagro. Apuraba en las curvas, aceleraba en las rectas, giraba a izquierda y derecha buscando el hueco para adelantar. Senna le hac¨ªa la pu?eta: le cerraba, frenaba a deshora, se le pon¨ªa en medio. "Conduce a lo bestia", describen prosaicamente los narradores. Todos ¨ªbamos con Mansell subidos en el monoplaza. El brasile?o Senna, como todos los brasile?os, nos cae simp¨¢tico. Pero eso de cambiar los neum¨¢ticos a ¨²ltima hora, lo de Mansell, era una quijotada que no pod¨ªa pasarnos inadvertida.
Y as¨ª van los dos, pegaditos, caracoleando, Mansell adelanta a Senna. Senna adelanta a Mansell. Se juntan, se distancian. Y en esto nos damos cuenta de que reducen la marcha y que se paran. El brasile?o levanta la mano. No sabemos si ha pinchado o es que est¨¢ contento. No escuchamos la respuesta. S¨®lo ruido. ?Ya se ha terminado?
Para los locutores, ni ¨¦sa era la ¨²ltima vuelta ni aquella raya blanca parec¨ªa la meta. Alguien hab¨ªa ganado y no sab¨ªamos exactamente qui¨¦n. No sal¨ªa en primer plano el comisario de la bandera a cuadros y eso despistaba. Siempre hab¨ªa salido el de la banderita cuando se acaba la carrera. En el NO-DO, por ejemplo. Claro, esto era una trampa del realizador, el mismo que ofrece un plano de los talleres cuando Senna y Mansell casi se salen juntos de la pista en una curva comprometida. ?Qui¨¦n hab¨ªa pasado primero por la meta? ?D¨®nde estaba la meta? ?Cu¨¢ndo se acab¨® la carrera?
Qu¨¦ cruel situaci¨®n. Est¨¢bamos presenciado algo important¨ªsimo en directo, un espect¨¢culo dif¨ªcilmente repetido en la F¨®rmula 1. Todo ocurri¨® ante nuestras propias narices y no nos hab¨ªamos enterado.
Seguramente una imagen vale por mil palabras. Pero esta vez apenas dos palabras -pen¨²ltima vuelta- bastaron para estropear la mejor de las im¨¢genes. Eso s¨ª, quedaba precioso aquello que dec¨ªan: "Ahora conectamos con los boxes".
Era mucho m¨¢s f¨¢cil que conectar con la realidad.
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