Memorial para las elecciones
La ¨²nica verdadera amenaza que puede sentir el PSOE ante las elecciones convocadas para el pr¨®ximo mes de junio es la de un crecimiento considerable de la abstenci¨®n. Y se trata, en efecto de una amenaza no porque ponga m¨¢s o menos en peligro su victoria, sino porque, de darse esa oleada abstencionista que algunos anuncian, podr¨ªa descubrirse en ella el s¨ªntoma de una crisis m¨¢s profunda: la que afecta al car¨¢cter de la representaci¨®n pol¨ªtica en nuestro pa¨ªs y al contenido y forma de la mediaci¨®n electoral.En los inicios de la transici¨®n, la endeblez de las organizaciones partidarias, la escasa o nula tradici¨®n democr¨¢tica espa?ola y la inexistencia de una clase pol¨ªtica definida, capaz de hacerse cargo del conglomerado institucional -en su doble vertiente de poder y de oposici¨®n-, llev¨® a un empe?o de fortalecimiento de los partidos y de sus c¨²pulas dirigentes en lo que podr¨ªa. considerarse un intento de vertebraci¨®n del sistema. Esta actitud era razonable si se atiende a los razonamientos expuestos, pero de ella proceden algunos de los factores que contribuyeron luego a generar el desencanto y distorsionan hoy el ejercicio de la representaci¨®n pol¨ªtica. De entre los mismos sobresalen las correcciones a la proporcionalidad del sistema electoral, la exigencia de listas cerradas y bloqueadas en los comicios, el mantenimiento de la provincia como circunscripci¨®n -por mandato constitucional-, un reglamento de Cortes que opera como un cors¨¦ en torno a la vida parlamentaria, reduci¨¦ndola a un espect¨¢culo tan previsto como aburrido y despoj¨¢ndola de todo lo que se parezca a una efectiva acci¨®n de control del Gobierno.
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He de a?adir que los aspectos de teatralidad -drama y comedia- me siguen pareciendo consustanciales al juego pol¨ªtico de la democracia y que tambi¨¦n a eso podemos referirnos cuando hablamos de "representaci¨®n". Lo esencial es que ¨¦sta sea de calidad y no resulte un rollo insufrible para los espectadores.
En combinaci¨®n con todos esos males, otros no menos peque?os contribuyen a un creciente distanciamiento entre la vida institucional de la democracia y la sociedad civil: la actual inoperancia e inutilidad del Senado como segunda C¨¢mara; la conversi¨®n -o, m¨¢s propiamente dicho, la perversi¨®n- de los procesos electorales auton¨®micos -con la sola excepci¨®n de Catalu?a, y el Pa¨ªs Vasco- en un sistema de elecciones primarias, presuntamente indicativas del pulso pol¨ªtico en el resto del pa¨ªs, y la sumisi¨®n del concepto administrativo Y pol¨ªtico de las autonom¨ªas a las necesidades de los grandes partidos de implantaci¨®n, estatal.
En realidad, hoy, mediante la confecci¨®n de las listas electorales, las c¨²pulas de los partidos pol¨ªticos -que acostumbran a escudarse, como es l¨®gico, en el apoyo m¨¢s o menos expl¨ªcito de las agrupaciones de base- ejercen un severo control de los mecanismos de representaci¨®n. El sistema favorece la figura de los diputados cuneros, exime del trabajo de distrito a los pomposamente llamados representantes de la soberan¨ªa popular y transfiere la obediencia que los parlamentarios deben a sus electores a la que ciegamente prestan a los aparatos de los partidos. ?stos dise?an con relativa comodidad la composici¨®n de su representaci¨®n en Cortes, con lo que la mayor¨ªa parlamentaria no s¨®lo queda incapacitada para el control de la acci¨®n del Gobierno, sino que se convierte en la primera y m¨¢s evidente caja de resonancia propagand¨ªstica de las decisiones del Ejecutivo. En la oposici¨®n, las cosas no resultan muy diferentes, y s¨®lo la dispersi¨®n partidista de la derecha facilita ahora algunas discrepariciasbcasionales en el seno de las coaliciones. El juego delos portavoces y la direcci¨®n de los plenos parlamentarios que ejercen la Junta de los mismos y, la Mesa de las Cortes facilitan el irrisorio hecho de que la gran mayor¨ªa de los representantes populares est¨¦ destinada a callar en el hemiciclo y s¨®lo disfrute de su condici¨®n de oradora en las comisiones. As¨ª que el reglamento de, las Cortes opera mucho m¨¢s eficazmente a la hora de mantener la disciplina intema de los partidos que cualquier comit¨¦ ad hoc en el seno de los mismos.
El resultado de este conjunto de fen¨®menos es que un muy peque?o n¨²mero de personas -una verdadera nomenclatura-es, a la vez, quien dise?a la composici¨®n del Parlamento y del Gobierno, la de las principales fuerzas de.la oposici¨®n y la de quienes ostentan las responsabilidades administrativas y pol¨ªticas no s¨®lo en el Estado central, sino tambi¨¦n en los Gobiemos y Parlamentos aut¨®nomos, ayuntamientos y diputaciones. La situaci¨®n me parece tanto m¨¢s preocupante cuanto han sido frecuentes actitudes de la derecha reaccionaria, en la legislatura que ahora acaba, en el sentido de desautorizar o desacreditar la actividad de la mayor¨ªa en Cortes, tild¨¢ndola con calificativos tan curiosos como dictadura parlamentaria, rodillo socialista y otros de parecido g¨¦nero. La estabilidad democr¨¢tica es imposible si la oposicion no comienza por aceptar el principio de la mayor¨ªa como origen del derecho y de la legitimaci¨®n del sistema. ?sta es, quiz¨¢, la principal de las contradicciones de las democracias formales: que las minor¨ªas dispuestas a destruir el Gobierno han de aceptar intentar llevarlo a cabo a trav¨¦s de leyes que genera esa misma mayor¨ªa que detestan. El relativo callej¨®n sin salida que eso constituye a la hora de instrumentar la disidencia frente al poder es esgrimido como motivaci¨®n o pretexto de todos los revolucionarismos y forma parte de la cr¨ªtica marxista de la alienaci¨®n. Curiosamente, en Espa?a, los grupos de la derecha y los agitadores del golpismo emplean id¨¦ntico razonamiento.
De todas maneras, para que la oposici¨®n acepte la regla de la mayor¨ªa sin socavar el principio formal de la democracia es necesario, adem¨¢s, que el sistema ofrezca oportunidades reales de una alternancia en el poder. El que dicha altemancia no sea s¨®lo un principio te¨®rico, sino responda a una posibilidad concreta y tangible, constituye algo esencial tambi¨¦n para la estabilidad democr¨¢tica, m¨¢s a¨²n en un pa¨ªs como el nuestro, todav¨ªa plagado de esp¨ªritus autoritarios. La desesperaci¨®n de la oposici¨®n conservadora, la p¨¦rdida de sus ilusiones de obtener la devoluci¨®n del poder de manos de las umas, puede llevarla a caer en manos del aventurerismo y de los partidarios de cualquier forma de golpe.
Aunque el partido socialista presume, con raz¨®n, de haber logrado un per¨ªodo de normalidad democr¨¢tica sin precedentes en nuestro pa¨ªs, la realidad es que, sin trav¨¦s de su actividad en el Gobierno y en las Cortes, ha contribuido a potenciar y multiplicar los defectos de estructura de nuestra representaci¨®n pol¨ªtica. Ha fomentado un bipartidismo ficticio e incompatible con la realidad, que da?a adem¨¢s las posibilidades de la derecha, dividida por la cuesti¨®n nacional en Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco. Su designaci¨®n de una jefatura de la oposici¨®n, absolutamente fuera de lugar en un Parlamento que aspira a la proporcionalidad, seg¨²n dice la Constituci¨®n, ha contribuido a bloquear las posibilidades de alternancia de la derecha, con la consiguiente crispaci¨®n de ¨¦sta. Al mismo tiempo, no se ha preocupado de fortalecer a la sociedad civil, ¨²nica manera de hacer frente al imperio de la nomenclatura, procurando, en cambio, ejercer toda clase de censuras sobre ella. El papel de los medios de comunicaci¨®n, esencial en este punto, ha sido minusvalorado, cuando no despreciado; la televisi¨®n, controlada, y los profesionales, desacreditados. Pese a ello, la mayor parte de las informaciones e investigaciones que han aportado alguna luz ¨²til a los ciudadanos sobre asuntos de tanta trascendencia como los GAL, la pol¨ªtica exterior o los esc¨¢ndalos financieros de Rumasa y Banca Catalana ha sido realizada por los peri¨®dicos y las emisoras y no proceden del trabajo de los parlamentarios.
Ninguna de estas reflexiones me parece superflua en un momento en que los espa?oles, todav¨ªa estragados por la campa?a previa a las votaciones del refer¨¦ndum, ven de nuevo solicitada su comparecencia en las urnas. El partido de la mayor¨ªa debe asumir el compromiso de responder a estas demandas a la hora de instrumentar la representaci¨®n popular en las instituciones democr¨¢ticas y de potenciar el funcionamiento de la sociedad civil. Nada de eso se puede hacer sin una reforma a corto plazo de la ley Electoral y del reglamento de las c¨¢maras, y sin una reflexi¨®n -todo lo pausada que se quiera, pero nada timorata- sobre algunos aspectos constitucionales que afectan al funcionamiento del Estado de las autonom¨ªas y a los problemas antes detallados.
El mantenimiento de la actual situaci¨®n amenaza con enquistar de manera perdurable el actual juego de fuerzas pol¨ªticas, que ha generado un vac¨ªo de representaci¨®n a la izquierda del PSOE y una desesperanza cada vez m¨¢s nerviosa a su derecha. La dificultad para el nacimiento de nuevos l¨ªderes y la persistencia del debate pol¨ªtico en tomo a cad¨¢veres vivientes de nuestra historia tienen que ver con todo esto. Y si, como los or¨¢culos predicen, el PSOE ha de seguir gobern¨¢ndonos durante cuatro a?os m¨¢s, es primordial responsabilidad suya que esta consolidada democracia no fenezca entre el cansancio y la desilusi¨®n de quienes se apartan de ella impresionados por sus m¨²ltiples mecanismos de rechazo a todo lo que no sea obediencia o consenso.
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