El dormitar de la historia
El desasosiego que produce la inminencia, la risa nerviosa, ese tremolar de la bandera del alma, est¨¢ en trance de metamorfosis. En los tiempos de la historia acelerada, cuando se nos dictaba la visi¨®n de un recta en perspectiva frontal, la vida no pod¨ªa ser m¨¢s que una sucesi¨®n de inminencias encadenadas. O desencadenadas. La historia, que avanza atropellada y embarulladamente, empez¨® a declinar, se dice, a finales de la d¨¦cada de los sesenta, cuando eran j¨®venes quienes ahora predican la inmovilidad del eterno retorno. ?Se han mezclado ah¨ª dos fotogramas: el de la historia que efectivamente declina y el de la juventud que, como siempre, se remansa con los a?os? ?O acaso la desaparici¨®n del magnetismo de la juventud ha hecho dormir a la, historia?Es dificil hallar una respuesta. Lo que es seguro es que la inminencia vivida en el esp¨ªritu propio ha pasado a vivirse en las sombras creadas por un proyector. La historia se desacelera, tiende al grado cero, dicen fil¨®sofos, soci¨®logos, semioqu¨¦logos. En la vida de cada d¨ªa, m¨¢s bien sigue atropell¨¢ndose y embaru?¨¢ndose, aunque no en la l¨ªnea de la perspectiva frontal infinita, sino en la de un laberinto donde hay que orientarse en cada esquina, en cada callej¨®n sin salida. Y, sin embargo, persiste el nerviosismo y su risa. No los crea la historia, en su viejo avance incontenible con banderas desplegadas e himnos entonados por corales j¨®venes y combativas. Los crean los medios de comunicaci¨®n y, sobre todo, sus im¨¢genes.
El man¨¢ cotidiano, dijo alguien hace ya muchos a?os. Droga dura, habr¨ªa que decir hoy. En las im¨¢genes de la violencia, en las amenazas de guerra mundial, en los cad¨¢veres desconyuntados como monigotes que educan a los chicos en una visi¨®n de la muerte y del terror in¨¦dita en nuestra civilizaci¨®n, satisfacemos d¨ªa a d¨ªa nuestra ansia de inminencias. En las crisis pol¨ªticas, en los chantajes de la oposici¨®n o del Gobierno, se nos ofrece la posibilidad de una cat¨¢strofe inmediata, un trastocami¨¦nto del orden en el que nadie cuenta qu¨¦ orden distinto puede o debe surgir. La domesticaci¨®n y atesoramiento de inminencias, a trav¨¦s sobre todo del cristal fosforescente de la televisi¨®n, termina peg¨¢ndose sobre nuestras pieles como una costra. Ya nada esperamos de la historia, pero cada d¨ªa somos capaces de dejarnos transportar por la emoci¨®n de ver qu¨¦ cat¨¢strofe, qu¨¦ soberbia amenaza para la especie humana, para la vida sobre la tierra -o sobre el universo si se tercia-, se cierne sobre nosotros, seg¨²n la voz de tono alto y amenazante del locutor de turno. Pero tanta inminencia enlatada termina con nuestra paciencia. Vivimos la historia cotidiana como un rito, como una ceremonia pautada. De la inminencia s¨®lo queda el desasosiego.
Antes era el acecho. La figura correspond¨ªa a la de las v¨ªrgenes prudentes, atentas a la epifan¨ªa de alg¨²n cumplimiento de los tiempos. Ar¨²spices todos, la pol¨ªtica, la econom¨ªa, la cultura, la vida de cada d¨ªa, andaban despanzurradas por los suelos de las plazas, con las entra?as al aire ante los ojos y las voces que interpretaban los signos. Marx, Freud y Saussure. Todo tiene
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El dormitar de la historia
Viene de la p¨¢gina 13significado en la vida social, todo tiene significado en el inconsciente, todo tiene significado en la comunicaci¨®n, en la lengua.
Ahora es la indolencia, despu¨¦s de tanta espera para nada. La figura corresponde a la de las v¨ªrgenes necias, a quienes el despertar de la bestia dormida pillar¨¢ de improviso. Magos todos, la realidad entera aparece como un magma incomprensible, como un oc¨¦ano que no pide descubrimientos, sino conjuros y escamoteos. El mago es el rey de la escena. Su objetivo es destruir el significado a trav¨¦s de la paradoja: ?veis eso?, pues no es como cre¨¦is que es, sino que es esto otro.
Antes, la interpretaci¨®n y la comprensi¨®n del mundo. Ahora, la paradoja y la perplejidad. Pensar, tal como se lleva, es hallar paradojas y conseguir perplejidades. Nada m¨¢s lejos de nosotros que la funesta man¨ªa de comprender. Antes, todo eran manifestaciones del sentido, epifan¨ªas. Ahora, todo son oclusiones del sentido, fuente de perplejidades. Cuanto m¨¢s perplejo, m¨¢s inteligente, dice la opini¨®n com¨²n.
?Regresar¨¢ la historia lineal? S¨ª, sin duda. Regresar¨¢. Despertar¨¢ de su sue?o y sorprender¨¢ a todos quienes, despu¨¦s de militar en sus filas gloriosas, han abominado ahora de sus pompas y de sus obras. Hay que creerlo as¨ª, de acuerdo, sobre todo, con la seguridad que proporciona la historia c¨ªclica, la idea tan actual de que la inmovilidad de hoy es la del trompo que gira sobre s¨ª mismo a gran velocidad. Tambi¨¦n la historia lineal es c¨ªclica.
Con la mira puesta en el fin de siglo, maestros de paradojas y sabios en perplejidades, sabemos esos sujetos de hoy que la propia paradoja de la historia nos tiene prendidos como el alfiler a la mariposa. Podemos languidecer pl¨¢cidamente o con rabioso aletear, pero cualquiera de las dos concepciones polares nos lleva a despertarnos alarmados por el rugido del le¨®n que a su vez despierta de alg¨²n largo letargo. Con los datos en la mano o, mejor, las im¨¢genes en los ojos, quiz¨¢ no comprendemos que el rugido hace ya a?os que suena, pero nuestros o¨ªdos de v¨ªrgenes necias est¨¢n taponados por la cera de la estulticia y del tedio.
O quiz¨¢ es que la historia es sabia y astuta: se amodorra cuando atesoramos inminencias y nos sobresalta cuando ya no esperamos ninguna manifestaci¨®n de los tiempos.
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